Capítulo 26.

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Punteo en la guitarra, las luces anaranjadas de las farolas entran en el salón del piso. Lo hago casi de manera inconsciente, conociendo perfectamente cada acorde de esa melodía que tanto he escuchado estas últimas semanas. Siento como un mechón cae por mi frente, pero lo dejo estar. Inspiro profundamente antes de ponerme a cantar, miro hacia quien tengo en frente con los ojos aguados.

— Por centrarme en mi, fui capaz de perderme otros mundos — canto en un tono suave, intentando que se mantenga la intimidad que me proporciona la guitarra—, dibujar en ti— muevo los ojos, Pablo se encuentra con una pierna encogida en el sofá y la cabeza apoyada en la rodilla— con los dedos la carta astral— él sonríe, me fijo a su lado en Nico, que sonríe pasando su mirada de mi a él—. Aunque ansío la paz, dejaría atrás, en el suelo, un papel de UNICEF — el chico abre los brazos para recibir a su novia, a la cual le besa la cabeza mientras esta se apoya en su pecho—. Aunque ya no está, la gente se acuerda de él — Ainhoa se cubre con una manta justo en frente de mi, Eric la abraza rodeando todo su cuerpo—. ¿Y con qué derecho fui la persona que invadió tu vida? — agacho la mirada de nuevo — ¿Cómo va a existir Dios? — aguanto una risa nerviosa — ¿Quién me llena a mi de envidia? — susurro de nuevo levantando la cabeza — Ya no saben, los chavales, lo que hizo la Heroína.

Sigo cantando con el pequeño público en un silencio sepulcral, es un escenario tan intimo que un simple sonido que sobrepase lo máximo impuesto inconscientemente por mi es un delito. Acabo rasgando las cuerdas de la guitarra, escuchando unos sollozos a mi izquierda, Sabela se limpia las lágrimas, Nico la observa con una sonrisa y la manera en la que le brillan los ojos me produce ternura. Dejo la guitarra a un lado y suspiro.

— Voy a por un poco de agua — susurro, observando el panorama, Gabri se limpia los ojos sentado en el pequeño sofá individual.

Me giro y paso sobre los cojines en los que estaba sentada, camino descalza por la tarima, abro la nevera y me sirvo un poco de agua. Los murmullos reinan en el sofá, mantienen esas burbujas de intimidad entre ellos. Me fijo en Pablo, que se levanta para venir a dónde estoy yo. Lo observo todo el camino, vestido con algo de ropa que tiene dejado aquí.

— Ven aquí, pimpollo— tira de mi agarrando mi muñeca, suspiro cuando choco contra su cuerpo—. Tienes algo tan especial, Oli — deja un beso en mi cabeza, sus manos se cierran en mi espalda, se mueve un poco a los lados arrebatándome una risa suave.

— ¿No ha sido muy intenso? — él niega con la cabeza, apoyada sobre la mía.

— Tu ya eres muy intensa de por si — río recostándome contra él—, ¿estás bien? — asiento algo desconcertada, sintiendo que algo malo va a pasar— Espero — se separa un poco de mi y coloca un par de mechones detrás de mis orejas con una sonrisa calmada.

El timbre suena, rompiendo el silencio en el que se encuentra el piso. Busco a Gabri con la mirada, que frunce el ceño serio. Niega. Me separo de Gavi y camino hacia la puerta, siento que se me cae el alma al suelo en cuanto la abro. Trago saliva observando los ojos castaños de mi madre.

— Vámonos — no dice nada más, pero me agarra de la muñeca para tirar de mi.

— ¿Oli? — Pablo habla en un susurro, reacciono frenando en seco — ¿A dónde vas? — miro a mi madre de nuevo, seria, sin ningún tipo de emoción que identificar.

— A casa, a dónde va a ir — Pablo frunce el ceño serio y niega, caminando hacia mi, abro los ojos y niego lentamente.

— Mamá... — susurro llevando mi mano a la suya, veo cómo empieza a temblar—, estoy en mi casa — poso mi mano sobre la suya, ella niega —. ¿Dónde están las medicinas? — le susurro.

— No estás en casa — mira hacia Gavi, le veo los ojos vacíos—, estás con gente que te quiere hacer daño, vámonos — tiemblo por el sentimiento de desconocimiento que siento hacia ella, escucho un par de pasos detrás de mi y hago un gesto con la mano para que pare.

Fuego Amigo • Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora