CAPITULO 6 : PARTE 1

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En Grecia todo el mundo parecía tener prisa, no veías a nadie quieto durante más de unos pocos minutos y nunca, a menos que se tratase de disfrutar de la comida, se detenían a menos que fuese algo importante. Cassie examinó su té con leche y el panecillo que apenas había tocado. Era incapaz de dejar de darle vueltas a todo lo ocurrido el día anterior. Ahora, en frío, lo veía tal y como era; ¡una locura de proporciones bíblicas! Lo peor de todo, es que no sabía que le preocupaba más, si el haber follado en medio de una de las ruinas más importantes del país o toda la locura que se desató después con aquella visión. Hasta ahora, no había tenido nunca visiones del pasado. Todo lo que veía era el futuro, y nunca algo que estuviese relacionado directamente con ella. Nunca se veía a sí misma, esta fue, de alguna extraña manera, la primera vez. —No, no vayas por ahí —se recriminó a sí misma—. Solo es un chalado que se inventó toda esa historia para seducirte… y mira por d ó n d e , el maldito idiota, lo consiguió. Un polvo y era incapaz de quitárselo de la cabeza. —Cassandra… sí, claro — resopló—. Nada más y nada menos que una antigua princesa troyana, que se enamora de un dios y este le ofrece el don de la adivinación a cambio de un polvo. La sacerdotisa maldita. Un conocido mito griego que se revelaba ante ella como parte de una vida pasada de la que, hasta entonces, no había sido consciente. Bufó, levantó la taza y bebió un sorbo, el líquido estaba dulce, como a ella le gustaba pero frío. Había perdido la noción del tiempo. —¿Quién diablos eres en realidad —murmuró para sí. No podía quitarse de encima la sensación de que lo conocía, de que había visto su rostro antes de aquella noche, pero, ¿dónde? No pensaba aceptar la loca idea de que él fuese —o hubiese sido— un dios. Sí, se le daba de puta madre el deporte de cama, pero adjudicarle poderes divinos… y a pesar de todo, seguía sin poder quitarse de encima la extraña sensación de déjà vu que sintió con él. —Me va a estallar el cerebro — resopló y se dejó caer sobre la mesa, con la cabeza entre los brazos—. Y lo peor de todo es, que la

culpa ha sido solo mía. Si no me hubiese empeñado en venir aquí. ¿Qué diablos esperabas encontrar? ¿A ver, dime? —se flajeló a si misma—. Ahí va de nuevo la chalada de Cassie, corriendo hacia ningún lado por lo que le dice un tío, al que ni siquiera le vio el rostro, en un jodido sueño. ¡Pues a la mierda los sueños! Su inesperado comentario, dicho a voz en grito, espantó las palomas que picoteaban las miguitas de pan al lado de su mesa y sobresaltó a los transeúntes que progresaban por la calle. Una niña pequeña, de pelo negro y en tirabuzones clavó sus ojos azules en ella. Los primorosos labios formaron una pequeña “o” antes de decir alguna cosa a la mujer que la llevaba de la mano. Esta se inclinó sobre ella, respondiendo en griego antes de tirar de nuevo de la pequeña y continuar camino. Siguió a la pareja con la mirada unos instantes, pero la llegada de una nueva visión nubló todo el mundo real sumiéndola en un túnel de oscuridad del que pronto emergió de nuevo a la luz. Se encontró de pie a los pies de una montaña, el sol se alzaba por encima de la cima, bañándolo todo con una ambarina luz. No se oía nada, no había nadie a su alrededor y sin embargo sabía que se ocultaba algo en su interior. Echó a caminar observando el paisaje, intentando descubrir dónde estaba. El aire se levantó a su alrededor trayendo consigo el salitre del mar y el sonido de las olas, pero no fue lo único, ya que también llegó a sus oídos una extraña melodía. Se dejó llevar, sabiendo que no podría escapar de la visión hasta haber visto lo que  tenía que ver. Ese momento llegó en la forma de una mujer con espeso y largo pelo negro y un corto vestido ibicenco ondeando al viento. Sin embargo, ella no era la dueña de la melodía, ya que esta procedía del conjunto de ruinas que se encontraban a su espalda. Se tensó, allí había algo oculto, fuese lo que fuese parecía estar observando a la mujer. Ella, sin embargo, parecía totalmente ajena a aquella presencia, pues giró sobre sus talones y echó a caminar pasando a su lado sin notarla siquiera. Al verla de cerca se fijó en que llevaba una cámara de fotos al cuello, pero su semblante quedaba oculto tras una cortina de pelo que el viento trenzaba como si no desease que viese su rostro.

La oscuridad la envolvió de nuevo  y  cuando  volvió  a  ser consciente de la realidad que la rodeaba, su mirada seguía fija en la niña y la mujer cuyo pelo negro hondeaba tras ella como lo había hecho en su visión. —Vaaaaaalep —musitó para sí, parpadeando—. Qué coño ha sido eso. Sintió un escalofrío, se frotó los brazos y sacudió la cabeza. Había tenido una visión del porvenir de la mujer que se perdía ya al doblar la esquina, pero no tenía la menor idea de su significado. Miró su té, hizo una mueca y dejó la taza a un lado. —Voy      a      tener      que      dejar      de comer comida griega —masculló. Primero ese tío, luego esa visión del pasado y ahora esto. Necesito unas vacaciones de mí misma. Lo más sensato que podía hacer ahora era recoger sus cosas y adelantar su vuelo a casa. Olvidarse de todo, de su sueño, del hombre sin rostro y de su sensual voz. —Tú eres Cassie… Cassie a secas, no fuiste una princesa de Troya, no fuiste maldecida por un dios… y no amabas a ese hombre, sea la reencarnación de un dios o un  chiflado…  ¡Por   todos    los diablos, si apenas le conoces! Y era la verdad, no lo había visto en su vida hasta el día anterior, aunque él parecía conocerla a ella al dedillo, especialmente su cuerpo. Se estremeció, su sexo se contrajo en respuesta, humedeciéndose. Incluso los pezones se le pusieron duros y toda la piel empezó a hormiguearle ante el solo recuerdo. Loxias la había encendido, manipulando su cuerpo como un experto artificiero y la había conducido al límite, consiguiendo que muy pocos hombres o nadie, consiguió hasta el momento. Reconócelo. El chico sabe cómo moverse y lo hace muy, pero que muy bien. —¡Cállate! —le gritó a su propia conciencia, haciendo que una vez más los transeúntes le prestasen atención. Siseó en voz baja, cogió el panecillo, se lo metió en la boca y abandonó el asiento solo para escuchar la melodía del móvil en el bolsillo trasero de los shorts. El identificador de llamadas le confirmó que el poli tono era el correcto; su amiga Diana atacaba de nuevo.

—¿Qué tripa se te ha roto? — preguntó nada más descolgar el teléfono. —Hola, hola, holaaaaaa — saludó como siempre—. ¿Qué tal está resultando tu experiencia por tierras Griegas? —Un asco —soltó de golpe y su amiga se rió—. No, en serio. Hace un calor infernal, la gente no entiende el inglés y no dejan de repetir todo el tiempo una frase inteligible. Diana se echó a reír incluso con más fuerza. —Ya veo que lo estás pasando bien —dijo risueña—. ¿Estás ya en Delphos? ¿Has ido al templo? Dudó a la hora de responder, ¿qué podía decirle? Sí, fui y me enrollé con un guía. —Me pasé por allí ayer. —¿Y? ¿Encontraste lo que fuiste a buscar? Resopló al pensar en la respuesta a esa pregunta. —Encontré mucho más — farfulló en voz baja—. Oye, ¿qué sabes exactamente de una tal Cassandra, Princesa de Troya? Hubo un largo silencio, tan largo que pensó que se había cortado la línea. —¿Diana? ¿Sigues ahí? —Sí, sí —contestó ella atropelladamente—. Veamos… Cassandra fue una princesa troyana, hija del rey Príamo y la reina Hécuba… —Puedes saltarte esa parte, ya me la sé —farfulló—. ¿Fue una sacerdotisa? ¿De Apolo, quizá? —Sí a ambas cosas —respondió —. Se la conoce sobre todo como la sacerdotisa maldita. La muy guarra se la jugó a Apolo… —Oye, sin insultar —se ofendió de manera automática, entonces hizo una mueca. ¿Qué diablos pasaba con ella? —¿Qué      pasa?      ¿Era      pariente tuyo? —se burló su amiga. —Como si lo fuese —rezongó —. Continúa… —Se dice que prometió acostarse con Apolo a cambio del don de la adivinación, pero cuando el dios se lo concedió y le enseñó los secretos de los arcanos, lo mandó a freír espárragos, así que él la maldijo —resumió, casi podía verla encogiéndose de hombros—. Los dioses griegos tenían muy mala baba entonces.

—La maldijo —repitió ella, lamiéndose los labios. Entonces arrugó la nariz—. Entonces yo tenía razón, ella es esa profetisa que veía el futuro, pero que nadie creía, ¿no? —¡Bingo! —aceptó su amiga—. El mito dice que cuando Cassandra se negó a cumplir con su parte del trato, Apolo le escupió en la boca de modo que aunque dijese la verdad, nadie la creyese. Ella fue la que profetizó la caída de Troya, ya sabes, la peli del buenorro de Brad Pitt. Sí, había visto la película, la única en la que realmente le gustaba ese idiota del Pitt. Por ella, podía quedárselo todo Doña Morritos Jolie.

EN OTRA VIDA DE AMARIAS MISHA SCAILDonde viven las historias. Descúbrelo ahora