7. Una emoción indescifrable

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Capítulo 7

Las diez y siete minutos de la mañana.

Entro en el aula susurrando un "buenos días" al profesor a medida que paso por su mesa y subo los escalones hacia mis amigos.

Laura y Guille me observan realizar dicho recorrido con una expresión interrogante en sus caras.

—Me he quedado dormida —les explico mientras me siento a su lado y saco el ordenador de mi bolsa de tela.

—¿Una mala noche? —replica Laura tecleando en su ordenador.

—Algo así.

—¿Insomnio?

—Creo que problemas puntuales para dormir.

—¿Te sucede a menudo? —interviene Guille en voz baja.

El profesor está recordando el temario dado en la clase anterior, así que nos sentimos con la potestad de no atender y seguir hablando sin molestar a los demás estudiantes.

—De vez en cuando.

—Deberías acudir a un profesional si se repite con tanta frecuencia —me aconseja Laura con una mirada de preocupación en sus ojos.

—Lo sé, pero no es para tanto —le quito importancia.

—Si no te deja descansar con normalidad tal vez sí es para tanto —corrobora Guille—. Yo también sufrí insomnio durante una temporada y sé lo duro que es.

—No creo que sea mi caso —defiendo mi postura—. Simplemente tengo malos hábitos para dormir, me acuesto muy tarde y luego duermo la siesta. Necesito controlar eso y estaré como nueva.

El tema está empezando a incomodarme, así que decido no entrar en más detalles y dar por finalizada la conversación sobre mis problemas para dormir.

No es que lo que les haya contado sea mentira, pero no es la verdad completa. Es cierto que soy un ave nocturna y me activo por las noches, pero la ansiedad también es una de las razones por las que me cuesta tanto conciliar el sueño.

Cuando me acuesto en la cama, se hace el silencio y mis ojos solo perciben oscuridad, miles de pensamientos recorren mi cabeza sin que pueda evitarlo. No suelen ser necesariamente malos, pero sí molestos cuando lo único que busco en ese momento es paz.

Durante esas noches me siento muy frustrada conmigo misma. Tanto, que me gustaría gritar con todas mis fuerzas; pero como no vivo sola, me conformo con estrangular mi almohada hasta que mi mente decide callarse y dejarme dormir tranquila. Tal y como ha sucedido hoy.

En otro contexto les habría contado todo esto, pero como estamos en medio de un clase, con personas desconocidas que pueden escuchar lo que decimos, prefiero callarme y quedarme en la superficialidad del problema.

Antes de darme cuenta, la clase ha terminado y estamos recogiendo nuestras cosas para dirigirnos hacia nuestro lugar favorito: la cafetería de la facultad.

—¡Qué ganas de un buen café! ¿Vosotros queréis uno? —inquiere Laura antes de alejarse hacia el mostrador para realizar su pedido.

Yo niego con la cabeza y Guille me imita. Ninguno de los dos es muy fan del café, por lo que Laura se ve obligada a ir sola a por la bebida.

Una vez fuera de nuestro campo de visión, Guille y yo nos sentamos en silencio en una de las mesas libres. La tensión puede cortarse con un cuchillo, y es que soy incapaz de hacer contacto visual con él debido a la vergüenza.

Mirarle a la cara me trae recuerdos del momento que compartimos en la discoteca, cuando se acercó a mí y estuvimos bailando cuerpo contra cuerpo. Realmente creí que pasaría algo entre nosotros esa noche pero, como siempre, fue una simple ilusión mía.

Cambio de aires | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora