CAPITULO 10 : FINAL

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CHICAS ESTE ES EL FINAL ESPERO QUE LO HAYAN DISFRUTADO HAY EPILOGO NO SE PREOCUPEN


Una semana después.  —¿Piensas quedarte en la cama hoy también todo el día? Diana asomó  la cabeza por la puerta. No insistió, no la juzgó, se limitó a hacerle una sencilla pregunta y aguardar una respuesta que sabía que no llegaría. Hoy hacía una semana que regresó de Atenas, una semana desde que le vio por última vez, siete malditos largos días en los que el pasado y el presente se confundían haciendo que se hundiese un poco más en la desesperación. Había llegado a un punto en el que ya no sabía quién era, una encrucijada en la que no tenía la menor idea de qué camino seguir y cada día, cada hora, cada minuto y segundo que pasaba, se hacía incluso más difícil el encontrarse a sí misma. —¿No has sufrido ya bastante? —insistió Diana. Dejó el marco de la puerta y penetró en la habitación —. ¿No lo habéis hecho ya los dos? Cassie la miró, incluso en la penumbra en la que estaba sumida en el dormitorio, podía apreciar la decisión en su rostro. Nada más llegar, se habían encontrado con ella esperándola en el aeropuerto, la gran sonrisa que lucía empezó a morir hasta convertirse en una mueca. Se había echado a llorar, no podía evitarlo, se había contenido todo lo que había podido, pero al verla, su mundo, el "real" se impuso a todo lo demás y la pérdida se hizo incluso más grande. No era fácil renunciar al amor, y ella lo había hecho, esa segunda n o c h e , l l o r a n d o e n t r e s u s brazos, había      renunciado      al      hombre      por quien su alma sangraba de dolor. —Cassie... Negó con la cabeza, apretó las sábanas entre sus manos y se aferró a su decisión. —Él es mi pasado —musitó—, y allí debe quedarse. Después del primer acceso de llanto en el aeropuerto, Diana la había traído a casa y se quedó con ella. En una secuencia, posiblemente no  cronológica,  le contó cada una de las vivencias que

había tenido en el pasado y en el presente, mientras ella se limitaba a escucharla en silencio. —Si solo fuese tu pasado, no estarías ahora llorando por él — murmuró su amiga—. Y no habrías permanecido a las puertas del Templo de Delfos durante siete días con sus siete noches, padeciendo hambre, insultos y las inclemencias del tiempo. Si fuese tu pasado, no habrías terminado rogando, con tu último aliento ante el templo de Afrodita, que te concediese al menos otra vida más en la que estar con él. Con cada nueva palabra que brotaba de los labios de Diana, volvió a revivir cada uno de esos momentos, cada pequeño recuerdo  que conservaba de otra vida, una en la que lo había amado tan intensamente, que su último pensamiento antes de expirar, fue si él sería capaz de amarla en otra vida. Parpadeó alejando los recuerdos, necesitando ver la realidad que se encontraba ante ella, una para la que había estado ciega hasta ese preciso  momento. Su amiga y la mujer que había visto aquella vez en el templo eran como dos gotas de agua. —Eras... tú... —Se le quebró la voz, sacudió la cabeza y dejó que las lágrimas fluyesen de nuevo—. No... tú no... fue... todo fue... Su amiga respiró profundamente, sus ojos azules se clavaron en los suyos y su voz fue mucho más allá de dónde estaba su alma. —No sabía que estabas allí, que estabas escuchando —murmuró al tiempo que se sentaba a un lado de la cama. Había pena en su voz—. No sabía que acudirías al templo. En aquellos momentos, yo solo pensaba en mi misma..., necesitaba el consuelo de mi hermano y cuando fui consciente de lo que había ocurrido, ya era demasiado tarde. Volvió a negar con la cabeza, no podía aceptarlo, no quería, no podía dejar que el destino fuese tan cruel. —Artemisa... —dijo su nombre en voz alta. Su amiga, una diosa griega, asintió con la cabeza confirmando su identidad. —Escuché tus ruegos fuera del templo de Delfos —continuó  ella —. Intenté que mi hermano lo hiciese también, pero estaba herido y tú solo eras una débil mortal. Cuando por fin conseguí que me prestara atención y que escuchase lo que tenía que decir, ya era demasiado

tarde,  Hades había reclamado tu alma. No supo que decir, no había palabras que pudiesen encajar en aquellos momentos. Ni siquiera sabía cómo se sentía ante tal revelación. —Entonces, Afrodita me habló de una creyente, con amor en sus venas y el corazón en yagas — siguió narrando—. Me dijo que nunca había sentido un amor así en un mortal, que su alma desafiaba incluso a los dioses y que había decidido concederle su petición... reunirse con su amado, pues quizá, en otra vida, él correspondería a ese amor. Su amiga cogió  su mano  entre las de ella. —Se lo dije a Apolo, él estaba tan muerto en vida como puede estarlo un dios —aseguró, haciendo una mueca—, pero al saber que podría tener otra vida contigo, para pedirte perdón y enamorarte de nuevo, recuperó la esperanza. Él nunca ha vuelto a perderla desde entonces, Cassie, por muy eterna que se ha hecho la espera. No deseaba escucharla, se cubrió las orejas, pero Diana se lo impidió. —Dices que él forma parte de tu pasado —insistió—, pero siempre será tu futuro. Hizo un juramento por el río Estigia, juró amarte vida tras vida, hasta que llegase aquella en el que tú lo amarías a cambio. —No sigas... —No hay muchos dioses que sacrifiquen su divinidad e inmortalidad por amor, y él lo ha hecho —continuó, sin darle tregua —. Ha sufrido y penado todas estas vidas por ti y solo por ti. No cometas el mismo error otra vez, Cassie, no renuncies al amor y abraza tu destino, sea cual sea. Sacudió la cabeza. —No lo entiendes... las cosas ya no son... aquellos días se marcharon, ocurrieron hace miles de años, en otra vida —se negó, necesitando creer ella misma en sus propias palabras—. Yo ya no soy esa mujer, soy... —La mujer que lo ama. Diana resbaló la mano por su rostro, acunándole la mejilla y obligándole de esa manera a sostenerle la mirada. —No lo dejes vagar otra vida más en soledad, Cassandra —le rogó ella—. Él no ha dejado de esperarte, de amarte... Permítele... permítetelo a ti misma la oportunidad de empezar de nuevo, de

recuperar esa vida que perdiste y que los dioses han tenido a bien regalarte. Se lamió los labios y la miró. —Siempre has sabido quien era yo —declaró sin dejar de mirarla a los ojos—. Por eso te acercaste a mí ese día, en el escaparate. Ella sonrió y ladeó el rostro. —Sabía que te encontraría, en alguna vida, nuestros caminos volverían a cruzarse —aceptó con suavidad—, y estaba dispuesta a hacer lo que hiciese falta para reparar mi propia culpa. Sonrió abiertamente, su rostro mostraba una felicidad plena y un optimismo que Cassie deseaba para sí misma en aquellos momentos. —Eres una persona muy especial, hermanita y un alma que admiro por encima de todas las cosas —aseguró con un firme movimiento de cabeza—. Y sé que le amas, por encima de todas las cosas, sé que estás destinada a él. La pregunta es, ¿le amarás en esta vida? 

EN OTRA VIDA DE AMARIAS MISHA SCAILDonde viven las historias. Descúbrelo ahora