CAPITULO 5 : PARTE 1

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—¿Por qué tengo la sensación de haber estado anteriormente aquí? —murmuró Cassie tiempo después, acostada desnuda sobre una manta, a los pies de la entrada del Templo de Apolo. Giró hacia el culpable de tal situación, encontrándose con sus ojos azules—. ¿De conocerte desde hace mucho tiempo? —Porque has morado  en estas tierras mucho antes de que los dioses  fueran  relegados  a  ser simples recuerdos —le dijo, sosteniéndole la mirada—. Tu alma lo recuerda, pero, ¿qué en realidad? ¿Me recuerdas por lo que fui o por quién fui para ti? Ella lo miró, sintió el tacto de su mano acariciándole el rostro, trayendo consigo un anhelo que nada tenía que ver con la lujuria que habían compartido durante las últimas horas. Para entonces, la noche había caído ya sobre el complejo arqueológico, Loxias le había asegurado que no había nada que temer, que nadie los molestaría mientras él estuviese con ella. Ahora, viéndolo en frío, no podía creer la locura que se había apoderado de ella. Acababan de profanar, de la manera más deliciosa, el Patrimonio de la Humanidad. Aquello tenía que poner un nuevo nivel en su lista de desastres. —¿Quién eres en realidad? ¿Por qué siento que te conozco a pesar de no haberte visto nunca? —no pudo evitar insistir. Entonces sacudió la cabeza y expuso sus pensamientos en voz alta—. Te das cuenta, que hemos terminado sobre unas piedras que tienen miles de años, y a las que la UNESCO ha declarado    Patrimonio    de    la Humanidad. Y no es que me queje, vaya, soy mayorcita para ser consciente de mis actos… pero aun así… esto se sale de mi rango de locura habitual. Él sonrió y le recorrió el rostro con los dedos, como si quisiera recordarlo. —Me doy cuenta de que estuve esperando esto, mucho tiempo — aseguró al tiempo que le besaba los labios—. ¿No se te ha ocurrido pensar, que quizá, en otra vida, fui alguien que te amó y te dejó marchar? Ese habría sido un error lo suficientemente grande e importante   como   para   desear recuperarte. Ella esbozó una irónica sonrisa, se puso cómoda sobre la manta en

la que se habían recostado y lo miró. No podía dejar de hacerlo, era realmente atractivo. —¿Y quién habrías sido? Volvió a deslizar los dedos por su rostro y se lamió los labios. —Alguien que creyó en las mentiras que yo mismo puse en tu boca, alguien que se pasó toda la eternidad esperándote. Recordándote… — respondió con una voz profunda, casi tan hipnótica como lo eran sus ojos azules—. Alguien que no pudo borrar tu recuerdo por mucho que lo intentó y que ha vivido desde entonces con un profundo remordimiento y la esperanza de poder enmendar lo que te hizo… Sus palabras sonaron lejanas a pesar de que las escuchó alto y claro. Parpadeó, sintiendo como el conocido sopor que la embargaba cuando acechaba alguna visión, caía sobre ella. —¿Por qué hablas como… como si eso hubiese ocurrido de verdad? Su mirada azul dejó de existir, convirtiéndose en un profundo pozo en el que empezó a hundirse sin remedio. —Porque es nuestra realidad, iéreia mou. —Escuchó su voz, cada vez más lejos y por primera vez, entendió lo que  esas  palabras si gni fi caban. Mi sacerdotisa—. Recuérdame, Cassandra… recuerda lo que una vez fuiste… lo que las Moiras nos depararon a ambos. Siguió perdida en sus ojos, hundiéndose cada vez más y más, mientras sus palabras abrían las compuertas de su alma y extraían de ella el recuerdo de una vida ya extinta y un amor maldito. Como solía ocurrirle cada vez que atacaba una de sus visiones, se sintió extraída de su propio cuerpo y lanzada a través de un túnel hacia el momento que debía ver. Esta vez sin embargo no se encontró como simple espectadora del futuro, su conciencia presente se hundió en la pasada y su alma conectó  con aquella que fue una vez, viendo y sintiendo a través de sus ojos la niña que fue en otra época y lugar.  Había insistido tanto en que jugasen a las escondidas que a Héleno no le quedó más remedio que acceder. Ella sabía que su hermano prefería estar jugando con la tonta espada de madera e imitar los gestos de su padre, pero a Cassandra no podía importarle menos todo eso. Ella deseaba salir al jardín, corretear por el palacio, disfrutar de un día de juegos, a poder ser lejos de su nodriza. Así que había arrastrado a su gemelo, sobornándolo como solo una niña de ocho

años y adorada por su hermano, podía hacerlo. Se había escabullido por la parte trasera del jardín, sabía que él hacía trampas y la había visto, por lo que no dudó en atravesar el patio como un relámpago y subir con esfuerzo los tres escalones que conducían al templo. La melancólica  música  de  la  lira atrajo su atención, tirando de ella como si fuese una cuerda mágica. Su madre le había prohibido aventurarse en el templo del Dios Apolo, poniendo como excusa su corta edad y la retórica que siempre utilizaba cuando quería meterla en cintura. Puso los ojos en blanco e hizo lo que mejor se le daba; su propia voluntad. El lugar estaba en silencio a excepción de la melodía que se escuchaba de fondo. Las llamas del fuego encendido en los pebeteros iluminaban el interior del templo y marcaban el camino hacia el altar, de dónde procedía la música. Curiosa, y habiendo olvidado ya su juego, se aventuró en el interior de la sala y lo vio allí. Era un hombre, mucho más joven que su padre y completamente dorado. El pelo rubio se le rizaba ligeramente sobre las orejas y creaba ondas sobre las cuales la luz del fuego arrancaba destellos de oro. Estaba sentado con una pierna doblada debajo de él y la lira apoyada sobre el muslo, mantenía la cabeza inclinada mientras los largos dedos arrancaban melancólicas notas. Iba vestido como uno de los sacerdotes que solían acudir en presencia de su padre, con una sencilla prenda blanca con bordados azules y unas alpargatas doradas. Se rascó la nariz, era un gesto que solía hacer muy a menudo, especialmente cuando tenía que pensar en algo con mucha concentración. ¿Debía quedarse o marcharse? ¿Se enfadaría el músico si lo interrumpía? —Es una melodía muy triste — murmuró, con la inocencia propia de su edad. Sin pensárselo más, caminó hacia él para dejarse caer sentada a su lado—. ¿No conoces una canción más alegre? Él levantó entonces la cabeza y pudo ver unos intensos ojos azules mirándola con anodina curiosidad. Guardó silencio durante tanto tiempo, que pensó que quizá no la hubiese escuchado o que no pudiese hablar. —¿No puedes hablar? — preguntó—. ¿Te ha n cortado la lengua? Padre dice que si no me porto bien y guardo silencio, vendrá el dios

Apolo y me cortará la lengua. Pero sabes qué, no creo que lo haga. ¿Para qué iba a querer el dios la lengua de una princesa? Y yo la necesito, si no tengo lengua, ¿cómo voy a hablar? Padre dice que hablo demasiado, pero no hablo tanto, puedo callarme. Él dejó de tocar el lira, apoyó el objeto por completo sobre la pierna y la miró con lo que solo podía ser curiosidad. —¿Y quién es ese padre tan severo, pequeña lenguaraz? Cassandra frunció el ceño, desconocía el significado de aquella palabra, pero tampoco le parecía interesante averiguarlo. —Mi padre es el señor de la ciudad, el Gran Rey Príamo de Troya —recitó tal y como le había enseñado su maestro—. Yo soy Cassandra, princesa de Troya, hija del Gran y Valeroso guer… guer… guerro… no… guerrero. Los labios masculinos se curvaron, la única señal que dio el extraño y silencioso hombre de encontrarla divertida. —¿Y qué ha venido a buscar una pequeña princesa troyana al templo del Dios del Sol? —le preguntó, inclinándose hacia ella —. ¿Buscas el favor de Apolo?

Ella encogió sus pequeños hombros y luego sacudió  la cabeza, haciendo que sus rizos volasen en todas direcciones. —Mi hermano Héleno y yo estamos jugando a las escondidas continuó con su locuaz conversación—. Me escapé por la parte de atrás del jardín de palacio. Él hace trampas, así que corrí para que no me encontrase, pero entonces escuché la música y vine a ver quién estaba tocando. Y eras tú. ‹‹¡Cassandra! ¿Cassandra, dónde estás? ¡Ya no quiero jugar más a esto! ¡Sal ahora mismo o se lo diré a padre!››. Ella hizo una mueca al escuchar la voz de su hermano en la entrada del templo, resopló y se levantó. —Tengo que irme —declaró con pesar—. Volveré mañana y tocarás una canción más alegre para mí. Sonrió mostrando los dos dientes de leche que le faltaban y giró sobre su s  talones, salió del edificio gritando ya el nombre de su hermano y la poca paciencia de este para con ella. Algo que le había escuchado decir muchas veces a su madre. Ella había vuelto al templo al día siguiente, tal y como se lo había prometido, y él interpretó para ella una nueva melodía, más alegre. Cassie sabía que las citas se habían repetido una y otra vez a lo largo de los siguientes años, podía recordar con  meridiana claridad cada una de ellas, viéndolas a través de los ojos de quien fue en otra vida. Con el paso del tiempo, había entrado a formar parte del mismo templo como sacerdotisa de Apolo, si bien el dios nunca la había honrado con su presencia, Loxias permanecía a su lado, compartiendo cada importante momento de su vida, cada logro y cada pena. A su lado, empezó a despertar como mujer, la niña que fue quedó atrás para dejar paso a una adolescente cuya belleza empezaba a ser ya eco de alabanzas entre su pueblo.

EN OTRA VIDA DE AMARIAS MISHA SCAILDonde viven las historias. Descúbrelo ahora