Fue un suspiro fuerte y pesado el que rompió el ansioso silencio que dominaba la habitación. Seguido de eso un llanto, quebrado y filoso, cual vidrio roto, se asfixió en las paredes.
Sirius no dudó ni un segundo en acercarse y abrazarlo con todo lo que tenía, estuvieron así un rato, sin embargo… Remus no se relajaba en lo más mínimo, parecía romperse cada vez más.
¿Quién podría culparlo? Llevaba tanto tiempo guardando todo eso en su pecho.
Pasaron unos minutos para que Remus sonara un poco más calmado, fue entonces cuando Sirius decidió que era buena hora para guiarlo al sofá, y así fue, dejó que Remus se sentara y se calmara para poder ir a la cocina.
Estaba tan perdido en sus propios pensamientos que ni siquiera notó los veinte minutos que Sirius había tardado en la cocina, por otro lado, sí notó que traía té consigo. En cualquier otra ocasión se habría burlado de él por ofrecerse a beber té con él, pero no quería arruinarlo.
Sirius dejó la bandeja sobre la mesa de centro y se sentó a su lado. No hizo ningún ruido, le ofreció un pedazo de chocolate que había tomado de la cocina y después de que Remus lo tomara, Sirius se limitó a tomar su taza y beber su té.
Remus tomó su taza y olió su té como ya era costumbre, olía dulce, quizá un poco más de lo que debería, pero no le disgustaba de ninguna manera.