12: Final

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Al fina tu miedo se cumplió. Te odio. 

[♡]


Horrorizada dio unos cuantos pasos atrás al llegar al sitio que alguna vez considero su lugar seguro, su paraíso convertido en infierno mismo. 

Su paraíso había dejado de tener vida.

¿Hace cuánto no había pisado aquellas mágicas tierras?

La vegetación en donde alguna vez se estuvo revolcando desapareció y ahora solo había asqueroso barro cerca de la laguna que relucía sus aguas de un tono marrón oscuro, los árboles pelados sin ninguna sola hoja, ni siquiera había animales merodeando la zona, no se escuchaba nada más que el viento gritando velozmente la intromisión de la joven. Pidiéndole que se largara porque ella ya no pertenecía más a ese lugar. — Sofía, ¿Estás aquí? — Se atrevió a preguntar, consciente de que sus anhelos se destrozaban cada vez más.

No obtuvo respuesta y aquello le dolió.

Porque lo esperaba.

¿Cómo tenía ella el descaro y cinismo de aparecerse por allí después de todo lo que había causado? Al final de cuentas fue su culpa, ya no era un problema pequeño del que podía escabullirse llorando sobre el regazo de su madre, era un jodido infierno en las mentes de los demás. Las miradas llenas de desprecio, algunas burlonas, nadie quería estar a su alrededor, no porque lo supieran, no había forma de que alguien lo dijera, pero lo intuían, solo faltaba que una persona abriera la boca para comenzar a rumorear lo distinta que siempre fue.

Después de divagar entre sus pensamientos y sentimientos, cambiar de opinión millones de veces, ahogarse en llantos desesperado, revolcarse en su cama fría incapaz de conciliar el sueño. Finalmente acepto que la amaba por completo, y al parecer ya era demasiado tarde porque la perdió. La vida sí que era injusta con ella, el destino, el universo, Dios, todo lo que ella creía le falló en el último momento, todo su mundo se vino abajo.

La agarró desprevenida, con la guardia baja. Margareth tenía el derecho a cambiar de opinión cuantas veces le fuera en gana, podía querer alejarse de Sofía para no hacerle daño, pero ya no estaba tan segura de sus palabras, los muros que había formado a su alrededor comenzaron a agrietarse mientras la imagen de su único amor aparecía para darle luz y ahora no tenía forma de retroceder en el tiempo para poder cambiarlo todo.

Su orgullo la atrapó, la enreda para que no vuelva la cabeza, solamente huye porque es lo mejor que puede hacer después de que el fuego en su interior se apaga, no la detuvo, no le importó que se fuera, aunque no sabía que la buscaba desesperadamente en cada libro abierto, se quedó estancada en cómo la destruyó.

Era tan humana como el resto.

Se dejó clavar demasiado las promesas de amor que ya no tenía de que aferrarse para evitar caer en la soledad depresión.

¿Con qué derecho hacían aquello?

¿Cómo podían jugar con sus sentimientos en un momento como ese?

Puso esa carga en sus hombros, fue tan egoísta al hacerlo, porque lo hizo y no tenía excusa para defenderla ahora.

Tan insensible.

Había que ser muy hijos de puta para separar a dos almas que se reconocían bajo la luz de la luna, o muy malditas debían estar las almas para no poder amarse libremente.

De todas formas, en algún lugar del espacio tiempo podrían haber estado bailando como las estrellas que eran, sin temor, sin tener que hacerle daño a nadie, con los corazones reconociéndose al simple tacto.

Ella entre sus líneasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora