Prólogo

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ADVERTENCIAS

Alto contenido sexual y obseno,
referencias pornográficas, lenguaje malsonante, sexo explícito heterosexual. Sólo para mayores de 18 años.

100% Eremika

EN GUERRA


Puede que algún día lo considere escasamente deplorable, solo un poco, no es como si ignorara la conclusión de  esto desde el comienzo. Quien tenga un deje de cordura me entenderá.

En mi aquejada cabeza, discuto dos riesgos: Alguien que abusa de intrépido para desafiar el pesar de sus delitos ó sobrado cretino que imagina cargar con ellas.

Estoy seguro; no soy de uno ni de otro.

Mire el vaho que se perdía por el cielo mientras daba otra calada a mi puro, busco las golondrinas que vienen del mar, simpre pasan a esta hora del día; cuando no hay rastro de nubes y la tarde calurosa se pinta de salmón. Un tenue y lejano recuerdo hizo que recorriera el lugar con mi único ojo, pensaba en lo tranquilo que estaba el lugar y que siempre está, aquí no pasaba nada.

—¡Señor Kruger!

Falco gritaba desde el portón de la entrada, el guardia corría tras él con intención de detenerlo, seguramente no presentó el permiso para estar aquí.

—Señor Kruger... —exhaló frente a mí, directo al suelo y apoyando las manos en sus rodillas—Que bueno que lo encuentro...vin-

—¡Ven aquí mocoso! —ordenó el guardia que había alcanzado el lugar, tomándo al niño por el cuello de la guerrera, hasta que se percató de mi presencia—Señor Kruger...

Planteándose como travesaño efectuó el saludo militar, viendo duramente al frente.

—¡Señor, este cadete se ha infiltrado a las instalaciones sin autorización de un superior! ¡Señor!

Falco parecía colgar de las manos del hombre, miraba al suelo con rubor. Le recuerdo en cada visita que siempre debe registrar sus entradas y salidas del establecimiento ó perdería el derecho al ghetto, parecía acalorado.

Levanté la mano derecha, el guardia reaccionó a la orden soltando de inmediato al muchacho que trató de acomodar su uniforme una vez libre.

El cadete hizó el saludo marcial por segunda vez y, acomodando su rifle se marchó.

—Siento el inconveniente señor Kruger... —se disculpó mirando al suelo, una gota de sudor corría por su sien. No sabía por qué se estaba disculpado; por el alboroto ó por desobedecer mi orden— No volverá a pasar, lo prometo.

Finalizó con una reverencia. Por supuesto que volvería a pasar, el muchacho hace correr a la seguridad del hospital casi tres veces por semana, sino fuera por mi nombre —y porque se hizo cercano al guardia de turno (también eldiano)—, estoy seguro que ya lo habrían enviado al paraíso.

Apagué el cigarro en el borde de la banqueta, tomé mi muleta y me apoye en ella.

—¿Cómo estás Falco? —pregunté dejando pasar la típica escena.

—Bueno... No muy bien —rascó su cuello y tomó asiento a mi lado en la banca—. En el entren-

Pegó un brinco. Falco me recuerda a aquellos conejos que se asustan con su propia sombra, salen de los arbustos desde el bosque y se pasean por los jardines todas las mañanas, le llevo el ritmo a uno color marrón de orejas caídas y mancha negra en la nariz. Nadie sabe realmente cómo sobreviven la semana, igual que Falco.

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