Capítulo 41. Nuevo comienzo.

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NUEVO COMIENZO.

Eiden Blaken.

Mis nudillos crujieron ante el impacto seco de mi puño contra su abdomen.

Los sonidos que escapaban de él eran silenciados por la mordaza que tenía puesta.

Su cuerpo estaba expuesto e indefenso en esa posición. Con las manos atadas arriba de su cabeza, mientras su cuerpo colgaba siendo sostenido por sus muñecas que estaban destrozadas por los metales que lo mantenían así. Sin la capacidad de defenderse. Sin la capacidad de pedir ayuda. Simplemente dejado a nuestra suerte.

Así como estuvimos a su suerte. Jaden estaba a la nuestra.

Así como nos destrozó. Así lo íbamos a destrozar.

Al principio era placentero escucharlo tragarse cada jadeo, gruñido, grito de dolor, para después de todos sus esfuerzos romperse. Pero comenzó a hablar y comencé a hartarme de escuchar su voz. Así que le cerré la boca poniéndole una mordaza.

Las vendas de sus piernas estaban bañadas en sangre seca de todos los disparos que le habíamos asestado cuatro días antes. Y de una un poco más reciente por la que escurría de su abdomen y cara y se acentuaba ahí.

Connor le había puesto las vendas para que no se desangrara y muriera. Aún no podía hacerlo. Todavía tenía una deuda pendiente.

Estaba sin camisa, dejando ver su abdomen lleno de moretones, de sangre, de cortes superficiales y una o dos de sus costillas que se habían roto.

Su cara era la menos intacta, aunque no se había librado de haberse llevado un par de golpes. Bueno, un par no. Muchos. Tenía el pómulo roto. El otro estaba hinchado, dándole un aspecto de bola de billar morada solo que un poco deforme. Su nariz estaba fuera de su lugar, sus labios estaban partidos y creo, creo, no estaba seguro. No me había detenido aquí mucho a verlo. Pero sí, al parecer tenía un poco chueca la mandíbula. Ese fue Connor. De eso estaba seguro.

A mí no me gustaba verle la cara. Prefería cuando solo podía usarlo como saco de boxeo para descargar toda la mierda que tenía en la cabeza.

No me sentía bien. Desde hace cuatro días por momentos repentinos sentía que mi cuerpo pesaba toneladas y que una neblina negra pesaba en mi cabeza, quitándome la claridad de las cosas.

Y cuando eso pasaba venía aquí. Porque aquí terminaba todo. Esa neblina, ese peso y esas ansias, eran por él. Por Jaden. Verlo respirar, moverse, hablar. Verlo ser, no me dejaba descansar.

Lo necesitaba muerto para poder sentir que ya nada estaba a la suerte. Que ya todo había terminado. Que ya no podía hacerle daño a nadie a quien quisiera.

Dalia lo estaba. Solo faltaba él.

Su muerte era el fin de todo.

—Creo que se está ahogando.

Me giré hacia Connor que tenía un semblante de asco, mientras apuntaba a Jaden. La mordaza de este estaba bañada en sangre, haciendo que escurriera por su barbilla y goteara hasta su pecho.

Puse mala cara por el aspecto que tenía. Y porque ya estaba comenzando a toser con fuerza, provocando que su respiración fúnebre sonara como si estuviera a punto de agonizar. Su cuerpo se agitaba con tanta violencia que creí que en algún punto sus costillas rotas iban a enterrarse en su piel o en su defecto en algún órgano.

Me acerqué a él para quitarle la mordaza. Mis dedos se acercaron a la tela y de un tirón fuerte la desprendí. Ni siquiera pude reaccionar cuando me escupió la sangre en la cara, buscando con desesperación aspirar aire. Se estaba atragantando el hijo de puta.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora