Neblina mental, pensé mientras aparentemente caminaba. Nos está matando sin que probablemente lo estemos notando. Todos los días nos despertamos a espera de algo que nos haga sentir menos vacíos y un poco más conformes, pero resulta que el vacío no toca fondo y lo que esperamos al lograr alcanzarlo nos parece tosco. Me desperté por mucho tiempo en muchos años, día a día esperando "eso" que me hiciese sentir que al fin había valido la pena por lo que tuve que soportar años: los transeúntes con sus grandes pasos agitados, el bullicio que provocan los ecos de la gente sin nombre hablando en masa y su chisme; ese hartar de la música escandalosamente barata, los semáforos en su frecuencia eterna deteniendo y moviendo, moviendo y deteniendo sucesivamente a los autos en el andén de su ven y su va; los carteles ¡joder, los malditos carteles!, si alguien me hubiera preguntado qué era lo que más había odiado en toda mi vida, diría que eran los putos carteles: Grandes, medianos, pequeños, colgantes, de puesto fijo, movibles. A donde quiera que iba colgaban y tropezaba con ellos evitando que viera más allá del cielo infinito. Lo que más he amado... sonreiría de improvisto y diría, su mirada. - He exhalado - Difícil de decir que a ese sentimiento se le agregue también lo que más se extraña.
Neblina mental, la enfermedad del siglo XXI. Recordé haberlo escuchado en no sé dónde ¡Vaya memoria mía! Para ese momento vino a mi él y cuando dijeron que estaba loco ¿loco? ¡No! me dije, no estamos locos, enfermamos.
Seguí caminando paso a paso, muy, muy lento como un fantasma deambulando, (¿Lo era ya, o comenzaba el ensayo hacía la eternidad que me estaba camuflado?). Yo sentía que su presencia me seguía. Me sentía cansada, y de tanto en tanto suspiré agotada, y de pronto, cuando el espacio en la madrugada aguardaba y esta soledad que nunca me dejaba comenzaba a embarrarse en las oscuras paredes cargadas de mi intrépida desesperación, yo trate la manera... juraría por el cielo entero que lo hice, pero sus palabras invadían mi razón. Él y esa frase que me dejo cuando...
¡Lo intente!
Nadie lo noto por mucho tiempo, tanto que el solo hecho de levantarme de la cama al mundo era ya un logro nunca aplaudido, tampoco espere que así fuese. Entonces, me pregunté, ¿Cómo puede un ser humano seguir con los pasos que suscitan el día a día si ve al mundo entero agachar la cabeza? Esa fue una pregunta que vino repentinamente, varias acaso, preguntas y frases como aquella que leí de Freud – De este mundo no podemos caernos- Refiriéndose a esto como un aliciente al no suicidio, ya era demasiado tarde, dicha frase entonces me pareció mediocre.
– Vacío existencial – Volví a pensar mientras una piedra lastimo mi andar descalzo. Sentí algo caliente que escurría, volteé la vista hacia atrás como siempre supe bien hacerlo, e indiferente pude visualizar las huellas que dejaban la sangre de mi pie derecho. Tome conciencia que el asfalto ardía de frío y que la luna estaba clara y las calles anchas. ¡Joder!, son las tres de la mañana, ¿era acaso demasiado tarde o demasiado temprano para salir a dar la caminata? - Todo lo que pensaba era en fragmentos inmediatos, un pensamiento viajando a mil por hora, tras otro y otro, y otro, ninguno coordinaba con el siguiente. Claramente no era una noche buena. - A tiempo - Me susurro una vocecilla apenas aparente, y cuando esta ingrata hablo escuche a contiguo en el lado oscuro de la calle un grito que hizo erizar mi piel. El mundo aparentemente no pareció escucharlo. Voltee hacia todos lados para cerciorarme de que así hubiese sido, ya era lo acostumbrado, pero siendo honesta aun guardaba esa pequeña esperanza que por vez primera no fuese de tal forma y que alguien, en cualquier lugar indiferente y remoto hubiese despertado e ir a ver lo que estaba por suceder el jueves 29 de diciembre a las 2:39 de la madrugada. Sentí un peso enorme en el pecho y lloré de desesperación - Nuevamente soy solo yo - Dije en mis adentros afligida por todo lo que estaba sucediendo, hasta que, de pronto, sentí el pesor de algo, y fue cuando puse atención a mi mano izquierda, era un arma la que me estaba pesando, pero... ¿cómo pudo aparecer aquí? pensé... ¡Ah! ahí entendí los enigmas de la noche, que hacía ahí y hacía donde iba. El momento había llegado y el miedo feroz me apodero. Y no, jamás será lo mismo el tomar decisiones a estar frente a ellas y, no, tampoco lo era tener que saber que seguiría tus pasos, cariño, pese a las innumerables veces que me lo advirtió aquel querido amigo, pese a las incalculables veces que te juzgue por ello, ahora estaba ahí, a punto de hacer lo que me dijeron que ya llegaría en su momento y en su naturaleza, pero el tiempo pasaba demasiado lento y este calvario pesaba tanto que era preferible tomar a propia cuenta mi momento y mi método, ahora estaba a tiempo de que el viento por fin nos envolviera...