CAPITULO 7 : PARTE 2

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—¿Qué pudo haber conducido a un dios a ser tan cruel? —insistió, dispuesta a seguir metiendo el dedo en la llaga—. Ya sabemos que los dioses del Olimpo no eran precisamente un dechado de virtudes, pero de ahí a montar en cólera porque le diesen calabazas… me parece un pelín exagerado. —El amor es, en ocasiones, la más cruel de las razones — respondió—, como lo es el estar ciego a él. —¿Hablas por propia experiencia? Acortó la distancia que los separaba hasta detenerse a escasos centímetros de ella. —Ya que no crees en mis palabras, cree en lo que habita en tu a l ma —declaró al tiempo que le sujetaba el rostro y la atraía hacia él—. Mira en tu interior, busca una vez más entre los recuerdos y ve quien fuiste en otra vida… aquella que ambos compartimos. Cassie sintió el calor de su aliento cuando bajó los labios sobre los suyos en un delicado beso. Quiso protestar, empujarle, pero su cercanía, una vez más, le nublaba el juicio y solo pudo corresponder a su beso, sintiendo al mismo tiempo como su cuerpo se derretía, desvaneciéndose y sumergiéndose en el conocido sopor que traían consigo las visiones. El oscuro túnel se abrió tragándola, arrancando su conciencia del mundo terrenal y arrastrándola a un lugar que ya no estaba segura de querer visitar. La sensación de familiaridad era tan intensa, tan apabullante como las emociones que ahora la consumían, emociones que no debían ser suyas y que sentía en lo más profundo de su alma. Al igual que la vez anterior, se encontró como protagonista y no solo como espectadora, su conciencia tomó el mando y el cuerpo de una mujer que se parecía demasiado a ella físicamente y cuyas emociones, reconocía como si siempre hubiesen sido suyas. Recordó el tiempo pasado con el dios, su paciencia a la hora de enseñarla a controlar los Arcanos de la Adivinación, los furtivos encuentros en los que se entregaba en cuerpo y alma a él. A su lado, fue despertando a un mundo destinado a los dioses y aquellos favorecidos por ellos, de su mano aprendió los secretos ocultos para los mortales y creció en poder, como también creció en amor. Una tarde, como muchas otras, recostada entre sus brazos,

sopesaba los últimos acontecimientos que habían llamado a su puerta. —¿Qué      nubla      tu      mente, Cassandra? Se revolvió y alzó la mirada con una suave sonrisa. No quería poner sobre sus hombros cosas tan banales como las intrigas de palacio o la insistencia de su padre por que su hermano encontrase esposa. El Rey Príamo estaba decidido a que su heredero contrajese matrimonio de la manera más ventajosa posible, pues a ella ya la daba como perdida al convertirse en sacerdotisa de Apolo. —Nada, mi señor —negó y le acarició la tersa mejilla—. Es solo, que no puedo dejar de pensar en lo breve que se hace el tiempo cuando estoy a tu lado. Él la besó, acariciándole los labios, saboreando el néctar que encontraba en su boca para hacerlo luego suyo. —Dime que es lo que ves, Cassandra. En el momento de su mandato, el mundo dejó de existir para ella y ante sus ojos se descorrió el velo que protegía el futuro. —Él regresará —murmuró sumida en su misión—. Vendrá para reclamar el lugar que le pertenece y su llegada traerá consigo sufrimiento… —¿Quién es él? Se lamió los labios y sacudió la cabeza.

—Un príncipe de Troya — respondió. El miedo inundó sus venas como lo hacía la incertidumbre. Las visiones la prevenían, pero no acababan de ser todo lo claras que deberían—. Tengo miedo — confesó—. Temo que su llegada traiga el fin para todos nosotros, que suponga el fin de la ciudad. Él la abrazó, deslizó las manos por su cuerpo haciéndola estremecer y dejándola una vez más d e  espaldas contra el suelo mientras la cubría con su figura. —No tienes nada que temer mientras sigas a mi lado, Cassandra — declaró él con total seguridad—. Eres la pureza y la gentileza que necesito para mantenerme cuerdo, es tu amor el que hace que palpite mi corazón, por ti soy capaz de dejar atrás este mundo de guerras y codicia, terrenal y divino. Ámame, Cassandra y mi vida será eternamente tuya, traicióname y tuyo será mi odio. Se abrazó a él, entregándose de nuevo a la pasión, yaciendo para su placer y el propio. —Nunca te traicionaría, Apolo, nunca podría traicionar a mi propio corazón, el cual yace en tus manos. Y sus palabras eran ciertas. Nunca lo traicionó, ni siquiera con la mente, él era todo lo que amaba y siguió siéndolo, incluso cuando el dios enterró el cuchillo en su pecho, haciéndole pedazos el corazón. Llegó el tiempo de los Juegos de la ciudad organizados por el rey y que reunía a numerosos extranjeros. Los días fueron tan ajetreados que apenas tenía tiempo de abandonar sus deberes reales y escabullirse de palacio para encontrarse furtivamente con su amante. Aquella misma tarde había visto con sus propios ojos como una de sus predicciones se hacía realidad. Paris, el hijo perdido del Rey Príamo y la reina Hécuba, su propio hermano, había regresado de entre los muertos, derrotando a sus oponentes en uno de los juegos y atrayendo la mirada de los gobernantes. Su madre lo reconoció al instante, reclamando al hijo que el rey había hecho desaparecer debido al sueño que había tenido la propia madre, estando todavía en cinta, en la que se le anunció que el vástago sería el culpable de la destrucción de su patria cuando fuese adulto. Una visión que había tenido ella misma y que,  si nadie lo  evitaba, terminaría haciéndose realidad. Cassandra necesitaba del consuelo y la paz que le transmitía

EN OTRA VIDA DE AMARIAS MISHA SCAILDonde viven las historias. Descúbrelo ahora