"PESADILLA"

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¡El despertador! Lo tengo programado para que me despierte una canción aleatoria y la de hoy es la que fue mi canción favorita hace diez años. Curioso. Tenía años de no escucharla. Cuando apago el despertador, tengo configurada a la asistente de voz para que me lea un poema y hoy leyó uno un poco bizarro que me dejó un mal sabor de boca... Traté de ignorarlo y alejarlo de mi mente para empezar a alistarme para ir a trabajar. Curiosamente, lo único que se me antojaba ponerme era un estilo que usaba mucho hace una década y todos mis salveques estaban mojados porque lavé la noche anterior, excepto el viejo pedazo de tela que en algún momento fue un Jansport que también usaba en aquel entonces.

Al salir de mi apartamento, tenía el presentimiento que el día iba a ser muy extraño y lo fue. En mi rutinario camino al trabajo, me topé a viejos amigos, personas que tenía años de no ver y que jamás me hubiera imaginado de que existía la posibilidad de encontrarlos en mi ruta, la misma que he usado por cinco años y es la primera vez que los encuentro, en un mismo día.

Mi aplicación de música tampoco ayudó a controlar mis nervios, por más que la reiniciaba no me dejaba poner lo que yo quisiera, solo canciones de hace diez años. ¿¡Qué pasa!?

El transcurso de mi jornada laboral fue igual de extraño, mis compañeros de trabajo no dejaban de hablar de temas viejísimos, comentar sobre videojuegos ya gastados e intercambiándose redes sociales que yo daba por enterradas.

Deseando volver a mi apartamento, cuando llegó el final del turno, salí en cuestión de segundos del edificio. Decidí ir caminando sin escuchar música, ya la paranoia estaba a niveles muy altos como para aumentarla. Agotado, sudoroso y alerta, llegué al fin a mi apartamento. Cerré puerta, ventanas, apagué todas las luces, me desvestí y me deslicé entre las cobijas, pero no podía dormir.

En pleno estado de insomnio le mandé un mensaje a mi novia contándole lo que pasó y cómo me sentía porque sus palabras siempre me han dado calma y efectivamente, después de leerme y entenderme y darme algunas de sus tiernas palabras me tranquilizó, hasta me ayudó a bromear un poco con la situación y le dije que si me despertara diez años en el pasado la buscaría para conquistarla antes, a lo que me respondió con más palabras llenas de cariño y un dulce mensaje de buenas noches. Después de eso me quedé dormido.

Y ¡oh! ¡Cómo me hubiera gustado haber despertado una década o un siglo en el pasado, o en la prehistoria! ¡Pero no aquí!

Al momento en el que abrí los ojos supe que no era mi simple y vana realidad, había fuego a mí alrededor y sangre bajando por las paredes. Cuando traté de moverme sentí cómo clavaban mis rodillas a la cama, ni siquiera los pies, solo las rodillas; casi se me desgarra la garganta gritando del dolor. Traté de usar la poca fuerza que me quedaba después de ese grito para volver a mirar a mi alrededor pero esta vez el proceso se repitió pero en la zona de mis rostro, clavando mis globos oculares lentamente a la cama y en esta ocasión fueron tales los gritos que mis cuerdas bucales se reventaron y casi me ahogo con mi propia sangre.

Ahí, tendido, débil pero despierto, viendo fijamente al techo entre los clavos que infligían dolor pero no me afectaban el sentido de la vista, empecé a sentir como me arrancaban la piel lentamente, zona por zona y al finalizar sentía como si mi cuerpo fuera lava. Me arrancaron los dientes y las uñas, uno por uno y provocando el mayor dolor posible con ayuda de herramientas oxidadas y poco convencionales.

Cuando imaginé que la tortura corporal había finalizado, la psicológica estaba apenas comenzando. Gritos, gritos desgarradores de esos que te inundan la mente, te apuñalan el corazón y hacen que sangren tus oídos. Mezclados con los gritos había llantos, llantos de bebés, niños, mujeres, hombres, animales; escuché golpes y disparos acompañados de súplicas y más gritos y más llanto.

¿Pesadilla? ¿Realidad? ¿Qué estaba pasando? Ayer todo estaba técnicamente normal excepto el hecho de que parecía que había retrocedido diez años en el pasado... Un momento. ¡El poema que me leyó la asistente! Hablaba de muerte, sangre, pesadillas y torturas. Hace diez años en mi barrio natal, muy lejos en el campo, se encontraron a diez hombres que vivían solos, muertos en sus camas con un agujero en la frente, a primera vista los oficiales determinaron que era de bala pero después de los estudios forenses no encontraron ningún objeto o casquillo que haya podido provocar semejante marca. Los amigos que me encontré son familiares de esos diez hombres. La ropa, la música, los temas de conversación fueron una distracción para no pensar en eso hasta ahora.

¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Cuándo moriré? ¿Será de la misma forma que esos hombres? Mi novia... amor de mi vida... perdóname.

El tiempo pasaba sin ley, sin orden y sin medida, el ambiente cambiaba constantemente sin ningún patrón aparente y mi cuerpo se regeneraba para ser objeto de nuevas formas de tortura, una peor que la anterior: quemaduras en mis genitales, ratas comiéndose mis entrañas, taladros en los oídos, ácido de batería en mis ojos, avispas en mis fosas nasales; pero de alguna forma seguí consciente y alerta durante estos episodios. Demasiado consciente.

Hasta que llegó el momento en que, de una manera u otra, sentía que todo se iba a acabar. Con el arma entre ceja y ceja estaba listo para un tirón de gatillo, un sonido sordo y la añorada oscuridad de la muerte definitiva. Pero nunca llegó. En lugar de eso escuché a lo lejos, los gritos de mi novia, que seguramente me fue a buscar porque no llegué a trabajar, ella sabe que yo no falto, no he falta ni un solo día a mi trabajo y logró entrar con la copia que le mandé a hacer hace poco. La escuchaba repitiendo mi nombre para despertarme pero su voz sonaba lejana y sentí su beso, su dulce beso pero en el instante en que lo sentí escuché el gatillo detonando la bala, atravesando el cráneo de mi amada en lugar del mío.

No la podía ver pero la podía sentir. Sentía el peso de su cuerpo inerte sobre el mío y como su espíritu se iba a quién sabe dónde. Llegué a la conclusión de que tendría que esperar diez años de tortura en ese lugar para volver a tener la oportunidad de recibir la estocada final... con la diferencia de sentir el peso del cuerpo de mi novia en mi pecho permanentemente, y de las incontables e innombrables torturas que recibía, esa era la peor de todas.

PesadillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora