Había un rubio mucho más guapo y macizorro, en lo que a ella respetaba. Uno que ya había probado y que se creía así mismo, la maldita reencarnación de un dios. —Pero en esa película no había ninguna Cassandra —murmuró intentando hacer memoria—. ¿No? Había una sacerdotisa, sí… pero se liaba con el Brad Pitt… no había tampoco ningún dios por el medio, que yo recuerde. —Recuérdame que cuando vuelvas, volvamos a ver esa peli juntas —le dijo—. Te refrescará la memoria y yo me recrearé con ese dios dorado de Hollywood. Sacudió la cabeza y dejó que los recuerdos que todavía navegaban por su mente se filtraran de nuevo en su alma, sintió una punzada en el corazón, el dolor de la traición, una que no acababa de asimilar. —¿Cómo fue capaz de hacerme tal cosa? —¿De quién hablas? ¿Ha pasado algo que todavía no me has dicho? Negó con la cabeza, un acto reflejo pues su interlocutora no podía verla. —Me refería a Apolo, ¿cómo pudo hacerle algo así a Cassandra? —reformuló la pregunta—. Como si no hubiese infinidad de mujeres a las que asediar sin tener que ir lanzando por ahí maldiciones. Con ligarse a otra ya estaba… Una estruendosa carcajada inundó la línea. —Esa sí que es buena —se reía Diana—. Ligarse a otra. Si conocieses a un solo dios, sabrías que le dan un nuevo uso a la palabra “tozudez”. Nadie le dice que no a un dios… no a menos que quiera ser maldecido, convertido en árbol o cualquier otra cosa creativa.
Resopló. —Pues al parecer yo lo hice — musitó, entonces pateó el suelo enfurruñada. Se estaba volviendo medio bipolar con eses “yo” y “ella” que utilizaba para referirse a esa tal Cassandra—. No… es imposible que ella fuese yo en otra vida… que yo fuese ella… mierda, lo que sea. —Cass, o estás farfullando o esta conexión es una mierda — comentó su amiga—. Mira, ¿por qué no consultas en una biblioteca? Tienen que tener libros a patadas sobre la cultura, mitos y leyendas del país. Fulminó el teléfono con la mirada. —Da la casualidad de que no tengo n i zorra idea d e griego, cariñito. Su amiga bufó. —¿Para qué crees que está el internet? —le recordó—. Y si no, también puedes mirar en alguna tienda de suvenires. No sería raro que tuviesen alguna copia en inglés —razonó. Entonces se escuchó el sonido del timbre de la puerta—. Oh, ese debe ser Enrico. Te dejo, hermosa. Llámame tan pronto tengas noticias. Cassie puso los ojos en blanco. ¿Quién diablos era Enrico? Esa mujer cambiaba más de hombre que de ropa interior. —Te llamaré tan pronto esté por subirme al avión de vuelta a casa —se despidió—. Cuídate y no hagas locuras. Ella se rió. —Tú también —pidió y tras lanzarle un sonoro beso, le colgó. Suspiró y negó con la cabeza al tiempo que se volvía a guardar el teléfono. —Así que… Enrico —chasqueó la lengua y puso los ojos en blanco —. Lo que daría por tener la mitad de vida sexual que ella. Eso tiene solución, vuelve con el guía macizorro y descuenta los meses de sequía, la aguijoneó ahora su libido. —Como si fuera tan fácil — resopló al tiempo que echaba un rápido vistazo a su alrededor—. Vamos a ver dónde diablos encuentro una biblioteca, tienda de suvenires o lo que sea. Con una conexión
decente a internet, me conformo. Suspiró y echó a andar, ni siquiera estaba segura que estaba buscando, pero no podía quedarse de brazos cruzados y aceptar como si nada, que quizá, en otra vida, habría sido… una sacerdotisa maldecida por un dios.
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EN OTRA VIDA DE AMARIAS MISHA SCAIL
RomanceSINOPSIS ¿Y si los mitos no fuesen tal y como los conocemos? ¿Y si los dioses y los héroes de la antigüedad siguiesen todavía entre nosotros buscando a su alma gemela? Cassie siempre ha pensado que el don que posee es una maldición, especialmente de...