Una venganza que... salió mal

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Era solsticio de verano, como siempre, un día que se celebraba en grande en el Olimpo, y que siempre resultaba importante. Sin embrago, esta vez era diferente.

La guerra con los Titanes había terminado y ahora gozaban de un rato de paz. Además, eso no era todo. Ese año se cumplían doscientos años desde que habían llegado a América del Norte y se habían instalado ahí.

Mientras que los mortales organizaban fiestas para conmemorar los diez años de la fundación de algo, los dioses preferían hacerlo cada cien años, en aras de convertirlo en algo digno de verse en lugar de algo común y a lo que se acostumbraran con el tiempo.

Ésa era la razón de que en esa reunión en especial, el ambiente fuera un poco más cálido y animado que el que generalmente se percibía cuando los dioses conseguían juntarse.

A pesar de los estragos que el Olimpo había sufrido durante la batalla, Annabeth, una de las hijas de Atenea, había hecho un trabajo estupendo con las remodelaciones, y aunque aún había lugares en los que se percibían grietas y averías, la imagen que ofrecía el Olimpo merecía el nombre, con sus imponentes columnas de mármol blanco y sus antiquísimas construcciones que se alzaban entre árboles de diferentes especies y entre las que correteaban ninfas y sátiros. 

Había sólo doce tronos, como siempre, sin embargo, y a pesar de que aún había algunos rencores guardados hacia dioses que habían apoyado a los Titanes como Morfeo y Hécate, en ese momento se habían pausado las venganzas para más tarde, y ambos, dioses mayores y menores, se encontraban en el Olimpo en ese momento y convivían como habían hecho hacía un par de milenios.

Muchas veces la relación entre dioses se había visto turbada por envidia y discusiones debido al orgullo, pero ahora habían quedado de lado debido a la emoción del momento.

Todos, dioses y diosas, tanto mayores como menores, lucían despampanantes. La mayoría portaba túnicas griegas, habiendo optado por su versión más antigua. 

La mayoría de las diosas, como Afrodita y Démeter llevaban el cabello trenzado, aunque algunas, como Artemisa y Perséfone, lo llevaban suelto, sus mechones castaños esparcidos sobre sus hombros y espalda, creando suaves remolinos a su alrededor. Otras excepciones eran Atenea, que llevaba su cabello rubio recogido perfectamente en un chongo alto, y Hera, que había tomado dos mechones y los había recogido tras su cabeza, dando la impresión de haberlo atado aunque al mismo tiempo aparecía suelto.

De igual forma, los varones habían conseguido ponerse de lo más presentables, con atuendos que iban desde túnicas blancas, como las de Hipnos, Morfeo y Apolo –aunque la suya era más bien de un amarillo brillante–, hasta armaduras, como la de Ares e incluso pantalones cortos y camisetas estampadas, como Poseidón, que a pesar de su informal vestimenta conseguía parecer atractivo. 

Incluso Hades estaba presente, lanzando furibundas miradas a los demás dioses desde una esquina de la habitación, portando su túnica negra de siempre, que se afanaba en mostrar rostros dolientes si bien las caras de esa noche parecían más... sufrientes...

En honor a la verdad, también Hefesto había conseguido adecentarse un poco, pues se había lavado y llevaba puesta una túnica limpia, lo que no había eliminado las cicatrices de su cuerpo o le había quitado el olor a aceite que lo seguía a todos lados, pero sí le daba un mejor aspecto.

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