47. EL TRATO

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FRIDA

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FRIDA

La audiencia fue especialmente dura para mi pecosito y parte de eso fue mi culpa. No debí mentir, pero entré en pánico y creo que lo complique más. Lo único de lo que me alegro, es de poder ver en sus ojos y...  ¡Me dijo que me ama! ¡Me ama!

Aunque la felicidad se opaca con el escupitajo que la asquerosa de Hipólita me avienta en la cara. ¡Vieja horrenda! La verdad no me aguanto y voy le doy un derechazo en el hocico, cómo esos qué le decía a su hijo que me diera para que me «educara».

Cae como cucaracha panza arriba y todos alrededor ayudaron a levantar a la marrana. Yo aprovecho y me voy en medio de la confusión.

Nicolás está ahí, a unos pasos y me dirijo hacia allí. Necesito hablarle. Él me mira confundido.

—Buenas tardes.

—Buenas tardes —sonríe condescendiente.

—¿Podemos hablar?

—Claro ¿Aquí?

—¿En la cafetería?

—Por supuesto, vamos —me cede el paso cómo el caballero qué Ele dice que es. Tiemblo un poco, estoy emocionada y nerviosa por lo que descubrí. Pero no diré nada al respecto, solo quiero hablar de Ele con él.

Después de acomodarnos en nuestros respectivos asientos y recibir nuestro pedido, es que tomo suficiente valor para hablar con ese imponente ser que tengo enfrente.

—¿Y de qué quiere que hablemos, señora? —Inició él.

—Nicolás, primero que nada, no quiero que vea esto cómo una competencia — digo mirándolo a los ojos, a lo que él responde.

No le entiendo ¿A qué se refiere?

—A ese día, en las escaleras —intenta disimular, pero en su mirada veo que sabe a qué me refiero y continúo—, sé que algo muy turbio se le pasó por la mente.

—Sigo sin saber a qué se refiere —agita el café sin necesidad, pero ni siquiera lo prueba.

—También tienen té, por si lo prefiere.

—Así estoy bien, gracias.

—Nicolás, estamos en el mismo equipo. Ambos  amamos a Ele y no vamos a permitir que nada peor le suceda. Y yo agradezco infinitamente que use su poder para ello.

—¿Mi poder? —ríe—. Yo no tengo ningún poder. Si lo tuviera, él no estaría atravesando por esto.

—Nico... ¿Puedo decirle así?

—Claro, ¿por qué no? —sonrió y autorizó a regañadientes, jugueteando con la servilleta entre los dedos.

—Yo amo a Ele, no sabe cuánto. Y yo sé que usted también, lo ha demostrado. Es imposible no quererlo, es tan dulce, tan puro...

Nicolás me observa atento, parece que por fin tengo su atención.

—¿Le digo algo? A veces siento celos de usted. Él no deja de mencionarlo al menos una vez al día. «Nico hizo esto», «Nico dijo aquello». Dudo que hable tanto de mí.

—Pocas veces. Pero es porque la dinámica de nuestra relación es muy distinta de la de ustedes. Además, Ele es un caballero, muy discreto. ¿Pero qué le ha contado sobre mí? — se acomoda en la silla, inclinándose un poco hacia enfrente. Sus ojos brillan, aunque no sé si de rabia o de curiosidad.

—Solo cosas buenas, se lo aseguro. Lo tiene en muy alta estima. Lo quiere mucho, Nicolás, y sea cual sea su decisión, espero que así cómo yo estoy dispuesta a darles su espacio, usted esté dispuesto a darnos el nuestro.

—Con esa derecha, no sería sensato decirle que no.

Ambos reímos. Él ahora parecía más relajado.

—Ojalá la hubiera descubierto antes. Ahora él no...

—Las cosas pasan cómo, dónde y cuándo tienen que pasar, Frida. No se atormente por el pasado. Tampoco por el futuro. Ele es un ser lleno de amor, seguro habrá suficiente para los dos.

Puso su mano sobre la mía y busco mi mirada sonriendo. Pero está vez pude apreciar sinceridad y no condescendencia, como al inicio.

No puedo creer que estemos teniendo esta conversación, pero no quiero que me vea como una amenaza, o alguien que va a alejarlo de él. De verdad deseo que estemos del mismo lado. El de Ele, el nuestro. El de los tres.

 El de los tres

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NICOLÁS

Nunca pensé vivir lo suficiente para tener una conversación como esta. Tampoco para aceptar un trato así. Pero su candidez y sinceridad me han desarmado.

Quisiera decirle que a mí ya no me queda mucho. Qué estoy aferrándome a la vida para verlo libre antes de irme. Es todo lo que quiero. Sé que con nadie estará mejor qué con ella.

—¿Se siente bien, Nicolás?

—Sí. Pero ha sido un día muy agotador. ¿Nos vamos?

—Claro.

No, la verdad no me siento nada bien y creo que ya se dio cuenta. Nos dirigimos a la salida y ella entrelaza su brazo con el mío, de forma que pueda apoyarme en ella y no al revés. Pero ahora no se trata de debilidad, sino de dolor.

—Señor Mendívil...

Escucho que alguien me llama y volteo.

—¿Podemos hablar con usted?

—¿Ahora? —pregunto y le agradezco a la señora Figueroa— Gracias.

—Tengo qué irme ¿Seguro qué está bien?

—Sí, Frida, muchas gracias.

Me quedo con los policías y ella sale. Me seco el sudor de la frente con mi pañuelo y a los pocos minutos se escuchan disparos y gritos. Y la veo caer antes de que el agente me tiré al piso para cubrirse y cubrirme al mismo tiempo.

¡No, esto no puede estar pasando! ¡No es justo! ¡Ella iba a estar con él! ¡Ese era el trato, señora!

ELE (Versión Extendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora