CAPÍTULO XI

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                                   DEIMOS

Mis ojos detallaron el traje negro que reposaba sobre mi cama de matrimonio. Dánae me había abordado dos días atrás con un plan para atraer a Darcio a nuestra casa e intentar conseguir la información que necesitábamos. 

A pesar de que sabía que era un buen plan, me estaba empezando a arrepentir al ver la ajustada camisa blanca que mi hermana pequeña me estaba obligando a llevar.

Lo teníamos todo preparado, excepto el hecho de que no sabíamos como íbamos a hacer para que Darcio se presentara en la jodida fiesta.
Deberíamos haber empezado por ahí.

El sonido de mi teléfono resonó por la silenciosa habitación.
Tuve que leer dos veces el nombre del remitente para comprobar que mis ojos no me estaban jugando una mala pasada.

Mensaje de
Mavka:
¿Dánae está en casa?

Espera, te pongo en contexto, tras el trágico e incómodo rodeo por la noria la semana anterior, Brina me había mandado un mensaje de lo más cutre para disculparse por lo que había dicho. Tuvimos una pequeña charla y se acabó. No había vuelto a saber de ella desde entonces.

Mensaje para
Mavka:
Imagino. ¿Por qué? ¿Necesitas algo?

Mantuve la vista fija en el teléfono, pendiente a su próximo mensaje. Que nunca llegó.
Me removí incómodo. Había leído mi último mensaje, eso podía verlo. Entonces, ¿por qué no me respondía? ¿Se habría arrepentido de escribirme en primer lugar? ¿Debería mandarle otro mensaje?

Justo cuando mis dedos empezaron a pasearse por las teclas de mi teléfono, el timbre de casa me hizo soltarlo muy rápido.
Como alguien que acaba de ser pillado haciendo algo que no debía.

Bajé las escaleras de forma automática, aún con mi mente en cierta morena lejos de allí.

Los ojos marrones más bonitos que jamás había visto me devolvieron la mirada con un brillo indescriptible.

− Mavka – dije sin aliento.

− Poseidón – su vista bajó por mis brazos tatuados, visibles debido a la apretada camiseta de mangas cortas que llevaba, haciendo que un delicado rubor le cubriera las mejillas. Carraspeó con incomodidad y evitó el contacto visual al decir: - ¿Dánae ... casa ... está ... en? -

− ¿Qué? - me reí ante su nerviosismo, dejándola pasar con un movimiento de cabeza. Tragó saliva al pasar por mi lado. 

− Estoy buscando a tu hermana -

− Auch. Me siento traicionado – rodó los ojos.

− No seas capullo. Thalía me dijo que iba a estar aquí pero no contesta mis mensajes -                   

Justo en el momento en que iba a contestar con algún comentario sarcástico, una mancha rubia impactó contra ella, haciéndole retroceder con una risa.
Sentí la presencia de mi hermana a un lado, mirando a la pareja de amigas de la misma manera que, estaba seguro, yo lo hacía.

− ¡BRINA! - escuché a Dánae gritar, antes de fundirse en un corto abrazo con la de ojos marrones. Fruncí el ceño extrañado.

− Buenas, buenas -

− Gracias por recibirla, Deimos. Ahora tenemos que ir a prepararnos para la fiesta -

− ¿Qué fiesta? - preguntó Brina, frunciendo el ceño de forma adorable.

− La fiesta por la que estáis aquí – contestó mi hermana de forma obvia.

− No sé de que estás hablando – vi como las dos morenas se giraron hacía la única rubia de la habitación, quien se rascó la nuca nerviosa.

− Si te decía no ibas a venir – confesó encogiéndose de hombros.

− No me lo creo. Thalía -

− Lo siento, de verdad que sí. Pero quería que vinieras y sabía que si te lo decía no lo ibas a hacer -

− Espera, ¿por eso es por lo que mi madre estaba como loca intentando arreglar a las niñas? ¿también están invitados? - dijo posando su mirada en mí.

Asentí pasándome una mano por el pelo, revolviéndolo. La vi negar con la cabeza con una mirada dubitativa, antes de ser arrastrada por mi hermana y su mejor amiga hacía, me imaginaba, la habitación de la primera.

− BÁÑATE Y ARREGLATE DEIMOS – escuché que mi hermana gritó, acompañado de un portazo que me hizo saltar en el sitio.

Me encogí de hombros, volviendo a subir las escaleras hacía mi habitación.
Pasando por delante de donde las chicas se encontraban, pude escuchar como Brina juraba una y otra vez que no se iba a poner lo que fuera que tenía delante y como las otras dos intentaban convencerla, fallando en el intento.
Sonreí como un tonto al escucharla dar argumentos irrefutables sobre algo relacionado con la idea patriarcal que obligaba a las mujeres a usar zapatos de tacón en eventos formales.

Me giré hacía el tablón de información que Dánae y yo habíamos trasladado del salón, rezando a todos los elementos por que lo de esa noche saliera bien y tanto mi hermanita como yo pudiéramos estar más cerca de nuestra libertad.

Había conseguido leer todos los documentos que mi madre y jefa me había mandado hacía ya tanto tiempo. No decían mucho. Ni siquiera una simple pista sobre la persona a la que me habían forzado encontrar. ¿Cómo era posible que me mandaran a hacer algo así pero no me dijeran a quién tenía que hacérselo? ¿Y cómo era posible que hubiera tanta gente metida en el ajo? ¿Cómo nadie se daba cuenta de las desapariciones y muertes misteriosas? ¿Y bajo que criterio se juzgaba a las víctimas? ¿De verdad eran personas que se lo merecían?

Miré el reloj de la mesita de noche desde mi posición en el suelo. Si mi memoria no fallaba, faltaba poco más de veinte minutos para que los invitados empezaran a llegar. Había estado más de dos horas empapándome de información válida para hablar con Darcio. 
Suspiré levantándome del suelo, haciendo mis huesos crujir.

El agua caliente me dio la mejor bienvenida posible, haciéndome suspirar de nuevo.
Tardé lo menos posible bajo el grifo, a pesar de que adoraba pasar tiempo bajo el agua, ver a mi hermana enfadada no era algo que me apeteciera experimentar a la víspera de una fiesta tan importante.

Me coloqué una toalla alrededor de la cintura y, secándome el pelo con una mano, salí del pequeño baño privado.

El esmoquin había desaparecido de mi cama, lo que me hizo fruncir el ceño. Sabía que la única persona a la que le tenía permitido entrar en mi habitación era a mi hermana, así que el condenado traje no estaría en otro lugar que no fuera en la suya propia.
Con un débil quejido, abandoné la penumbra de mi cuarto para dirigirme a la puerta contigua.

Apoyé la oreja a la espera de algún sonido que me indicara que las tres mujeres seguían ahí, pero el silencio fue lo único que me recibió.
Empujé con suavidad la puerta, adentrándome en la pieza.

Mis ojos dieron de lleno con una pequeña figura frente al espejo.
El oxígeno abandonó mis pulmones cuando mi azul se encontró con su marrón.
Se giró despacio, con una sonrisa bailándole en los labios. 

El pelo, usualmente recogido de la peor manera posible, lo llevaba en una bonita coleta que dejaba a la vista sus preciosas facciones.
Sus bonitos ojos marrones estaban decorados de una suave sombra casi del mismo color de su iris, abrazados por sus largas pestañas.
Sus labios pintados de un delicado color rojo me hicieron tragar saliva.

El vestido verde botella se ajustaba a su cuerpo, revelando una figura que nunca antes había visto.
Solo tenía una manga, la cual abrazaba su hombro derecho, dejando todo el valle de sus pechos, donde podía notar que faltaba la usual cadena de plata que nunca se quitaba, y su hombro izquierdo descubiertos. 
Se fruncía un poco en la cintura y caía hasta sus tobillos con delicadeza. La gran raja que dejaba toda su pierna izquierda a la vista me hizo volver tragar saliva.

Terminaba el modelito con unos bonitos tacones dorados, que sabía que no durarían mucho, y unos pendientes del mismo color.
Sus manos luciendo los mismos anillos de siempre, dándome a entender que ni siquiera Dánae había podido ganar esa batalla.

Se pasó la lengua por los labios, haciéndome aguantar la respiración, mientras sus ojos curiosos examinaban mi pecho desnudo hasta llegar a mi mano derecha, también desnuda.
La oculté rápido tras mi espalda, rezando porque no le hubiera dado lugar de distinguir la marca que con tanto pesar cargaba.

Sus ojos volvieron a hacer contacto con los míos con una bonita sonrisa surcando sus labios rojos.

− Dánae te matará si ve que aún no estás arreglado – dijo con una voz graciosa. Dio dos pasos en mi dirección, su cuerpo colisionando contra el mío al tropezar.

Pude sentir como aguantó la respiración al mismo tiempo que yo. Nuestras caras ahora a centímetros de distancia.

Su mirada bajó a mis labios por un segundo, pasándose la lengua por los suyos propios, antes de quitar sus manos de mis hombros despacio.
Mis manos se mantuvieron fuerte en su cintura, no queriendo separarla de mí ni un centímetro.

Parecía que el tiempo se había paralizado. No existía nada, ni los gritos lejanos de mi hermana desde la planta de abajo, ni el sonido del timbre resonando una y otra vez, ni  el plan para conseguir información.
Debido a la cercanía, pude sentir como su corazón latía tan rápido como el mío, casi siguiendo un único ritmo.

Cerró los ojos cuando recoloqué una de mis manos tras su espalda, acomodándola en la parte baja, mientras la otra hacía un delicado recorrido por toda su espina dorsal, aterrizando en su nuca.
Las yemas de sus dedos subieron por mis brazos tatuados, hasta acabar a ambos lados de mi cuello, rozando el pelo mojado de mi nuca.

Se acercó aún más a mí, si eso era posible. Ahora nuestros pechos rozándose.
Me mordí el labio inferior al notar que no llevaba sujetador y solo una fina tela separaba su cuerpo del mío.

Alzó la cara, haciendo que nuestros alientos se mezclaran. Olía a cenizas y a un delicado perfume de cerezas que me volvió loco.
La agarré de la nuca con un poco de fuerza, sin llegar a hacerle daño.
La vi sonreír ante el claro efecto que tenía en mí.
Se puso de puntillas, acercando sus labios a mi oreja, y con voz ronca dijo
− Estás mojándome el vestido, idiota -

Se separó súbitamente de mi, haciendo que casi perdiera el equilibrio, y abandonó la habitación.
Solté una maldición cuando pude volver a respirar con normalidad, sentándome en la gran cama que decoraba la estancia.

Me arreglé mucho más rápido de lo que esperaba, evitando mi asesinato por parte de mi hermana justo a tiempo.

La fiesta ya había empezado cuando me digné a bajar las escaleras de nuestro apartamento.
Mis ojos buscando de inmediato a la morena que había hechizado mi corazón.

Estaba en la zona de la comida charlando con sus dos hermanas.
Su madre apareció a su lado con una expresión confundida. La vi reír fuerte y negar con la cabeza, antes de darse a vuelta y desaparecer entre la gente en busca de, probablemente, Thalía.

Me concentré en el objetivo de la fiesta, recordándome que ya tendría tiempo de estar con Mavka una vez que la misión estuviera completada.
Busqué vagamente a mi hermana pequeña, bebiendo un vaso de lo que parecía bourbon.

Nos apoyamos en la isla de la cocina, analizando el ambiente hasta que la hora indicada llegara y pudiéramos cumplir nuestro cometido.

En algún momento mi hermana desapareció de mi lado, yendo a bailar con la pareja de amigas que llamaba la atención de forma no intencionada.
Al poco las dos hermanas de la morena se unieron bailando de forma ridícula.

Canción tras canción, las horas pasaban.
En algún momento me vi arrastrado hacía el centro de la improvisada pista por Calla, quien agarraba con fuerza mi mano ahora enfundada en el usual guante. 

El mismo grupo que disfrutó de una tarde en la feria, acompañado esta vez por Nadiya, ahora disfrutaba bailando, saltando y gritando en el medio de un salón abarrotado de gente, sin importar las miradas o los susurros.
Creo que nunca me sentí tan bien, tan en casa.

Dánae bailaba con Thalía mientras hablaban de algo que no lograba captar.
Brina, cuyos tacones ahora actuaban de micrófono, cantaba con Nadiya, quien intentaba ocultar la gran sonrisa que luchaba por escaparse de sus labios.
Y yo me vi cargando el cuerpo de la más pequeña mientras bailábamos al ritmo de una ridícula canción que nadie, excepto Brina, parecía entender.
Debería preguntarle más tarde por el significado, o tal vez pedirle que me enseñara italiano.

Cuando el reloj marcó la medianoche, mi hermana y yo hicimos contacto visual, sabiendo exactamente qué hacer.

Darcio se intentaba esconder en el gran balcón del apartamento, casi vacío. Al hombre no se le daba bien lo de ocultarse, por lo visto.

− Señor Langford, es un placer tenerlo aquí – dije en un tono amable, a la espera de que no se pusiera a la defensiva y contestara todas mis preguntas.

𝑺𝒆𝒓𝒆𝒏𝒅𝒊𝒑𝒊𝒂 ~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora