~7~

22.4K 1.1K 56
                                    

T.

Me dirijo a mi apartamento, aún con el calor de su polla en mis manos y el clítoris hinchado, furiosa por lo que me ha hecho sentir. La rabia se mezcla con la angustia al pensar en la posibilidad de que la arrogante exesposa de Marc o cualquier otra mujer pueda disfrutar de lo que él me provocó.

Al llegar a mi piso, cambio el glamour del vestido y los tacones por ropa y zapatos deportivos. Me deshago de los incómodos lentes de contacto y me coloco una peluca pelirroja, cambiando por completo mi apariencia. Recojo mis instrumentos y me dirijo a mi coche, encendiendo un cigarro mientras la estación hackeada de la comisaría se reproduce en la radio.

Reportan un incendio y un par de robos. Acelero hasta el lugar más cercano de los hurtos, pero al pasar por un restaurante de comida rápida, veo a una señora de unos cincuenta años zarandeando a un niñato, apenas unos años mayor que Rosie.

—¿Algún problema, señora? —le pregunto, estacionándome en la vereda.

—¡Esta rata me intentó robar mi cartera! —refunfuña, su indignación exagerada.

—Ya se lo impidió, déjelo ir —le pido con la mayor amabilidad que puedo disimular.

—¡¿Pero se ha vuelto loca?! —sus ojos se abren con sorpresa, como si hubiera cometido la mayor locura del día, y parece que su mirada podría atravesarme—. ¡Estoy esperando a la policía, debe ir a la cárcel!

Me obliga a bajar del auto y puedo ver de cerca los harapos del mocoso: sucios y con parches por doquier. Él tiene ojeras moradas, el cabello grasoso y huele a alcantarilla. Su expresión es de resignación total, como si no le importara lo que le pase. Sus ojos solo muestran hastío.

Aparto la mano de la irritable mujer, quien forcejea conmigo hasta que saco mi navaja Suiza del bolsillo de mi sudadera. Ella se queda paralizada, blanca como un fantasma.

—¡Vámonos! —le ordeno al niño apestoso—. Si llega la policía, le dirás que te devolvió las cosas y se escapó. ¿Entendido?

El niño asiente con rapidez, sin añadir palabra. Miro a la mujer, cuya cara ha palidecido visiblemente ante la amenaza. Su mirada, llena de pánico, confirma que ha entendido el mensaje.

Arrastro al niñato hacia el restaurante con firmeza, su resistencia me resulta sorprendente, y me pregunto cómo pudo una vieja mantenerlo a raya. Al entrar, los empleados del local me miran con desconfianza, pero yo les devuelvo una mirada de desafío, ignorando sus miradas incómodas mientras empujo al niño hacia una de las mesas.

—¿Hace cuánto no comes? —le pregunto, y él se encoge de hombros en respuesta.

—¿Tienes hambre?

El gesto se repite, provocando mi frustración.

—¿Te comieron o te cortaron la puta lengua?

—¡No quiero nada, solo quiero irme! —gruñe entre dientes.

—¡No te pregunté qué querías, te pregunté si tenías hambre!

—¡No he comido nada en todo el día! ¿Tú qué crees? —responde con un tono irritado.

Le lanzo una mirada amenazante y, sin esperar más, hago la orden.

—Un combo de hamburguesa con doble ración de papas —digo a la mesera que se acerca con una expresión de desdén antes de alejarse rápidamente.

—¿Estás solo? —le pregunto al niño, sabiendo exactamente a qué me refiero. Él niega con la cabeza.

—Vivo con mi mamá.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora