Capítulo 3

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A las diez en punto Bang Chan estaba uniformado y presente en el Museo de Arte, listo para comenzar a trabajar. Su jefe, el señor Choi, le estaba dando todas las indicaciones necesarias mientras lo guiaba a través del museo hacia su puesto.

El trabajo no era muy difícil, sobre todo porque el museo iba a estar cerrado. Él solo debía pasear por los pasillos del primer piso, entrar a las salas, fijarse que todo estuviera en orden y ya. Demasiado aburrido para su gusto, pero trabajo era trabajo, y eso era mejor que nada.

Allí conoció a Seo Changbin, un chico unos años menor que él y apenas unos centímetros más bajo, pero con un cuerpo que asustaba a cualquiera. No parecía mala gente y le agradó mucho a Chan. Antes de comenzar el turno, le dijo al nuevo que si necesitaba ayuda, no dudara en pedirla. Él iba a estar un piso más arriba que Chan, y dijo que iba a ir a buscarlo durante su descanso para tomar un café juntos, si así lo deseaba.

A Chan no le gustaba el café, pero no podía negarle esa oferta tan gentil a su nuevo compañero de trabajo, así que le agradeció y siguió su camino.

En el primer piso, como él adivinó, no había nadie más que él. Se preguntó entonces por qué un museo tan moderno como ese no utilizaba cámaras de seguridad. Tal vez no tenían nada de valor a diferencia de otros museos más grandes e importantes. Tal vez no había dinero suficiente para tener un sistema tan complejo para solo tres pisos.

Lo único que lo mantenía conectado con otro ser humano era el pequeño y viejo walkie-talkie que tenía colgando del cinturón, junto a una linterna. Se parecía a esa película que sus hermanos amaban cuando eran chicos, con la sutil diferencia de que él estaba en un museo de arte, no de ciencias.

Las primeras horas transcurrieron sin ningún contratiempo. Chan daba vueltas por el primer piso a paso totalmente lento. Sus pies parecían hechos de cemento y sus piernas piedras de granito puro. Al cuarto bostezo seguido miró el reloj en su muñeca. Apenas las dos de la mañana. Le faltaban otras cuatro horas de merodear por los mismos rincones.

Para ser sincero, no había estado en todas las salas. Aún le quedaba la última, la más lejana, la que, por algún motivo que desconocía, no se animaba a pisar. Pero sabía que debía hacerlo porque todavía necesitaba el trabajo y no le gustaba la idea de morir de hambre debajo de algún puente de Seúl. Se armó de valor y a paso lento pero firme se acercó.

"Colección por Lee Yongbok"

El cartel de la entrada le dio la bienvenida. Respiró hondo. Se preguntó si realmente debía estar allí, ya que era imposible que alguien pudiera haber entrado sin que lo hubiera visto.

Pero cuando alzó la cabeza y miró dentro de la sala, el corazón casi se le sale del pecho.

Allí, frente al cuadro, en la banca donde él había estado días antes, había un chico rubio sentado, dándole la espalda.

Las manos de Chan comenzaron a llenarse de sudor. La boca se le resecó. No, era imposible. No podía haber nadie ahí. Nadie podía haberse colado. No, no había forma alguna. Debía ser un chiste, sí.

Llevó las manos al aparato para comunicarse con Changbin pero, para su sorpresa, no funcionaba. Era como si se hubiera quedado sin batería cuando recordaba que estaba cargado al cien por ciento.

—Dis...disculpe, señor —habló con voz gruesa, intentando mostrarse seguro, pero su nerviosismo lo delató al trabarse. El chico no se dio vuelta, parecía no haber notado a Chan aún, o no escucharlo—. El museo está cerrado, le voy a tener que pedir que se retire, por favor.

El chico seguía sin demostrar señales de moverse, así que Chan decidido avanzó hasta llegar donde él. Se paró detrás de la figura del joven, y lo miró por encima de la cabeza. Los bucles perfectos de color dorado le recordaron a algo, a alguien.

El chico del cuadro azul // CHANLIXDonde viven las historias. Descúbrelo ahora