Vuelvo a tener la misma pesadilla que tuve en el coche con Alexander. Me despierto envuelta en una manta muy gruesa y asfixiante de color marrón. Noto las gotas de sudor resbalar por mis sienes y el jersey gris pegárseme a la espalda empapada. El corazón me late con fuerza en el pecho y tengo que pestañear varias veces para acostumbrar mis ojos a la oscuridad.
Forcejeo con la manta hasta caer por el borde de la cama y golpearme la barbilla contra el suelo enmoquetado, suelto un jadeo liberando los brazos de la pesada tela y me incorporo poniéndome las gafas con las manos temblorosas. Cuando consigo ponerme en pie palpo la pared en busca de algún interruptor. Mis dedos dan con un picaporte frío al tacto, lo giro despacio y empujo con la misma mano la puerta de madera. El primer sonido que llega a mis oídos es la voz de Catherine desde el piso de abajo.
-Es una amenaza Alexander, y como encuentren a su madre y a su hermana no dudarán en apretar el gatillo contra ellas. Sabes que Arnold la busca, y la quiere con él para usar su don contra todos nosotros, y contra todo el mundo. Es demasiado poderosa...
- No voy a dejarla en la calle Cath, ella es de los nuestros, la entrenaré y será capaz de librar al Nuevo Mundo de ese miserable. A demás... ¿la has visto bien? No duraría ni dos días ahí fuera sola...
Tras oír eso último cierro la puerta de la habitación y me giro, ya no me importa la oscuridad, solo pienso en una cosa: <<Tengo que salir de aquí>>. Lógicamente me asusta que Alexander pueda tener razón y al cabo de dos días me encuentren muerta en una cuneta, pero eso no me importa, no quiero permanecer en esta casa ni un minuto más. Camino hacia la ventana del dormitorio y la abro tratando de no hacer mucho ruido. Me asomo y siento vértigo al ver la altura que me separa del suelo. El viento me azota en la cara dejándome unos segundos sin respiración. Obviamente no puedo escaparme por la ventana... seguramente me rompería una o varias partes del cuerpo si lo hago. Me aparto el pelo de la cara y salgo de la habitación sin hacer el más mínimo ruido. Las voces de Catherine y Alexander no se oyen por la casa, lo cual me pone sobre aviso de que tal vez hayan subido a sus habitaciones. Trago saliva bajando muy despacio las escaleras, con la respiración agitada.
Cundo llego al piso de abajo me pongo el pelo detrás de la oreja y miro la puerta de salida con temor, respiro hondo varias veces antes de abrirla lo más silenciosamente posible y una vez en el porche de la casa empiezo a correr escaleras abajo.