Por toda la Humanidad

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Costa este de Florida, 19 de junio de 1969.

Era un día lluvioso, algo inusual en aquella época del año, y todo estaba listo para el despertar del gigante. Bajo él se refugiaba de la lluvia una pareja de chorlitos, ignorantes del infierno que se avecinaba. A lo lejos se pudo escuchar una sirena, y un altavoz situado a pocos cientos de metros sonaba para no ser escuchado, pues no había presencia humana a diez kilómetros a la redonda. Si los chorlitos hubieran entendido el inglés, hubieran escapado sin demora de aquel lugar tras escuchar la voz del altavoz:

T-17 segundos. El guiado es interno.

El gigante acababa de tomar conciencia de su existencia.

T-10, 9... Comienza la secuencia de ignición.

Los chorlitos estaban condenados.

6, 5, 4, 3, 2, 1, 0. Despegue.

El suelo y las nubes se tiñeron del color del fuego y el gigante comenzó su ascenso a los cielos, dejando tras de sí una humareda y los cadáveres de dos aves.

Interior del módulo de mando Victoria.

-El reloj está en marcha.

El comandante Tom Beck anunciaba así el principio de la misión que los llevaría a él y a su tripulación, el piloto del módulo de mando John Barley y el piloto del módulo lunar David Cruse, a ser los primeros hombres en protagonizar una misión lunar con alunizaje. Así lo decía el nombre de esta secreta misión, Apollo First Descent, First para abreviar. Se trataba de un vuelo de demostración, para saber cómo se comportaría un módulo lunar durante una maniobra de descenso completo y despejar cualquier incógnita para el vuelo que sí que habría de pasar a la historia como el primer alunizaje: el Apolo 11. El gobierno haría todo lo posible por intentar ocultar la misión. Tal vez dijeran que ese cegador resplandor que se pudo ver por toda la costa este de Florida era un nuevo misil balístico ultrasecreto, una prueba fallida de una nueva arma... Cualquier cosa era mejor que admitir que se había lanzado un gigantesco (y caro) Saturno V con tres personas a bordo sin ser el contribuyente consciente de ello. Pero todo esto a Beck le traía sin cuidado, él estaba allí para volar.

La mole de 110 metros de altura y casi tres mil toneladas que era el Saturno se elevó majestuosamente propulsada por sus cinco motores F-1, quemando alrededor de quince toneladas de oxígeno líquido y queroseno por segundo. En el interior de la cabina, las vibraciones fueron in crescendo hasta tornarse angustiosas. Pasados unos segundos, la tripulación pudo escuchar la primera buena noticia de su viaje.

-¡Torre despejada! –escucharon los astronautas por sus auriculares cuando la base del Saturno V superó la altura de la torre de lanzamiento. Desde entonces, el control de la misión pasaba a estar a cargo del Centro Espacial Johnson, en Houston.

-Comienza el programa de balanceo –anunció Tom. Este mensaje, más que indicar el inicio del movimiento que los colocaría en la dirección adecuada, servía para probar las comunicaciones con Control de misión.

-Roger, balanceo –respondió el Capcom, la única persona en Houston que podía hablar con los astronautas. Los escuchaban perfectamente.

Los astronautas podían sentirse empujados contra sus asientos conforme el cohete aceleraba. Dos veces la aceleración de la gravedad, tres veces, cuatro veces...

-First, preparaos para la separación de etapas.

Los sedientos motores F-1 habían acabado con todos sus propelentes y ya no producían empuje. La desaceleración resultante catapultó a la tripulación hacia delante y de no haber sido por los cinturones que los sujetaban, hubieran atravesado el panel de instrumentos. Cruse no pudo evitar dejar escapar un grito, lo que provocó las carcajadas de Barley. Mientras que el primero era un novato, el piloto del módulo de mando ya había acompañado a su comandante durante una secreta misión Gemini. Con la ignición de los motores de la segunda etapa volvieron a sentirse presionados contra sus asientos, y cada vez estaban más cerca de su primer destino: órbita terrestre.

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