Alone with me. || l.s - n.h

Niall.

Todo comenzó hace dos años atrás.

Harry era mi mejor amigo, y era abiertamente homosexual.
La pasábamos genial todos los días; a veces yo iba a su casa, a veces él a la mía, nos juntábamos fuera de clases y lo que es más, compartíamos clases.

Tenía una hermosa casa, unos padres que lo aceptaban y amaban, una hermana de ensueño, muchos amigos (aunque nadie mejor que yo) , excelentes calificaciones y un enorme futuro por delante. Él era muy feliz, siempre alegre por ningún motivo. Esa era la cualidad que más destacaba en él y la que yo más admiraba. Pero...

Todo tiene que tener un "pero", ¿no es así?

Entre nosotros no existían secretos, ninguno. Teníamos plena confianza el uno con el otro y sabíamos que nuestro cariño era tan inmenso que era prácticamente imposible que uno defraudara al otro. Éramos hermanos de otra madre. Éramos almas gemelas.

Pero hubo un secreto.

Un mísero y pequeño secreto que arruinó todo.
Que nos arruinó a ambos.

Recuerdo muy bien que fue a mediados de Septiembre cuando Harry comenzó a cambiar.

Se veía triste, y luego, otros días, exageradamente feliz.

Le preguntaba constantemente que diablos le ocurría, ya que el nunca superaba la tristeza tan rápido, de un día a otro.

"-No seas exagerado, Niall.-" Era lo que usualmente solía contestarme. ¿Exagerado, yo? Para nada. Solo preocupado de su bi polaridad extrema e inusitada. Él nunca fue así, ¿por qué comenzar ahora?

Creo que demoré mucho tiempo en darme cuenta. Dios, ¡que ciego fui! Esas miradas en los pasillos, esas sonrisas que transmitían mucho más que solo felicidad, esa precipitación por salir rápido al receso del almuerzo para después desaparecer...

Esos ojos con un brillo singular.

Un mes después de sus constantes cambios de humor, caí en la conclusión de que Harry había encontrado a alguien que le pusiera el mundo de cabeza. Solo que no podía imaginarme quién podía ser. Me había dicho un día vagamente que le gustaba un chico de la escuela, pero nunca se dignó a confesarme quién era. Al principio lo dejé pasar.

Comencé a imaginarme a múltiples chicos de la escuela que pudieran ser gays, pero la mayoría tenía novia y los que eran homosexuales ya estaban emparejados.

Nunca caí en la conclusión de que pudiera ser un chico "hetero" con una novia.

Harry me dejaba solo en los recesos. "-No puedo separarme de ti, Ni. Eres mi mejor amigo, nadie podrá nunca alejarme de ti" pasó a ser un: "-Estamos juntos en todas las clases y luego nos vamos juntos después de la escuela, aparte, también hacemos planes los fines de semana. Necesito un tiempo para mí solo."
Maldito infeliz.

Pasaban los días y Harry dejó de hablarme en todo sentido. Ya no nos íbamos juntos después de la escuela. Ya no hacíamos planes. En clases, ya no nos sentábamos juntos.
Ya ni siquiera me saludaba o me dirigía la palabra. Habíamos dejado de ser los mismos de antes.

Indirectamente habíamos dejado de ser amigos.

Estaba profundamente enojado con él. Se veía tan feliz "solo". Ya había espacio en mi mente solamente para pensar: 'Está viendo a alguien', 'me va a dejar solo por siempre'. ¿Tanto le costaba decirme quién le gustaba y qué era lo que ocurría? ¡Yo le hubiese podido ayudar!, ¡Todo hubiese sido malditamente más fácil!

Lo veía feliz al principio, endemoniadamente feliz. Puedo jurarlo.

Luego triste, solo como el infierno y sin ganas de nada.

Pude notar que dejó de comer. Dejó de sonreír.

Dejó de sentir.

Me dirigía miradas de perdón con sus ojos sin vida, ojos sobre bolsas negras y lágrimas secas.

No prestaba atención en clases. Pasaba el día encerrado en el baño. No le correspondía a nadie.

Mi enojo hacia él disminuyó un poco, pero seguía guardándole cierto rencor. Mi orgullo se ablandó y rigurosamente le preguntaba que le pasaba.

Obviamente, nunca contestó. Me miraba con pena para luego darme un abrazo y marcharse de una vez. Este acto se repitió muchas veces, sin un resultado concreto. Me desesperaba. Pero me alegraba que Harry comenzara a acercarse un poco más a mi.

Y todo finalizó tiempo después, para que él diera el primer paso. ¿Primer paso para qué? No estoy seguro.

"Ni, perdóname por todo. Necesito verte. ¿Puedes venir? H."

Recibí ese llamado de auxilio a las 4.am. ¿Qué quería? Me preguntaba. No podía comprenderlo.

Después comprendí que me necesitaba.

Y, oh Dios. Fui un imbécil.

Me pasé una hora debatiéndome entre ir o no ir. Mi corazón le ganó a mi cabeza y corrí tres cuadras hacia su casa. Pensaba que Harry debería de estar haciendo yoga. Yo sabía que a él le gustaba practicarla cuando estaba triste o enojado. Le llegó a gustar tanto que instaló dos ganchos al techo y se compró un equipo profesional de yoga. Estaba loco. Pero me encantaba que fuera así. Cuando logré posicionarme frente a su casa, no dudé ni un segundo y con sudor recorriéndome el cuerpo y con falta de aliento, escalé las enredaderas desde la muralla exterior de su casa, cuando llegué a la ventana.

Cómo desearía nunca haber visto lo que vi.

¡Si tan solo hubiese ido y ya!

Si tan solo no hubiese demorado tanto en venir.

Si tan solo no hubiese puesto en duda mi camino hasta aquí.

Si tan solo hubiese roto mi orgullo tiempo atrás.

Ninguna palabra es suficiente para describir la cantidad de emociones que invadieron mi mente esa noche, ni mi alma.

¡Pude haberte ayudado!. Te pude haber salvado, ¡Solo necesitaba una maldita señal, Harry!. ¡Solo una!

Mi mejor amigo, con una soga alrededor de su cuello, colgada a un gancho del techo. Su equipo de yoga sobre su cama y su cuerpo sin vida colgando frente a mi.

Casi caigo de la ventana en la que estaba, pero me las arreglé para sacar fuerzas y entrar en la habitación.

Desamarré la soga con lágrimas en los ojos y mi cuerpo hecho un manojo de nervios. Su cuerpo cayó de sope al suelo.

"¡Maldita sea!" Gritaba bajito una y otra vez para mi mismo.

Levanté a Harry del suelo para posicionar su cabeza en mis rodillas.

Se veía sereno. Calmo. Como en semanas no lo había visto.

Miraba su rostro, no comprendí muy bien al principio por qué lo había hecho. ¡Tenía gente que lo amaba!

¡Yo lo amaba!

Me pasé el resto de la noche ahí. No fui capaz de levantarme para avisarle a sus padres que estaban en la habitación siguiente que su bebé había muerto.

Perdón, que se había suicidado.

Lloré toda la noche con su cuerpo sobre el mío, pensando en las últimas semanas concurridas. Fui incapaz de dormir o de pensar claramente. Demonios, no me cabía en la cabeza el por qué de este acto tan desgarrador.

Observé su habitación detalladamente recordando todos los buenos momentos que pasamos ahí. Sus cumpleaños, nuestras noches de películas, nuestras tardes de aburrimiento, nuestras mañanas de flojera.

Nuestro primer beso.

Estaba absorto en esos bellísimos momentos pasados cuando caí en cuenta de la silla acostada en el suelo y los múltiples medicamentos esparcidos debajo de la cama.

Hasta que la encontré.

Encontré la maldita carta que me abrió los ojos.