...Mi trabajo.

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La noche se sentía extrañamente calurosa.
Mi vestido llegaba a mis tobillos, colorido, con la parte de la falda estaba impregnada en flores tejidas, mis zapatos de Charol rojos hacían un sonido bastante agradable. Aunque nadie lo podía escuchar, se sentía bien.
Mis colores claros se podrían confundir con los de las paredes y el suelo. Mi mejor amigo me estaba esperando, elegante, aunque con sus ojeras amplias y su rostro cansado. No nos veíamos mucho, solo cuando yo lo llamaba, pero esta vez, fue él quién me pidió vernos.
El estaba allí, frente a la camilla, sentado en una silla de madera blanca mientras leía un cuento al lado de una joven que yacía dormida. Me pareció extraño, nunca lo vi hacer eso por nadie y nos conocemos desde siempre. Por primera vez lo vi llorar, nuestro trabajo siempre se conecta, aunque son contrarios, a veces podemos tomar decisiones juntos y llegar a un acuerdo.
Alguien entró corriendo a la habitación, un muchacho, se veía mayor que aquella chica. Acariciaba su mejilla con cariño y una sonrisa, diciéndole que todo estaría bien. No se percató de nuestra presencia.
Las manos de mi amigo temblaban tanto que el cuento que tenía en las manos cayó al suelo, pero el joven aún no lo había notado.
Fue en un instante, lo entendí. Sabía lo que le pasaba, ya estaba cansado, siempre a él le tocaba la peor parte, y hacer lo mismo todos los días y a toda hora, debía de ser una tortura para él.
Él sabía que no podíamos estar en contacto mucho tiempo, aunque suelo ser yo quien le pide favores a él, para que haga la vista gorda. Ahora se estaba quebrando en llanto frente a mí. No tenemos elección, haga lo que haga, él debe cumplir con su parte.
Acaricié su mano con ternura y nuestros ojos se conectaron, y no necesitaba decirme nada, su responsabilidad iba por delante de todo...

Lo único que se oía en la habitación eran los débiles latidos del corazón de la chica y el sollozo de mi compañero. Lo tome de la muñeca con suavidad y lo dirijí a la frente de la joven dormida. Él simplemente miró a la muchacha y cerró los ojos, mientras yo salía de la habitación.
Tras un pitido médicos y enfermeros corrían hacia donde mi compañero se encontraba.
En la puerta del hospital fui interceptada por mi amigo, solo estaba parado bajo la lluvia. Su camisa negra estaba mojándose, podía ver en su rostro las emociones que sentía.
No podría entender su dolor, aunque quisiera, mayormente soy yo la que le hace las preguntas a él. Pero, ahora fue diferente. No podíamos negarnos a nuestro destino.

"Todos me culpan siempre... Como si tuviera otra opción, ¿Sabes?. Me maldicen por hacer lo único que se hacer, por cumplir con mi propósito. Y a tí, te adoran, te proclaman como algo superior. No soy cruel, no disfruto de hacer esto. Verlos llorar, ver cómo sufren... Ya no lo soporto"

Su sufrimiento era entendible, su trabajo empieza donde termina el mío. La peor parte siempre la cargará él.
Miré la puerta principal del hospital donde una joven mareada, con un vestido blanco salía confundida, no podía hablar, pero ahora, fuera de la camilla podía vernos a ambos. Tomé su mano y la de mi compañero y las junté.

"Él te guiará a partir de ahora, será un camino largo hasta tu destino, jovencita. Pero aunque su rostro no se vea de fiar, es alguien bueno y sabio. Sonríele y deja que te lleve al final del camino."

La joven sonrió, aunque en sus gestos se notaba la confusión y nostalgia. Él solo me dio la espalda y de aquél hospital salían pequeñas chispas y luces que seguían a mi compañero y a la joven. Tornando a sus espaldas un camino de luces hermosas, mientras que la chica le preguntó ingenuamente a mi amigo a donde la llevaba, a lo que él respondió con una sonrisa inusualmente cariñosa:

"Mi amiga te guío por unos años, por ello te volviste muy fuerte, jovencita. Pero ahora debes descansar, y yo tengo que llevarte a un lugar donde puedas hacerlo... Ese es mi trabajo"

Pequeñas historias de una mente atormentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora