Nuestros días felices

215 20 22
                                    


Unos meses después de su boda, Lapis y Steven se sentían felices. De verdad felices.

Gracias a su ausencia de obligaciones, llevaban ya un buen tiempo de luna de miel; haciendo un viaje alrededor del mundo por cortesía de las maravillosas alas de agua de la gema del océano.

Lapis ya había recorrido el mundo buscando a Steven al regresar; pero para ella fue casi como si nunca lo hubiera hecho antes. Ahora que por fin estaba relajada y feliz, descubrió y apreció las mil maravillas que escaparon a sus ojos aquella primera vez. En su interior, comenzaba a comprender de corazón y sentimiento la fascinación de la madre de Steven por ese planeta, y el por qué había desatado una guerra galáctica milenaria para protegerlo.

¡Todo rebosaba de vida, esplendor y brillo; a pesar de los evidentes esfuerzos de los seres humanos por arruinarlo!

Visitaron algunas ciudades, pero preferían concentrarse en la naturaleza. Iban desde la taiga siberiana hasta los desiertos de África. Desde las nieves permanentes de los polos hasta las exuberantes selvas de Europa y América, casi siempre por parajes solitarios y vírgenes. Lo preferían así, porque podían disfrutarse el uno al otro y brindarse más de una medida generosa de placer cuando lo quisieran. Hicieron el amor muchísimas veces teniendo por todo techo unos maravillosos cielos estrellados y auroras boreales.

Y la realidad era que ambos debían reconocerlo: desde que se casaron, habían estado tan felices y tranquilos como nunca antes en su vida.

***

La idea de casarse no surgió de ellos: fue mérito de los hijos de Steven, especialmente de Rose y Connie. Lapis se había convertido en un miembro de la familia por derecho propio, pero Steven se daba cuenta de que siempre había una cierta reticencia; una manera especial de tratarla por parte de sus dos hijas. Eran muy amables y cordiales con Lapis, pero llegó un punto en el que ya no intimaban más.

Steven lo atribuía al hecho evidente de que Lapis estaba tomando el lugar de su madre, tanto en la vida de su padre como en la de la familia. Tenía que dares el tiempo necesario para que la aceptaran del todo. Por eso se sorprendió muchísimo cuando una noche, después de que los niños se retiraron a dormir y solo estaban con ellos los cuatro hijos de Steven; Connie, la mayor de las hermanas, los miró fijamente a los ojos y les habló con toda seriedad.

- Papá. Lapis. He hablado con mis hermanos, y todos queremos que nos digan: ¿cuándo es que por fin se van a casar ustedes dos?

Los dos se quedaron mudos. Steven miró de reojo a Lapis; la gema azul tenía sus mejillas más oscuras que nunca.

Los cuatro hijos los miraban fijamente. Era claro que se habían puesto de acuerdo y estaban preparados para este momento.

- Eh... -balbuceó Steven, y no fue capaz de responder.

- Porque sí se van a casar, ¿verdad? -terció Rose.

Lapis miró a los cuatro y, por un momento, su mente se transportó a aquel fatídico día más de 80 años antes; cuando Connie y Steven anunciaron a sus familias que se iban a casar.

Aquella vez, Lapis se convirtió en un objeto de dolor puro. Pero ahora, en esa situación, al lado de Steven y con sus cuatro hijos, todo cambiaba radicalmente. Se puso tan nerviosa que sus ojos comenzaron a humedecerse.

Steven volteó hacia a Lapis, reconoció lo que estaba sintiendo, e instintivamente supo lo que tenía que hacer. La estrechó con fuerza frente a sus hijos, y habló sin ninguna vacilación en su voz.

- Hijos, esto que ustedes dicen, pensé muchas veces en proponérselo a Lapis. Nunca se lo dije porque temía la manera en que podían reaccionar ustedes. Sé que han sido increíbles y se han portado de maravilla con ella, pero esto es distinto. Ella pasaría a ocupar un lugar que tuvo su madre en vida.

Te he esperado tanto tiempo... (Lapiven)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora