MADERA
Cuando Nora me dejó, sentí que mi vida había acabado. Un crujido en el pecho fue la gran señal de alarma. Pensé que éramos un equipo, que juntos podríamos superar cualquier obstáculo. Pero un "ya no te quiero" es un escollo insalvable. No. No merecía la pena luchar y tras esa herida, decidí que tampoco vivir.
Hice la maleta. Escribí unas cuantas cartas con remite a mis mejores amigos y a mi madre y decidí viajar al día siguiente a la Costa da Morte, Galicia. Me pareció romántico y rápido morir despeñando mi cuerpo por un precipicio.
Justo terminaba la que había considerado mi última cena, cuando un anuncio en Instagram llamó mi atención. Ofrecían una conferencia gratuita sobre el desamor y cómo superarlo.
Era un evento presencial en un chalet de la Sierra de Madrid. Por un módico precio una chica bastante guapa y con una voz suave y azucarada, prometía la solución al dolor del desamor. En el precio incluían alojamiento, desayuno y almuerzo.
Quise hacerme un último regalo. Total, Nora se había llevado con ella mis ganas de vivir. No perdía nada.
El chalet era espectacular y Silvina una joya de mujer. En persona era mucho más alta, guapa y su sonrisa me hacía desear invadir su boca.
La primera charla tuvo lugar la madrugada de San Valentín.
En uno de los descansos presté atención a los cuchicheos de los asistentes (todos hombres) sobre lo que se decía de aquel lugar. Resumiendo: que el que entraba se enamoraba de aquella diosa y nunca regresaba al mundo de los vivos. Todos estaban allí para morir.
¿Perdón?
Lo tenía que haber entendido mal.
Un viento frío invadió mi organismo. Me encanta planificarlo todo. Ese fue uno de los argumentos que Nora esgrimió para dejarme. Yo ya había calculado cómo iba a morir. Sabía el horario de las mareas y solo me quedaba estudiar la velocidad del viento. NADIE iba a cambiar mis esquemas mentales.
Cuando la preciosa mujer retomó su conferencia tuve más miedo aún.
Silvina nos hizo una serie de preguntas:
¿Cuánto hace que no te das una sorpresa a ti mismo?
¿Te gusta lo que ves en el espejo cuando te miras?
¿Sabes cuáles son tus fortalezas?
¿Tienes alguna virtud que te hace digno de ser amado?
No recuerdo muy bien el resto de las preguntas. Pero sí las respuestas. Todas negativas.
Se suponía que aquella bruja malvada nos iba a sorber el espíritu para vivir eternamente. Así que, mi primer pensamiento fue que quería demostrarnos lo insignificantes que éramos y lo poco que pintábamos en esta maravillosa vida.
¡Cómo si yo no lo supiera!
Pero no podía estar más equivocado.
Durante aquel fin de semana aprendí de mí mismo más que en los cuarenta años anteriores.
Resulta que, Ernesto Ruiz es un tipo gracioso, inteligente, cultivado y con un humor bastante ocurrente. No soy un Chef de primera, pero me defiendo entre fogones. Esas son mis cualidades aparte de ser un amigo leal y un hijo responsable. Soy noble y siempre que puedo le encuentro el lado positivo a la vida.
En la zona gris se encuentra el hecho de que me entrego sin cerciorarme de los sentimientos más profundos de la otra persona y que enseguida sufro de una gran co-dependencia. Enfermo de ceguera al enamorarme y soy capaz de perderlo todo, hasta el alma.
Silvina nos dio las armas suficientes para volver al mundo que queríamos abandonar. Nos demostró que merecíamos ser amados, que en nuestro interior podía florecer la semilla del amor si un ser destinado a nosotros nos aportaba luz y lágrimas de risa y, lo más importante, Silvina nos juró que nadie notaría la diferencia entre el corazón humano que nos habían arrancado de cuajo o el de madera que se nos había implantado durante aquella pseudo conferencia sobre el desamor y cómo superarlo.