CAPÍTULO IX

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Tres suaves golpes en la puerta principal la sacaron de su ensoñación.
Medio adormilada, Brina dio un largo suspiro y se encaminó hacía la misma a la espera de encontrarse con esos ojos azules que tanto amaba.

Al abrir la puerta, su mirada chocó con aquella del color del mar que hacía tanto no se encontraba, haciendo que su corazón diera un salto sorprendido.
Con el pelo alborotado y una expresión de fastidio se encontraba Deimos, acompañado de una morena que se giró a mirarle con picardía al ver a la chica con la que tanto se había obsesionado su hermano mayor.

La expresión de sorpresa de Brina no pasó desapercibida a ojos de la otra mujer presente, quien carraspeó aburrida.

− Deimos – dijo la de Fuego por fin con voz queda.

− Brina – contestó el susodicho con un asentamiento de cabeza y una media sonrisa, abandonando su usual cara de desinterés por aquella que solo la chica frente a él conseguía sacar. Se maldijo internamente. Se había prometido alejarse de la chica y de golpe la abordaba en su propia casa, debía pensar que estaba obsesionado.

− Dánae. Ahora que todos nos conocemos, venimos a hablar con tu padre – habló la de ojos azules. La mirada de Brina recayó en ella, remplazando el brillo de sorpresa por el de confusión y algo de molestia.

− Llegáis cuatro años tarde. Mi padre está muerto -

Una mirada cargada de arrepentimiento y vergüenza se dibujó en los ojos de la mujer. Deimos cerró los ojos un segundo.

− Disculpa a mi hermana. Se refiere a Darcio. Llevo ya bastante tiempo intentando hablar con él pero se rehúsa a recibirme en su oficina y hemos decidido ... -

− ¿Venir a amenazar a su familia? - preguntó con algo de molestia.

− Venir a hablar con él en su casa, dónde no podemos hacerle daño, para que entienda que únicamente queremos hablar – razonó Deimos, conociendo la personalidad de las dos morenas y sabiendo que, en el momento en que su hermana abriera la boca, la de ojos marrones haría que el pelo de ambos ardiera hasta las cenizas.

Brina levantó una ceja dudando de sus intenciones. No le caía bien Darcio, es más, le encantaría que entraran y le dieran una paliza, sin embargo, Calla se encontraba en casa y no quería que su hermana se viera involucrada en nada que tuviera que ver con el Gobierno.

Sus ojos marrones se clavaron entonces en los azules de la fémina frente a ella, analizándola.

A pesar de tantos años de entrenamientos y misiones, y de que lo que había frente a ella no era más que una niña, Dánae sintió como se le secaba la garganta y le empezaban a sudar las manos.
Sabía que la menor era de Fuego, y sabía de lo que eran capaces los de Fuego.

Además, había leído sobre ella. Toda la Asociación lo había hecho en realidad, y todos hablaban de ella:
la hija del poderoso Niran Bennet, cuyos poderes salieron a la luz varios años antes de lo previsto.
Aquella que era capaz de quemar cualquier sitio hasta los cimientos con tal de proteger y defender a sus seres queridos.
No dejaba de ser una niña.
Una muy bien entrenada, poderosa y temeraria niña.

− Vuelve a hablar de mi padre y tu hermano tendrá que abandonar mi casa con tus cenizas – dijo por fin. Dánae casi pudo jurar que un brillo rojo había bailado brevemente entre sus orbes marrones.

Con un simple movimiento de cabeza, los dos hermanos entraron en la vivienda Bennet.

Acostumbrados al clásico negro y blanco, el suave tono amarillo roto de las paredes les hizo fruncir el ceño.

Con ojos gemelos cargados de curiosidad, recorrieron cada rincón de la casa, apreciando cada mínimo detalle de lo que suponían debía de ser una casa familiar normal. Aquello que ellos debían haber tenido.

Brina los miraba incómoda y extraña a partes iguales. Congelada junto a la isla de la cocina, con el pijama puesto y un moño recogiendo su enredado pelo.
Miraba inquieta las escaleras que llevaban a la parte superior, rezando en silencio que a su hermana no le diera por querer comer galletas ahora y decidiera bajar adonde dos extraños de Agua se encontraban en busca del novio de su madre para Fuego sabía qué.

Marrón y azul hicieron contacto de nuevo.
La mirada de Deimos estaba cargada de una mezcla entre alivio y euforia que hizo que el corazón de Brina diera un salto involuntario.

− Si está, que no lo sé, debería estar arriba. Voy a buscarlo, vosotros quedaos aquí. No subáis – ordenó señalándoles con el dedo índice de forma autoritaria.

𝑺𝒆𝒓𝒆𝒏𝒅𝒊𝒑𝒊𝒂 ~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora