Delfos, Grecia.
Cassie había leído todo lo que cayó en sus manos sobre la ciudad a la que iba a visitar y especialmente sobre el templo dedicado al dios Apolo, pero nada la preparó para lo que encontró. El templo de Delfos estaba situado en una meseta en la ladera del monte Parnaso, los altos picos de las Fedríades, unas peñas altísimas que recibían su nombre por los vivos reflejos rojizos que arranca de ellas el sol, lo acunaban con mimo confiriendo a las ruinas un aspecto místico que no dudaba era parte de la magnificencia que atraía a los turistas a aquel lugar. Después de casi tres horas de conducción en medio de un paisaje que alternaba los campos de almendros con los bosques de pinos, por unas carreteras inhóspitas y a merced de unos conductores griegos que hacían del lema: “sálvese quien pueda”, su emblema personal, consiguió llegar a su destino. El aparcamiento del Museo Arqueológico tenía espacio de sobra para que pudiese dejar el coche, situado al comienzo del complejo arqueológico de Delfos, era el punto de reunión principal antes de comenzar con la visita. Después de estar casi toda la mañana encerrada en el coche, haberse equivocado de dirección un par de veces y tenido que parar un par más para vaciar la vejiga, la idea de estirar las piernas, era una bendición. Traspasó la entrada tras un grupo de turistas y enfiló a través de la Vía Sacra, las ruinas se sucedían unas tras otras a medida que entraba en aquel otro mundo, porque aquella era la sensación que obtuvo nada más comenzar el ascenso. Incluso el aire parecía distinto, cargado de historia y misticismo. No podía negar que el emplazamiento del famoso oráculo quitaba el aliento, la necesidad de detenerse cada pocos instantes y empaparse del paisaje era casi obligatorio, pero había algo más, algo que removía su interior y traía a su mente una continua sensación d e dèjá vu que no era capaz de quitarse de encima. Se unió durante unos instantes a uno de los grupos cuyo guía hablaba en inglés, echó un rápido vistazo a los alrededores y a la pequeña aglutinación de gente, pero no encontró entre ellos al niño que había visto en su visión esa misma mañana.
—No… las condiciones no son las mismas —murmuró. Aquella había sido una de las paradas extra que tuvo que realizar. Por si el magnífico estado de las carreteras no era suficiente para ponerla de mal humor, el salirse casi de esta en plena curva y terminar en una pequeña zanja, consiguió que su mañana fuese completa. La visión había acudido como siempre lo hacía, sin advertencia alguna. Tuvo el tiempo justo de pisar el freno y desviar el coche hacia un lateral cuando notó como el mundo empezaba a dejar de existir y su lugar era ocupado por una truculenta visión originada en el lugar que iba a visitar. Sacudió la cabeza para despejarse. —Ni siquiera debería estar aquí —resopló. Durante el viaje en avión y el consiguiente en coche, no había dejado de flagelarse a sí misma por lo absurdo de su repentina decisión. Aquel viaje estaba abocado al fracaso, lo sabía. Echó un rápido vistazo a su alrededor, examinó una vez más el grupo de turistas con disimulo pero no encontró ningún niño que encajase con el protagonista de su visión. —¿Es que nunca vas a escarmentar? —musitó para sí misma—. No hay nada que puedas hacer al respecto, ya sabes cómo funciona esto, ver pero sin intervenir. Maldito fuese su don. Si habría la boca y contaba lo que había visto, la tacharían de loca y la echarían de una patada en el culo, o peor, la acusarían a ella del accidente si este se producía tal y como relataba. Y siempre se producían, de una forma u otra, siempre ocurría como en sus visiones. —Pero es un niño… —se lamió los labios. Todavía podía verlo en su mente, flotando boca abajo en un charco de agua, el llanto de su madre, los gritos a su alrededor. Aquello era la peor parte de su maldición, ver la muerte de un infante, algo que por fortuna, no solía mostrársele demasiado a menudo. Alzó la mirada al cielo y frunció el ceño. En su visión el sol no estaba tan alto, el día comenzaba a despedirse en una lenta carrera hacia la noche. Haciendo momentáneamente los aciagos pensamientos a un lado, cogió la cámara de fotos que llevaba al cuello y empezó a tomar
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EN OTRA VIDA DE AMARIAS MISHA SCAIL
Roman d'amourSINOPSIS ¿Y si los mitos no fuesen tal y como los conocemos? ¿Y si los dioses y los héroes de la antigüedad siguiesen todavía entre nosotros buscando a su alma gemela? Cassie siempre ha pensado que el don que posee es una maldición, especialmente de...