El sol incidía directamente sobre las montañas haciéndolas dignas de su nombre. La luz poseía un encanto especial, algo místico cuando se reflejaba en esas montañas y contribuía a aumentar el atractivo de todo el conjunto. Esa tarde además, había llovido, la humedad perfumaba el aire y empapaba las milenarias piedras, al igual que había mojado al hombre, que cubierto con una capucha corta y vestido en pantalones de cuero y doradas sandalias espartanas, aguardaba con el rostro girado hacia el valle. —Apolo —musitó su nombre, el del dios que siempre había sido. El hombre giró la cabeza. Su rostro seguía oculto por la capucha, mientras, los mechones rubios y húmedos caían sobre su pecho desnudo. El pesado collar con el símbolo del sol que descansaba sobre su clavícula, completaba el atuendo. —Cassandra. Su voz sonó suave, nostálgica y tan amorosa como la recordaba. Resbaló una mano sobre la capucha y se la retiró, dejando a la vista una corona de hojas de laurel doradas que le enmarcaba las sienes. —Sigues aquí —murmuró ella. Entonces, sin pensárselo más, pasó por encima del cordón de delimitación de la zona. Él la esperó, sus ojos puestos sobre ella, pero no se acercó. —No hay otro lugar en el que pudiese estar —aceptó, contemplándola con esos profundos ojos azules—. Fue dónde rogaste por mí y yo nunca llegué a escucharte. Se detuvo ante él, lo recorrió con la mirada y acarició la corona con un dedo. —¿Siempre te vistes así? Él se quitó la corona de laurel y sonrió. —Se ha llevado a cabo una representación en el teatro — explicó y le ciñó la corona a ella —, confieso que prefiero el uniforme del trabajo a esto. Se tocó la corona que ahora le adornaba el pelo y se sonrojó. —Lo imagino —aceptó y miró a su alrededor—. El paisaje es especialmente bonito tras la lluvia. Él le acarició la mejilla como solía hacer y le cogió la barbilla,
haciéndole girar el rostro hasta que sus ojos se encontraron. —Dime, Cassie —le preguntó, llamándola por su nombre, reconociendo la mujer que era hoy en día—. En esta vida, ¿me amarías? Ladeó la cabeza, saboreando su tacto. —Puedes llamarme Cassandra, Apolo —respondió y llevando su propia mano al rostro masculino, replicó su caricia—. Y nunca dejé de amarte, Loxias, jamás lo hice. Bajo los últimos rayos del sol, que teñían el Monte Parmaso, dos almas que el destino había separado, volvieron a encontrarse. A partir de ahora, ni la más oscura de las profecías podría separarlos, pues esta era la vida en la que ambos se amarían. [1] Eres mía. En Griego. [2] Mi sacerdotisa. En Griego.
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EN OTRA VIDA DE AMARIAS MISHA SCAIL
RomanceSINOPSIS ¿Y si los mitos no fuesen tal y como los conocemos? ¿Y si los dioses y los héroes de la antigüedad siguiesen todavía entre nosotros buscando a su alma gemela? Cassie siempre ha pensado que el don que posee es una maldición, especialmente de...