Mientras ayudaba al señor Carlos, que me había pedido específicamente que le barriera todo su patio delantero porque tendría visita en la noche, me percaté que entre una de las lozas había una hoja doblada en forma de carta (y que luego me di cuenta que, en efecto, era una... con mensaje incluido). La recogí sin dudarlo, listo para tirarlo a la basura junto a todo el polvo que había acumulado en el recogedor, cuando me detuve por curiosidad a ver lo que tenía en su interior.
No pude creerlo.
El señor Carlos me preguntó si había visto algún bicho o encontrado algo, porque me había quedado parado en el patio. Le dije que no pasó nada, que justo había terminado de limpiar. Cuando estaba de vacaciones me gustaba ayudar de vez en cuando a los vecinos del barrio, y el señor Carlos era uno de los que siempre lo necesitaba por ser viejo. Varios niños entraban y salían de su casa cada día, porque lo ayudaban en varias actividades.
Escondí rápidamente la carta en el bolsillo de mi short y fui a un lado a botar la basura. Me despedí del señor Carlos que estuvo desde su ventana viéndome mientras limpiaba, y llegué corriendo a mi casa, asustando a mi papá que estaba en la cocina. Él corrió detrás de mí para ver que me había alterado tanto. Me preguntó que ocurrió en la casa del señor Carlos y entre jadeos le respondí que había encontrado una carta con un mensaje asombroso.
—Déjame verla—me pidió.
Yo le dije que no, que si alguien más la veía mi oportunidad se estropearía. Papá no me creyó, pensó que estaría jugando, así que me dijo que había hecho bien en ayudar al señor Carlos por ser viejo, que tuviera cuidado si volvía a salir y volvió a la cocina. No podía sacarme de la cabeza lo que había leído en esa carta. Tenía que encontrarle una solución. A los ocho años me habían encargado de una aventura que podría salvar a todo el barrio. Estaba emocionado por completar la misión, me recordaba a las imágenes que veía en la tele cada vez que mi hermano mayor agarraba el mando, se ponía unos audífonos y comenzaba a hablar con otras personas. Él presionaba unos botones y en la tele podías ver como las imágenes iban cambiando y mostraban diferentes escenarios, como si buscara algo, y una vez que lo hacía, ¡pum! Lo desaparecía. Siempre que le preguntaba que eran esas imágenes me decía "las noticias", como para que dejara de insistir. Le creía, por supuesto, solo que esas imágenes en las noticias nunca parecían ocurrir en el barrio donde vivíamos. Hasta que leí la carta y me vi capaz de ayudar a que no sucediera. La saqué de mi bolsillo y la dejé sobre mi cama para volver a leer el mensaje.
Luego de un rato, volví a salir a la calle y empecé a caminar por todas las casas, mirando a los vecinos que tenía. Los conocía por las cosas que hacían y no por sus nombres. Uno estaba lavando su carro, lo saludé rápidamente y caminé más rápido. Otra señora estaba regando sus flores mientras que el vecino del frente practicaba futbol. Ambos siempre peleaban porque la pelota caía sobre las flores y las rompía. Los saludé también. El señor guachimán estaba en su silla durmiendo, porque en unos minutos se hacía de noche y estaría despierto vigilando el barrio. Al final de la calle estaba la casa del señor Carlos, a quién había ayudado a limpiar su patio. Pocas veces lo veíamos salir de su casa, parecía ser muy reservado.
No veía nada sospechoso en el barrio. Todo andaba normal. Pero seguía creyendo en lo que la carta decía. Decidí que sería buena idea empezar por el mismo lugar donde la encontré, es decir, el patio del señor Carlos. Así que le toqué la puerta y a los segundos me abrió.
—Otra vez por aquí, Tomás, ¿No te di ya la propina? — preguntó, y lo tomé como un saludo.
—Buenas tardes señor Carlos, venía porque me olvidé algo.
—¿Qué cosa?
—Una pista. Esta en su patio. Será rápido.
—De acuerdo. Ven, pasa. —dijo como si no importara, tampoco preguntó a que me refería. Tal vez su visita ya había llegado y quería que me apurara.
Entré corriendo a la casa apenas el señor Carlos se movió a un lado para darme permiso. Busqué entre las lozas de nuevo, viendo si tal vez habría otra carta, o un objeto... pero no había nada. Incluso el señor Carlos se ofreció a ayudarme en buscar la pista.
—Me dejaste el patio muy limpio, no creo que haya nada.
—Tiene que haber algo señor, necesito encontrar lo que sea.
—¿Tanto te ha emocionado la carta?
Giré a voltearlo sorprendido. No le había dicho que encontré una carta. Solo que buscaba una pista.
—¿Cómo lo sabe?
—Yo la escribí. —dijo como si fuera lo más normal.
—Entonces... entonces me dio a mi la misión para...
—La puse ahí para que la encontrarás. —se levantó de donde estaba y fue a cerrar la puerta de su casa. De seguro él sabía algún secreto y me lo iba a decir, aunque...
—¿No tenía visita esta noche?
El señor Carlos sonrió sin mostrar los dientes—: La visita eres tú.
No entendí muy bien a que se refería, pero me sentí nervioso. Y quise irme.
El señor Carlos me agarró del brazo y me llevó hasta el interior de su casa. Traté de poner fuerza para intentar liberarme y me caí de espaldas. Antes que me volviera a sujetar, aproveché en levantarme y soltar un grito muy fuerte, lo más fuerte que pude, que ojalá se haya escuchado hasta mi casa. Volvió a agarrarme y traté de zafarme, pero el señor, a quien siempre había creído como un hombre viejo y débil, en realidad tenía mucha fuerza. Le grité que me dejara irme a mi casa, porque parecía que no quería que me fuera y ya era de noche y se me hacía tarde, cada vez que estaba por soltarme volvía a agarrarme por detrás. Parecía que estaba jugando, como haciéndome cosquillas, pero yo solo quería salir de la casa. Escuché como tocaban la puerta de entrada con mucha fuerza. El señor Carlos trató de ahuyentar a la persona que tocaba con una voz muy calmada, una que no parecía que estaba haciendo esfuerzo. Volvieron a golpear la puerta y esta vez se escucharon más voces detrás.
Lo que siguió pasó muy rápido. Un momento estaba parado con el señor Carlos detrás de mí, y en el otro el guachimán estaba corriendo a alejarlo por completo. La vecina que regaba las flores entró después y me tomó la mano delicadamente para sacarme de la casa, todo mientras murmuraba "ay dios, dios, dios". Mi papá llegó a los segundos sudoroso y cansado de correr desde el otro extremo del barrio, y me abrazó con mucha fuerza. No dejaba de preguntarme cómo estaba y si me había hecho daño. Yo estaba confundido, creí que había completado la misión de la carta. Se lo dije a mi papá.
—¿Qué decía esa carta para que te hiciera confiar en el señor?
Recordé lo que había leído en la carta y se lo dije como lo recordaba: "Querido niño que encontró la carta: Necesito que confíes en mí. En este día alguien morirá. Lo sé porque lo vi en persona. Para evitarlo cae en ti encontrar al culpable. Esta en el barrio, tu lo conoces. Solo ve al lugar que tu creas conveniente. Ayúdame a hacerlo más fácil."
—Siempre veía a mi hermano ver eso en las noticias. Solo quería ayudar a evitarlo.
Mi papá me abrazó y me dijo que eso no eran noticias. Que se llamaban videojuegos y no era la realidad.
La realidad fue que el señor Carlos no era una buena persona, y planeaba hacer daño a los niños.
Usaba las cartas para atraerlos.
Y yo había caído.
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La carta
Short StoryProyecto final para el curso de storytelling de la universidad de lima.