Cassie quería marcarle, dejarle grabadas las uñas en la piel y los dientes. No deseaba suavidad, todo lo que quería hacer ahora era desahogarse, erradicar el tumulto que corría por sus venas, eliminar los recuerdos y sobre todo sacárselo de su sistema. Quería odiarle, castigarle por haberla dejado sola cuando más la necesitaba, por negar su traición y al mismo tiempo deseaba acercarle más, fundirse con él y obligarle a amarla una vez más. —Cassandra… Lo cayó uniendo de nuevo su boca a la suya, acariciando con la lengua la pequeña punzada que le propinó en el labio inferior. —No digas una sola palabra — fue una súplica. Una que no deseaba emitir y que había surgido sola—. No quiero escuchar… no quiero… Ahora fue él quien la besó, con dureza, la apretó contra la columna haciendo que notase la piedra a su espalda y su cuerpo al frente. Mantuvo sus manos por encima de la cabeza obligándola a arquearse para acercarse a él, aplastándole los senos contra el duro torso mientras restregaba una palpable y dura erección contra su estómago. El deseo bullía en sus venas aumentando la necesidad que le despertaba la proximidad de su cuerpo, su aroma, sus besos y quería más de él, quería su piel al desnudo, su pene enterrado profundamente entre sus muslos. Quería que la arrancase del remolino de emociones que los recuerdos habían iniciado en su interior y lo quería ahora. Como si le leyese el pensamiento, una de sus manos bajó a la ceñida blusa y le apretó el pecho por encima de la tela. Los pezones se le endurecieron al instante, reaccionando al contacto de sus manos. Gimió, era imposible no hacerlo cuando todo su cuerpo estaba en llamas y se retorció contra él. —¿Cómo puedo odiarte y al mismo tiempo desear arrancarte la ropa? —rumió, desesperada por hacer eso mismo—. Suéltame… quiero… necesito tocarte… Él no solo desoyó su orden, sino que trasladó la boca a la sensible zona inferior del cuello, en el punto en que se unía con su hombro y la mordió. Un bajo y agónico gemido se le escapó de entre los labios, mientras las piernas se le convertían en gelatina.
—¿Cómo…? Él le lamió la zona que había mordido y sopló suavemente. —Te conozco, de la misma forma que tú me conoces a mí — murmuró lamiéndole ahora el lóbulo de la oreja—. Nuestros destinos se entrelazaron hace mucho tiempo, agapi, esta no es más que la reunión que siempre hemos esperado. El corazón le dio un vuelco al escucharle llamarla “amor” en griego. No era la palabra en sí, ni el tono de su voz, era lo que esta significaba para ella, los recuerdos que traía consigo y despertaba en su alma. —Dime, Cassie —pronunció su nombre al tiempo que la soltaba, solo para atraerla contra su pecho y clavar esa rabiosa mirada azul sobre ella—. ¿Será en esta vida? Cerró los ojos para no mirarle y se cerró a todo pensamiento. Sus manos se perdieron en su pelo, enganchó la goma que le sujetaba la coleta con los dedos y tiró de ella hasta soltárselo mientras le comía la boca. —No hables —insistió una vez más, volviéndose agresiva, necesitando que él reaccionara en consonancia—, solo… fóllame. Hazlo duro y fuerte… aleja toda esta irrealidad de mí. La mano masculina se cerró alrededor de su propio pelo y tiró hacia atrás, arrancándola de su beso y obligándole a mirarla. —No podrás huir de quien eres por mucho que lo intentes — aseguró—, créeme, llevo milenios intentándolo. Gimió, dispuesta a decirle que si no hacía algo y pronto, lo mejor sería que la soltara y cada uno se fuese por su propio camino. No fue necesario. Se sintió vapuleada, impulsada hacia atrás una vez más, su espalda impactando contra la dura columna. Al instante sus manos deshacían el lazo que le ataba la blusa y tiró con fuerza haciendo saltar todos y cada uno de los botones. —No me dejes recordar — musitó, deshaciéndose ella misma de la estropeada blusa—. Hagas lo que hagas, no dejes que siga pensando en nada que no seas tú y este maldito momento. La empujó una vez más, su mano apoyada firmemente sobre su estómago mientras la dominaba con su altura. —No puedes dejarlo atrás, no sirve de nada fingir ser alguien
más… —insistió él, aferrándole con fuerza la cabeza, enterrando los dedos en su pelo—. No podrás recuperar lo perdido… Sacudió la cabeza. —No quiero recuperarlo, solo quiero huir de este sufrimiento — insistió buscando la respuesta en sus ojos—. Durante un breve instante, puedes hacer que mi alma deje de llorar, ¿no es así? Él cerró los ojos, lo vio suspirar y al abrirlos de nuevo, la resolución estaba de nuevo en ellos. —Sí, puedo —confirmó y volvió a bajar sobre sus labios, magullándolos pero no le importó. Quería aquello, por encima de todo, quería que la marcase y huir del sufrimiento que él le había provocado. Enlazaron sus lenguas, dejó que le arrasara la boca al tiempo que le magreaba los pechos por encima del sujetador. La tenía inmovilizada con una mano hundida en el pelo, reteniendo su cabeza en un ángulo propicio para é l . S e contoneó, frotándose contra su cuerpo, deseando arrancarle la ropa como él le había arrancado la blusa, deshacerse de cada una de las prendas hasta que no hubiese más que piel entre ellos. —Quítate la ropa —demandó, deslizando ya sus manos a la camisa y tirando de ella con fuerza. Estaba decidida a arrancársela con los dientes si hacía falta, pero la maldita tela no cedió como esperaba, ya que se quedó atascada al segundo botón—. Demonios, ¿por qué solo los tíos os divertís rompiendo la ropa? Él le dedicó esa misteriosa sonrisa que recordaba a la perfección y con un leve tirón hizo volar cada uno de los botones para luego desprenderse de la prenda. Cualquier pensamiento coherente voló en el mismo momento en que posó la mirada sobre el dorado torso, un fino vello le espolvoreaba el pecho así como bajaba desde su ombligo para perderse más allá de la cinturilla de los pantalones. Se lamió los labios, sus manos se movieron por propia decisión al botón y cremallera que mantenían encerrada la dura erección. Él pareció tener la misma idea, pues ya se había deshecho del botón que cerraba su short y tiraba de él hacia abajo en su necesidad de tenerla desnuda. Se lamió los labios, casi podía sentirse como una gatita
relamiéndose ante un delicioso plato con el que saciar su hambre. Los pantalones cedieron al paso de sus manos, él ya se había deshecho de las botas y no hubo nada que le impidiese quitárselos. Tragó, el hombre poseía una musculatura envidiable, no había ni un solo gramo de grasa en ese cuerpo y sus piernas largas y fuertes estaban salpicadas por un fino vello rubio que lo convertía en lo que era realmente, un dios dorado. Un breve slip negro, a duras penas podía contener el pene totalmente erecto y perfilado por la tela. Se le hizo la boca agua, le hormigueaban los dedos por tocarle y comprobar si era tan magnífico como parecía. Sin embargo, sus dedos no llegaron a alcanzar la meta, pues él la giró sobre sí misma y la empujó de nuevo contra la antigua columna. Sus pezones se erizaron al contacto con la fría piedra, pero en vez de apagar el fuego que le corría por las venas, se sintió todavía más encendida. El sujetador se aflojó casi al instante, los dedos masculinos deslizaron las tiras por sus hombros y se lo arrancó de golpe, dejando que sus senos al aire. El tanga no tardó en seguir su mismo destino. En un abrir y cerrar de ojos estaba totalmente desnuda, con las manos apoyadas en la columna y la boca masculina mordisqueándole el cuello. Las manos de su amante encontraron el camino a través de su cuerpo y se cerraron sobre sus pezones. —¿Estás segura de que esto es lo que quieres, Cassandra? Sintió la piedra bajo sus dedos cuando los curvó alrededor de la piedra desigual. —Si tienes que preguntarlo, es que has perdido facul… —se atragantó—. Oh, joder… Una de sus manos había abandonado sus pechos y se deslizó sin preliminares entre sus piernas, apretándole el sexo en un gesto totalmente posesivo, y no fue la única advertencia a sus palabras, pues su boca se había movido ya sobre su oreja mordiéndosela al punto de sentir un pequeño aguijonazo. —La respuesta es sí —gimió, dándole lo que había pedido. Apolo nunca había sido precisamente paciente en aquellas lides, no cuando se trataba de saciar el cuerpo y obnubilar la mente. Él no dijo nada, se limitó a torturarla con mordiscos, besos y caricias, se introdujo entre sus piernas y la empaló de una sola acometida, obligándola a ponerse de puntillas para ganar algo de
espacio. Al igual que el día anterior, su cuerpo lo reconocía y su sexo le daba la bienvenida humedeciéndose aún más, pero ahora también su alma era capaz de comprender las conexiones que anoche se le habían escapado.
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EN OTRA VIDA DE AMARIAS MISHA SCAIL
RomanceSINOPSIS ¿Y si los mitos no fuesen tal y como los conocemos? ¿Y si los dioses y los héroes de la antigüedad siguiesen todavía entre nosotros buscando a su alma gemela? Cassie siempre ha pensado que el don que posee es una maldición, especialmente de...