Capítulo 4

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La cabeza de Bang Chan le daba mil y un vueltas a lo que había ocurrido aquella noche, pero por más que se quemara la última neurona que le quedaba, no podía llegar a ninguna conclusión racional para lo que había visto.

¿En qué mundo una pintura sale de su cuadro? ¿Qué tan mal de la cabeza estaba si se había imaginado todo eso? ¿Tenía que preocuparse y llamar a su psicólogo?

Recordaba sus palabras como si estuvieran grabadas a fuego en su mente. ¿Él había deseado que fuera real? ¿Y cómo sabía eso un maldito cuadro? ¡Una figura inanimada, por Dios!

Nada tenía sentido. Había perdido irremediablemente la cabeza.

Las siguientes noches, Chan evitó entrar a aquella sala. Daba una vuelta por la habitación de esculturas y cuando llegaba a la puerta que los separaba, miraba de soslayo y volvía sobre sus pasos.

Él siempre estaba ahí. Sentado en la banca, mirando al cuadro vacío. Chan solo miraba desde lejos, pero en la espalda recta del chico podía notar cierta tensión, como si estuviera forzándose a estar ahí, a no darse vuelta.

Cada vez que lo notaba sus manos comenzaban a picar. Sus piernas dolían y parecían a punto de salir corriendo hacia él. Quería aliviar cualquier dolor que estuviera sintiendo aquel joven. Quería aliviarlo de cualquier carga, de cualquier peso que lo molestara.

Pero no podía. La razón le decía que eso no era correcto, que él no existía. Así, Bang Chan seguía de largo y continuaba con su trabajo. Aunque su alma y su cuerpo ardieran por volver a esa habitación y prestarle toda la atención del mundo al chico divino, al ángel.

Una noche, ya pasadas las dos semanas desde la primera vez que lo vió, Chan se encontraba comiendo unas galletas en su descanso cuando Changbin lo encontró.

—¿Qué tal, Bin? —lo saludó Chan, sonriéndole.

Changbin le devolvió la sonrisa a la vez que se dejaba caer a su lado, sentándose en un escalón de la enorme escalera que conectaba el primer y el segundo piso.

—No hay mucho para decir, la verdad —contestó el menor—. ¿Vos?

—Bueno si ignoramos que me muero de aburrimiento, como todas las otras noches, no estoy tan mal.

—Qué curioso —dijo Changbin después de unos segundos de silencio donde sólo intercambiaron muecas y una galletita que Chan le compartió—. Ninguno de los guardias anteriores duraba más de tres noches, y ahora vos venís y está todo tranquilo. ¿Seguro que hacés tu trabajo en lugar de dormir?

Chan escuchó con curiosidad. No sabía eso de la gente que había trabajado allí antes que él. Levantando una ceja, miró a Changbin.

—¿A qué te referís con que no duraban?

—Es gracioso pero todos decían la misma tontería —dijo Bin. Usaba mucho las manos para hablar y expresarse, lo que distraía a Chan—. Que un cuadro tenía vida propia o algo así.

El corazón de Chan dio un salto en su pecho y sus ojos se abrieron producto de la sorpresa. Así que no le había pasado a él solo. Así que no estaba loco.

¿Así que todos los demás también habían anhelado la presencia de aquél chico bonito?

—¿Estás bien? Ay, no me digas que vos también...

—¡No! No, para nada —interrumpió Chan rápidamente y luego fingió una risa—. Realmente es una tontería, ¿a quién se le ocurre semejante cosa? No, yo no vi nada. Nada de nada. Todo es muy tranquilo y ningún cuadro tiene vida. Todo está completo. Uy, creo que ya terminó mi descanso, adiós Binnie, nos vemos más tarde.

El chico del cuadro azul // CHANLIXDonde viven las historias. Descúbrelo ahora