PRÓLOGO

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Cuando ofiuco dormía en una cama de plumas y sábanas acogedoras, no concebía la idea de terminar en la quiebra. Ahora, que vivía en un recóndito lugar a las afueras de un pueblo olvidado, le era inevitable no recordar sus días de gloria, cuando se levantaba después de un buen sueño y tenía la alacena repleta de suministros, cuando tenía trabajo y sueldo fijo, cuando aún se le tenía en cuenta como una constelación digna de admiración.

Cuando más seguro se sentía, fue cuando Zeus, de alguna, muy rebuscada, investigación, decidió que ya no lo necesitaba, que ya no le era útil, ni como constelación, ni como empleado, fue expulsado de la lista de constelaciones y con ello, también fue despedido de su trabajo en la tierra.

Bufo al recordar su pasado, el despido carecía de sustento, todo lo que hacía Zeus carecía de lógica. "Dios de dioses" hacía se hacía llamar, "Dios de los burros" pensó ofiuco.

Suspiró, cómo lo venía haciendo desde la mañana. El último pan que le quedaba ya no estaba sobre su mesa, el tarro de café estaba vacío y lo único que le quedaba para engañar a su estómago y saciar su voraz apetito era una taza con agua hervida.

El sillón en que se sentaba era visiblemente viejo, de un color pardo y rasgado por las esquinas, toda la esponja que servía para darle  comodidad y volumen, se reducía a una delgada capa, podía sentir la madera al sentarse, pero eso era mejor que dormir en la calle. El alquiler, no había alquiler, era una casa abandonada y el dueño, un anciano amable, le dejo quedarse sin tener que dar un solo centavo de su bolsillo, claro que antes tuvo que ganarse su confianza. Empezó con la limpieza, lavo y barrio cada esquina de la casa, le cocino al anciano y hasta lavo su ropa, ahora el Señor estaba el un viaje por algún lugar que no recordaba, desde ese día no pudo comer como una persona decente.

Ofiuco podía haber estado en la sala, dónde había muebles más cómodos, el cuarto que le dió también era aceptable. Pero de alguna manera estar así, en la misma miseria, aún cuando tenía ayuda, lo hacía reflexionar de alguna manera, recordó todos esos días en los que faltó al trabajo, días que podía contar con la mano, cuando no le dió plata a un mendigo en la calle o cuando no le dió su dulce a un niño que lloraba, era su dulce ¿Por qué el niño lloraba como si lo hubiera comprado el?. Pero no encontraba manera de justificar su despido.

Cuando se estiró y quiso bajar a la sala para dormir un rato en el cómodo sofá, el timbre de la casa sonó provocando en ofiuco un ligero escalofrío. Parpadeo, estaba estupefacto. La casa del señor Evans no tenía timbre, no lo necesitaba, nadie vendía en un lugar como ese, tampoco tenía hijos y la poca familia que tenía estaba el algún lugar que no recordaba el nombre, con el señor Evans entre ellos.

Aún así, bajo tan rápido como su dolor de estómago se le permitió, se acercó a la puerta lamentando no tener sus poderes, por qué Zeus, de nuevo Zeus, se los había sellado después de expulsarlo.

Abrió la puerta.

Todo temor de un posible robo se evaporó en el aire y dió paso a un confusión mezclada con espanto, frente a el está parado un hombre vestido con terno negro que se amoldaba en su cuerpo atlético, delgado pero musculoso. Sus azules ojos lo miraban entretenido y la sonrisa socarrona que le regalaba, le recordaba porque algunas noches no solía extrañar el Olimpo.

—¡Tu!...Hermes—su tono fue tosca, como si le invitará a desaparecer en ese mismo instante.

Hermes agitó su cabeza, negando, mientras con la boca hacia ruidos irritantes.

——No, no, no Ofi, buenos días, ¿Dónde están tus modales?

—Murieron—dijo, disgustado del buen humor del otro—junto a ustedes.

—Si...invitarme a pasar no te matará ¿Verdad?— se abrió paso por encima de Ofiuco, caminado como si esa fuera su casa, miro cuanto quiso y tocó tanto pudo.

Ofiuco camino hasta el con pasos pesados y ruidosos

—No te invite a pasar—fue ignorado—Hermes, será mejor que te vayas, antes de que yo...

—Fue difícil encontrarte—interrumpido ya sin su sonrisa pero con el mismo tono alegre de siempre—este lugar no existe ni siquiera en los mapas, tengo que admitir que las escondidas siempre se te dieron de maravilla.

Suspiró rindiendose, esperaria a qué diga lo que tenga por decir y luego le invitaría a irse, amablemente, se dejó caer sobre el sofá de la sala, la cabeza la tenía apoyada en el respaldo y miraba profundamente el techo, como si está tuviera la respuesta a todas sus dudas.

—Zeus me mandó...

—Si no le dices, no le entero.

Hermes, se calo y miro inquisitivo a ofiuco, debía saber esto al llegar, era obvio que les guardaba rencor, por no decir odio, pero Zeus le había mandado oara que lo llevará de regreso, cumplir era su deber.

—El quiere que regreses—el tono de voz que usaba Hermes podía ser similar a el tono que usaban los docentes de primaria para explicarle a sus alumnos que uno más uno es dos—Sabes que después de cierto tiempo lo signos zodiacales desaparecen y luego vuelven a aparecer, eso ha pasado hace unos días y...la situación es un tanto complicada.

—¿No se les da fácil lidiar con niños?—pregunto a la defensiva—No me sorprende, Zeus no es buen padre, menos sabe de niños

—La situación es que no son niños, hace unas semanas ellos eran adultos y hoy—Hermes de enderezó el la silla y continuo con seriedad—son adolescentes, con serios problemas de identidad y personalidad.

Ofiuco invito la acción de Hermes y fijo sus ojos en el, incrédulo, ese era un hecho que pasaba después de cien años, las personajes del zodiaco se mantenían cómo adultos de cuarenta años durante cien años, luego desaparecían y volvían a ser niños de cuatro años, era un ciclo constante. Ofiuco al dejar de ser parte de ellos dejo ese ciclo, pero no era del todo humano, seguía siendo algo similar a una duda o ninfa, era prácticamente inmortal. Vio beneficios, el se mantenía cono un joven de casi 27 años, llevaba así mucho tiempo.

—¿Que tengo que ver yo en eso? Ya no soy parte de ustedes, no me afecta en lo más mínimo—se mantuvo digno, cruzo sus piernas y elevó el mentón, las manos la tenía en su regazo, enredados, como si estuviera dispuesto a negociar.

O así lo vio Hermes.

Con sus azules ojos calculadores miro a su alrededor, la fachada de la casa era un espanto, "la casita del terror" pensó antes de tocar la puerta, Ofiuco vivía en una pobreza que nadie podría envidiar.

—Podríamos darte un sueldo—no se perdió el efímero destello de interés que tuvo sus ojos—hospedaje, en una gran mansión—endulzaba su voz con cada palabra—comodidades, lujos... Nosotros podríamos...regresarte tu antigua vida.

Ofiuco se levantó de golpe y miro el suelo, mana madera oscurecida con el paso del tiempo.

Hermes creyó cumplida su misión y cerro los ojos confiado, una ves los abrió de nuevo estaba confundido y con un ligero dolor en la espalda. En menos de un segundo ofiuco le había sacado a patadas de la casa y le ordenó que se vaya, no sin antes gritarle:

—¡Ni muerto cuidare a una docena de mocosos por dinero!

Si Insistes Tanto [Zodiaco Bl]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora