EL SECRETER

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Por Cata

Capítulo primero: Tiene espíritu de trapero...

Nicolás: ¡Espere, don Hermes! ¡Espere! ¡Vea que esto pesa mucho!

Nicolás Mora y don Hermes Pinzón estaban poniendo todo su empeño en tratar de sacar de los asientos traseros del viejo carro de este último un mueble no muy grande pero que al parecer era bastante pesado. Al menos eso parecía por las protestas del más joven de los dos. Se hallaban delante de la casa donde residía el matrimonio Pinzón Solano en el barrio de Palermo, desde antes del nacimiento de su única hija.

Don Hermes miró al muchacho con reproche. Nicolás era para él como el hijo varón que nunca tuvo. Y no era de extrañar si tenemos en cuenta que él y su esposa casi lo habían criado, ya que al quedar viuda su madre, siendo el muchacho muy joven, doña Julia se ofreció a cuidarlo durante las horas en que la pobre señora atendía el negocio que le había dejado su difunto marido: una pequeña panadería que si bien no les haría ricos nunca, sí había permitido mantener a la pequeña familia gracias al esfuerzo de la sacrificada doña Eugenia.

Cuando Nicolás Mora tuvo edad suficiente para cuidarse solo, no perdió su costumbre de pasar muchas horas en casa de los Pinzón-Solano. De hecho su mejor amiga era la hija del matrimonio, Beatriz. Una muchacha muy dulce e inteligente aunque estéticamente muy poco agraciada.

Don Hermes: No se queje tanto, estómago con patas... Tanto que come y no puede ni levantar una mesita...

Nicolás: ¡MESITA! –dijo al tiempo que resoplaba estrepitosamente- ¡Este trasto parece que sea de hierro! ¡Por lo que pesa!

Don Hermes: Pues si quiere volver a probar bocado en MI CASA deje de lamentarse y colabore... ¡Por una vez que sirve para algo...!

Nicolás en vez de enfadarse miró a don Hermes con cara de escepticismo.

Nicolás: Lo que no sé es si este trasto va a servir para algo... ¿Usted cree que a Betty le va a gustar?

Don Hermes: ¡No sea ignorante! –replicó indignado el papá de Betty- Usted, al igual que la juventud de hoy en día no sabe valorar las cosas buenas... Mi padre era ebanista y me enseñó a distinguir un mueble bien hecho... y éste es uno de ellos... ¡De eso no le quepa duda...!

Nicolás hizo una mueca con la cara que mostraba su incredulidad. Al parecer seguía teniendo muchas dudas respecto al "trasto" que su vecino había recogido delante de aquel elegante edificio de la zona norte. Él casi nunca iba por esa zona, y de hecho don Hermes tampoco. Pero dio la casualidad de que aquel día habían ido a visitar a un antiguo amigo del señor Pinzón que estaba convaleciente de una operación de corazón. Nicolás nunca habría podido imaginar que don Hermes tuviese amigos tan bien situados... En ese apartamento tan elegante había hasta sirvientes... Y la bandeja de pastas de té que les habían servido eran exquisitas, aunque algo escasas para su gusto. Si no hubiera sido por el empeño de su viejo amigo en recoger ese antiguo y destartalado mueble que alguien había dejado en la basura, hubiese sido una tarde excelente. Pero cuando don Hermes había visto ese trasto junto al basurero, se había entusiasmado y enseguida había decidido recogerlo y meterlo en el asiento trasero de su también viejo y destartalado carro. Con su ayuda, claro. Él solo no habría podido. Porque ¡vaya si pesaba! Seguramente era de madera maciza... Era cierto que hoy en día no se fabricaban muebles así... ¡¡Pero quién los quería... !!

Resoplando y rezongando, Nicolás entró en la casa de Palermo donde residía la familia Pinzón-Solano y oyó como don Hermes llamaba a su esposa.

Don Hermes: ¡JULIA! ¡JULIA! ¡VENGA ENSEGUIDA PARA QUE VEA LO QUE HE TRAIDO!

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