El Concilio con la Oculta

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Un licántropo adolescente, se separa de su manada al ser perseguidos por unos cazadores desenfrenados. Todos consiguen perderlos menos él, hasta que tropieza con una raíz que sobresalía del suelo, por los nervios a ser atrapado.

Cae a lo que cree es un abismo y su perdición. Luego de aterrizar a aproximadamente treinta metros en el agua, con el cuerpo adolorido por los golpes de la caída y el corazón hecho un vuelco se arrastra buscando refugio, sin embargo, un chillido agudo lo detiene por completo haciéndolo cerrar forzosamente los ojos.

- ¿Qué haces aquí? Espera, estás herido. - suelta de una, una criatura deslumbrante ante su vista.

Y no sólo ella lo dejó asombrado, sino también el "hábitat" en el cual se hallaba.

La mujer se ve como en las leyendas descriptas por sus antepasados. ¿Será ésta la tan nombrada ''Sirena''?

- Eres encantadora... Ah, qui-quiero decir, sí, ayudame por favor. - se retuerce haciendo muecas. - ¡Ah! - vocifera y en un dos por tres éste es convertido de vuelta a su estado inicial, un hombre casi común y corriente.

- Vaya... Ah, deja tu ayudo. - recupera la compostura la supuesta sirena y nada para llegar a ayudarlo.

Costosamente lo lleva a la orilla y salen del agua juntos, a los pocos segundos ella pasa de ser una híbrida a una chica normal. O eso parecía, hasta que con su aliento cerca del corazón del hombre consigue reponerlo y dejarlo como si no le hubiese ocurrido nada.

Lentamente él abre los ojos y la ve preocupada. - Gracias... - musita y consigue esbozar una sonrisa ladina.

- Me debes una. - sentencia seria y al ver su reacción carcajea. - Es broma, no es nada.

- No tiene por qué serlo, te debo la vida.

- No te preocupes, aquí estoy a salvo. Nadie viene a este lugar, excepto mi familia... - expresa con nostalgia.

- ¿Te dejaron aquí? ¿Cuál es la razón? - cuestiona pero nota que quizás no fue buena idea hacerlo. - Disculpa, si no quieres responder no lo hagas. - expuso e intentó levantarse.

- Me trajeron aquí para mantenerme a salvo de nuestro rey, buscaba nueva compañera y me dijeron que se andaba fijando en mí y por más que suene tentador ser la nueva reina no quisieron permitirlo porque según los rumores que se anduvieron esparciendo, él sólo tenía a las mujeres por unas semanas y luego las enviaba a un calabozo, los motivos... se desconocen.

- Oh... ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

- Dos años y medio. - soltó calmada y él abrió los ojos como platos.

- Debes extrañar tu hogar...

- Sí, lo hago, estar sola no es bonito por demasiado tiempo. - negó. - Puedes enloquecer. - susurró.

- Tienes razón... Yo sin pensarlo dos veces te llevaría conmigo junto a mi manada, pero si los cazadores te descubren cambiarán de objetivo y no quiero eso, sacarte de donde estás protegida para que corras un peligro peor.

- Comprendo... Pero ¿Y si oculto mi verdadero yo?

- ¿No te afectaría?

- No, aunque si no nos ven podría transformarme nuevamente.

- Me parece perfecto. ¿Quieres ir?

- Sí, al fin podré salir de este agujero. - sus ojos se iluminaron y una sonrisa alegre se formó en su tierno rostro.

- Así es, pero no será fácil, tal vez los cazadores sepan que me he perdido y quieran buscarme. Iremos pero con cautela.

- Bien, hagámoslo.

Aproximadamente tres horas planeando una huida ideal, ya lo tenían tan claro como el agua, el plan debía ejecutarse al amanecer, ya que los cazadores al no dar con lo que desean se van a dormitar.

Los seres fantásticos empezaron a prepararse para la aventura y acabaron al anochecer, acto seguido fueron adentro de una pequeña cueva, al entrar, la sirena cubrió la entrada con una roca grande que encajaba casi perfectamente en el orificio.

¡Qué fuerza tiene! - piensa el chico al ver como sin dificultad ella tapa la entrada.

- Pronto saldremos de aquí, bueno, no tan pronto porque estamos muy abajo pero entiendes la idea, ¿No?

- La entiendo, quizá al mediodía salgamos pero lo que importa es que lo haremos. - sonríe cansada.

- ¿Quieres dormir ya? Puedo quedarme a hacer guardia.

- Tú puedes dormir también, aquí no nos harán nada.

- Lo olvidaba, la costumbre. - se soba el cuello. - Cuando estoy con mi manada suelo quedarme a vigilar.

- Entonces... ¿Cuándo duermes?

- Cuando toca cambio de turno. Somos tres vigilantes.

- Oh, está bien, pero ahora puedes dormirte tranquilo, nadie sabrá que estamos aquí.

- Bueno, durmamos. Antes, no me has dicho tu nombre.

- Ni tú a mí. - ríe.

- Es cierto, me llamo Siho, ¿Y tú?

- Encantada, yo soy Maren. - le pasa la mano.

- Es un gusto. - sonríe y se la estrecha.

Al despertarse cerca de las seis de la mañana un hambre desesperante ataca a ambos, pero más a Siho, su especie es más hambrienta.

La tentación de ir por uno de esos suculentos pescados que jugaban con Maren era tanta pero debía aguantarse, no podía comerse a sus amigos.

- ¿Nos vamos ya? - voltea a verlo.

- Sí, por favor, muero de hambre. - se muerde el labio inferior echando un ojo a los peces.

- Bien, vayamos antes de que te comas a uno de ellos. - les hace una seña y se van.

- Así es.

Escalaron por el acantilado usando unas lianas y estacas atadas a ellas. Con resbalón tras resbalón consiguieron salir de allí. Al estar arriba con los ojos fijos en el bosque fantasmal Siho emite un sonido parecido al de los pájaros para avisar a su familia que iba en camino.

- ¿Lista?

- Totalmente. - soltó segura y Siho dio rienda suelta a su transformación.

- Súbete. - Maren obedeció y luego de un salto a un tronco dieron inicio a su nueva aventura.

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