T r e c e

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"No sabía nada acerca de mi vacío corazón, solo sonreía sin razón alguna y eso no me gusta

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"No sabía nada acerca de mi vacío corazón, solo sonreía sin razón alguna y eso no me gusta."




Un suspiro pesado abandonó sus labios a la par que su antebrazo cubría su rostro parcialmente. Maldijo entre dientes y comenzó a tallarse los ojos, estirándose en su cama cuando terminó.

Se apoyó en su codo para alzar la cabeza y miró alrededor, comprobando que todos en la habitación seguían dormidos aún.

Rodó los ojos y se sentó, su mirada perdida en algún punto de la habitación mientras esperaba que el sueño se apiadara de él y le dejara despertar finalmente.

Relamió sus labios y frotó una última vez su rostro antes de comenzar a moverse para salir de la cama. Sus pies descalzos tuvieron contacto con las maderas del suelo y no pudo evitar sentir un escalofrío al sentirlas un tanto frías, el calor de sus sábanas haciéndose extrañar desde ya.

Soltó un suspiro antes de impulsarse y ponerse de pie. Entrelazó sus manos y comenzó a estirarse un poco, sus ojos fijos en el reloj de pared. Eran las cinco y media de la mañana. Asintió para sí mismo, orgulloso de sí mismo por haber sido el primero en despertarse — como siempre — y relajó su postura, ahora mostrándole una pequeña sonrisa a la vida.

Dos meses. Ya llevaban en aquel Palacio dos meses y un par de semanas más. El despertarse más temprano que los demás era un hábito que había adquirido durante los primeros días de su estancia en el cuarto. Era un extranjero así que en su mente siempre se repetía que debía esforzarse el triple para poder adaptarse. Nadie sabía que era un extranjero, absolutamente nadie lo había notado, pero él lo sabía y eso era más que suficiente para que él sintiera que no era suficiente.

Fue durante la primera semana de trabajo cuando una mujer llegó a Palacio. Él había tenido el infortunio de estar pasando por la puerta cuando la metieron a rastras a Palacio. El rostro lloroso y golpeado de la mujer de cabellos largos no se había ido de su mente aunque él quisiera borrarlo.

Había sido apedreada por algunas personas en medio de la Plaza y los guardias habían tenido que salvarla de morir. Aunque su salvación no duró mucho pues la trajeron a Palacio para que el mismísimo Min Yoonsuk se encargara de entrevistarla.

Al principio él pensó que se trataba de una criminal, de alguien que merecía aquel castigo tan severo. Pero el alma se le fue del cuerpo al saber la verdadera razón de su dolor.

La habían apedreado porque la mujer había confesado ser de Gyeonsang, el enemigo por excelencia de Seúl. El reino vetado, el reino maldito, el reino cuyos habitantes no eran bienvenidos.

Él era de Gyeonsang también, si alguien se enteraba de eso ¿también lo apedrearían? ¿también tendría que ser ejecutado por Min Yoonsuk? Pensarlo le daba escalofríos. Era injusto, claro que sí, pero era un extranjero y no estaba en sus posibilidades intentar protestar. No quería acabar muerto justo cuando su vida comenzaba a mejorar.

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