Nuestra estadía en Texas

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~Ariadna~

Llevábamos un par de horas caminando, sudábamos bastante, el sol parecía estar en su punto más alto, por otro lado, a todos nos rugía el estómago por el hambre, cuando los brazos ya se nos estaban enrojeciendo por la luz solar, nos tomamos con una gasolinera.

Nos acercamos y parecía estar vacía o eso creíamos, con mucha cautela ingresamos por la puerta de un punto de cafetería, recibiéndonos una adolescente con un corte extravagante y cabello verde pistacho, usando además un delantal color marrón que tenía una piocha con su nombre, en la cuál se leía claramente: Phoebe.

Desde el primer momento, pude notar la manera en que la chica observaba a Caleb, sus pupilas relamían su torso y entrepierna fugazmente, porque cada vez que el muchacho rubio platinado se giraba, ella eludía el contacto visual velozmente.

Una mujer en su cuarenta y tantos, tomó nuestra orden, usaba también el mismo color de delantal, en su placa decía: Rhonda.

Le pedí a la señora efusivamente unos hotcakes y un batido de fresa, la mujer me observaba extraño y me pidió que le repitiera mi pedido, eso hice, pero aún así, parecía no comprender lo que le decía.

Se acercó a los chicos y les dijo: ¿Su amiga no es de por aquí verdad? 

Los chicos menearon la cabeza en señal de respuesta, ella se río y contestó: Me lo imaginaba, no entiendo su dialecto, hace casi veinte años más o menos que no veía extranjeros por aquí, es agradable tener caras nuevas.

Los chicos pidieron huevos con tocino y café, luego le dijeron a Rhonda qué es lo que yo había pedido anteriormente, ella dijo que tendría la orden en unos veinticinco minutos, cuánto mucho y desapareció tras una cortina plástica que se hallaba detrás de el mesón.

Mientras esperábamos la comida disfrutábamos del silencio.

Los pies me dolían muchísimo, aún así el dolor era soportable, comencé a pensar en mi casa, en mi familia, me encontraba bastante absorta en mis pensamientos, cuando sentí lo platos sobre la mesa y me sobresalté.

Comimos sin hablar, devorando la comida con parsimonia. Cuando terminamos, nos levantamos casi al mismo tiempo, Johnny echó la mano al bolsillo de sus vaqueros, depositó un billete sobre el mesón junto a la campanilla y le dio las gracias a la mujer y la chica por su hospitalidad, finalmente Caleb me abrió la puerta que indicaba la salida para que pasara primero, cuando estuvimos afuera nos observamos las caras muy callados, hasta que el joven con el tatuaje en el cuello rompió el silencio: Tú que siempre tienes buenas ideas ¿Qué hacemos ahora? ¿A dónde vamos?

Johnny se enmarañó un poco el cabello y le respondió: Antes de idear cualquier plan, debemos buscar un lugar dónde pasar la noche, estamos cansados, no hemos dormido y así no vamos a llegar a ninguna parte. De esta manera, sin titubear proseguimos a iniciar otra larga caminata hasta encontrar un hostal o lugar dónde poder descansar.

Ahora sí, el dolor en las plantas de los pies era insoportable, podía asegurar que me estaban sangrando.

Me detuve un par de minutos en la autopista, mientras me encontraba inclinada con las manos sobre la parte baja de los muslos cerca del inicio de las rodillas, observaba el suelo seco y un par de plantas rodadoras. Al parecer, Caleb había notado mi cansancio, porque se acercó rápidamente hacia mí y me tomó en brazos sin dificultad, como si se tratara de un kilo de pan, era sorprendente la fuerza que tenía.

No recuerdo en que momento me quedé profundamente dormida, desperté cuando Johnny estaba utilizando una llave azul para abrir una puerta blanca, me di cuenta que tenía ambos brazos alrededor del cuello del peliblanco y un tanto avergonzada los saqué deprisa.

KiomaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora