CAPÍTULO VIII

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                                    DEIMOS

Cerré los ojos con aburrimiento ante la pila de papeles que debía leer. Mi trabajo se suponía que debía ser acabar con la misión, no sentarme en un escritorio a leer información sobre el caso.

Sentí como el sueño me vencía hasta que la notificación de una llamada entrante me puso en alerta.

− Buenas noches, 037. Reporte de misión – la voz automática de la que alguna vez fue mi madre me hizo poner los ojos en blanco.

− Buenas noches, madre. Misión inacabada. El sujeto directo a la pista se niega a colaborar -

− ¿Has intentado hablar con los familiares? -

− Dios mío. ¿Cómo no se me habrá ocurrido? - pregunté sarcástico volviendo a cerrar los ojos.

− No juegues conmigo Deimos. Intento ayudarte a salir de esta cárcel. Hijo, esta misión y se acabó. Podrás ser libre -

− ¿De verdad crees que simplemente me dejarán irme por la puerta grande? Sé demasiado y sé que tú sabes que no pasará. La única forma de abandonar esta cárcel es a través de la muerte y no planeo morir pronto -

− Tiene noventa y cuatro días para terminar la misión, sargento 037. Sabe lo que pasará si no cumple. Que tenga buena noche – colgó la llamada antes de que me diera lugar a soltar algún comentario sarcástico.

Gruñí echando la cabeza hacía atrás.
Noventa y cuatro días no me daba ni para empezar.

Mi mente viajó hacía cierta morena de carácter explosivo que no había abandonado mis pensamientos en un largo tiempo.
A pesar de haber mantenido una única conversación a solas con ella, era como si su voz se hubiera impregnado en mis recuerdos.

Pensé en la manera en la que sus ojos se achinaban al sonreír sarcástica y como movía las manos exageradamente cuando trataba de explicar algo.
El suave olor a chocolate que desprendía su pelo y la forma en la que se mordía el labio cuando trataba de contener una carcajada.

Algo dentro de mí se removió deseoso de salir.
¿Era esto a lo que los adolescentes llamaban mariposas?
Me estaba volviendo loco.

Cada fibra de mi deseaba con todo su ser terminar esta misión cuanto antes para poder poner en orden mis pensamientos sobre mi Mavka. ¿Qué me estaba pasando?
Había tenido parejas antes, nada demasiado serio, pero nunca antes había tenido la necesidad de estar cerca de nadie.
No era algo de lo que me avergonzara, siempre había sido un chico independiente que no necesitaba de nadie. ¿Por qué? Así me evitaba muchos problemas y malos tragos. Por eso mismo necesitaba aclarar mi mente.

Por mucho que me gustara la idea de sacar de quicio a la morena, no podía pasarme los días pensando en ella. Yo había vuelto al pueblo por una misión. Ni podía ni quería encariñarme con nada ni nadie, menos una adolescente con problemas de ira.

Brina solo era un distracción y cuanto más lejos la tuviera, mejor sería para todos.
O al menos eso era lo que no paraba de repetirme.

Estaba tan perdido en mis pensamientos que no escuché el débil quejido del gran ventanal hasta que no sentí la presencia de alguien detrás de mí.

Mi cuerpo se tensó a la expectativa de lo que ocurriría a continuación.

Me giré rápidamente en cuanto sentí el suave deslizar de una daga contra la manga de mi chaqueta, apenas rozándome al piel.
Deslicé mi propia daga hasta mi mano derecha, colocándome cara a cara con la persona frente a mí.

Unos ojos gemelos a los míos me devolvieron la mirada brillando con excitación y picardía.

Atacó primero, su pelo rizado nublándome la vista por unos segundos, hasta que volví a sentirla en mi espalda.
Su pie izquierdo hizo contacto con mi mejilla derecha, lo que me hizo retroceder con un quejido. La vi girar sobre sí misma para coger impulso y repetir de forma invertida el anterior movimiento.
Adelantándome, encajé su pierna derecha en mi hombro izquierdo y, cogiendo impulso, hice que diera un par de vueltas sobre sí misma hasta impactar con la mesa de café que decoraba mi salón. Coloqué mi daga en su cuello, sonriendo victorioso. Su rodilla izquierda impactó con la parte de atrás de mi cabeza, haciendo que se me nublara la vista unos segundos.

Por instinto me eché hacía atrás, dejando el espacio para que se levantara lo más rápido posible, dejando el campo de batalla más improvisado que jamás había visto.
Vi como entrecerraba los ojos y ahí supe que estaba perdido.

Sus movimientos fueron ágiles y, tan rápido como el impacto de un rayo contra el suelo, mi espalda chocó contra la pared detrás de mí.
El filo de su daga me recorrió la garganta despacio, haciéndome tragar saliva.
La vi sonreír.

− Yo gano – susurró.

𝑺𝒆𝒓𝒆𝒏𝒅𝒊𝒑𝒊𝒂 ~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora