CAPITULO 4 : PARTE 2

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ANTES DE SUBIR ESTE CAP PLISS COMPARTAN LA HISTORIA Y DENLE ME GUSTA Y QUE HISTORIAS LES GUSTARIA QUE SUBIERA 

CHAIS QUE LA PASEN BIEN

Lo miró un poco intranquila e intrigada por sus palabras, casi podía jurar que él estaba hablando de ella misma ahora. —Sí lo es. Para aquellos que no creen en lo que ves, que no hacen caso de tus advertencias y te toman por una charlatana, lo es insistió, hablando por propia experiencia. Para los que buscan justificaciones banales y absurdas a tus respuestas… siempre serás una persona carente de salud mental. Puede que tú no seas una de esas personas, Loxias, que por el lugar en el que trabajas y al que has dedicado tu vida y estudios, veas las cosas de otra manera… pero la realidad, es que tú tampoco sabes quién soy. Un velo de tristeza cruzó momentáneamente sus ojos. —Te equivocas, Cassandra — murmuró él, haciendo hincapié en

llamarla por su nombre completo, algo que solo había hecho su hermano—. Nadie mejor que yo sabe exactamente quién eres y quien fuiste. —Extendió la mano y deslizó los dedos por su mejilla—. Llevo tu recuerdo grabado en el alma a la espera de volver a encontrarte. No pudo evitar fruncir el ceño ante las extrañas palabras. —¿Por qué tengo la sensación de que esta no es la primera vez que nos encontramos? —murmuró, mirándole, buscando en aquel rostro perfecto algo que atrajese los recuerdos o le diese la respuesta—. No comprendo e l motivo, y  juro que jamás me ha pasado nada ni remotamente parecido, pero… cuando te vi… es como si te conociera… y lo mismo pasa con este lugar, es como si ya hubiese estado aquí antes. Y hasta dónde sé, es la primera vez que estoy en Grecia. Él resbaló los dedos, acariciándole ahora el cuello, la clavícula y deteniéndose sobre el corazón. —Quizá, es porque nos conocimos cuando ambos éramos otras personas insistió él, con ese tono de voz sensual y envolvente—. Cuando tú… fuiste otra mujer… —¿Otra mujer? Su mano ascendió y le cogió la barbilla, con suavidad. —Abre tu alma y recuerda quien eres, Cassandra, recuérdame. Había una súplica tan desesperada en su voz, que trajo lágrimas a sus ojos mientras la niebla de las visiones volvía a alzarse a su alrededor durante unos brevísimos instantes. Solo alcanzó a ver a dos amantes ensimismados en ellos mismos, dos siluetas enlazadas entregadas al placer, el mismo tipo de placer y emociones que Loxias despertaba en ella con tan solo su cercanía. Parpadeó y la visión se marchó dejándola de nuevo  ante aquellos ojos azules, su aroma era embriagador, su presencia la excitaba y ella estaba tan cansada ya de huir de sus anhelos que se encontró caminando hacia ellos. —¿Quién eres tú? Él le acunó el rostro entre las manos. —Parte de tu locura y maldición, ièreia. No la dejó pensar, no le permitió retirarse o analizar sus propios pensamientos, pues en el momento en que sus labios tocaron los suyos, el poco raciocinio que podía haberle quedado, se evaporó y se

entregó al placer en los brazos de aquel completo desconocido. Loxias no podía saciarse de su sabor; era adictivo, al igual que ella misma. Su cuerpo la reconocía, como también lo hacía su alma. Deslizó las manos hacia abajo rodeándola y acunando sus nalgas. La atrajo hacia él, encajando perfectamente contra sus caderas mientras, su ya erecto pene, se rozaba con su vientre. La deseaba con locura, anhelaba tocar su piel desnuda y hundirse en su interior, sentirla poseyéndolo de la misma manera que él quería poseerla a ella.

—Esto es una verdadera locura —musitó Cassie, al romperse el beso. Sus ojos se encontraron y en ellos había lujuria. Abandonó el delicioso trasero y ascendió por su espalda, moldeando su cuerpo por encima del vestido. Sus dedos se hundieron entonces en la espesa mata de pelo y con un par de movimientos se lo soltó. La masa castaña cayó en cascada sobre sus hombros dotando ahora su rostro de un aire más dulce y desenfadado. —El destino a menudo se construye sobre la locura. Apenas podía contenerse, como un niño deseoso de abrir sus regalos el día de navidad, quería desenvolverla a ella. Deseaba arrancarle ese maldito vestido y resbalar las ansiosas manos por su piel, comprobar si era tan cremosa como parecía. Los senos se apretaban contra el escote del vestido, llenos e invitantes, a pesar de la gruesa tela vaquera, sus endurecidos pezones se marcaban contra ella haciéndole la boca agua. Se obligó a contenerse, se deleitó una vez más bajo su mirada y volvió a tomar posesión de esa dulce boca. Sintió su vacilación durante unos instantes, estremeciéndose cuando penetró la barrera de sus dientes y se sumergió en la húmeda cavidad. La acarició, se embebió de ella, embriagado de su sabor de calor pero nada era suficiente. —Sabes tan bien —murmuró, lamiéndole los labios y sintiendo su estremecimiento como respuesta. La empujó suavemente contra una de las columnas, atrapándola entre la piedra y su pecho, sin permitirle otra cosa que entregarse al placer. Podía sentir su excitación como si fuese la propia, el ligero estremecimiento de su cuerpo entre sus brazos así como la lucha interior que llevaba a cabo su obnubilada mente. Los botones del vestido fueron cediendo poco a poco dejando a la vista la vibrante tela del sujetador y la suave y cremosa piel bronceada. Le resbaló la tela por los hombros y tiró de ella, arrastrándola hasta la cintura, dónde el vestido seguía sujeto por un par de botones. Sus pechos empujaban contra la tela del sujetador, los pezones destacaban contra la breve prenda que los aprisionaba de manera invitadora. Deslizó las manos por su piel, la escuchó gemir y no pudo

EN OTRA VIDA DE AMARIAS MISHA SCAILDonde viven las historias. Descúbrelo ahora