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uno

Los murmullos de la gente resonaban en el auditorio del edificio que daba vista a la ciudad desde gran altura. Los vidrios polarizados evitaban los ojos no deseados para así continuar con aquellas subastas clandestinas.

En el centro del escenario, con las luces más resplandecientes, un presentador anunciaba de forma despampanante los increíbles productos que recién habían adquirido. Uno tras otro retiraba la cortina donde en vitrinas yacían las mercancías.

Los productos variaban de maravillosas armas de la más alta tecnología hasta personas con rasgos exóticos. Nunca faltaba una de ellas.

El sonido del carraspeo por parte del presentador resonó en la estancia y todos se sumieron en silencio. Sabían que la última mercancía siempre era la mejor.

En el centro de la plataforma cubierta de luces se hallaba una gran jaula cubierta de una tela, ocultando lo mejor de la subasta.

—¡Queridos clientes! Hoy la casa les trae un increíble espécimen recién encontrado hace dos días. Es un chico con condiciones únicas, virgen, y con una cualidad resaltante de los demás: porta el gen omega. —Terminó de decir, sonriendo.

"Gen omega"

La muchedumbre tardó en procesarlo y una vez captado, el bullicio se acrecentó, desde hacía años que los omegas habían entrado en “extinción" después de la sobreexplotación. Solo quedaban pocos en el mundo.
Era algo casi imposible, no obstante, esa subasta en específico se caracterizaba por tener productos confiables.

No había duda de que fuera información verídica.

El presentador, encantado con las reacciones, decidió dar un último empujón: con rapidez sostuvo la tela que cubría la jaula tirando de ella hasta revelar a la persona en el interior: un chico pálido, con los mechones revueltos de un color rosáceo y una peculiar anatomía delgada observó su alrededor con ojos llorosos asustadizos. Parecía un ángel indefenso en medio de un ambiente oscuro y lúgubre. Soltó un sollozo y aquello encendió a los espectadores.

—¡Diez millones de dólares! No, ¡Cincuenta millones! —Los gritos se extendían por el lugar y los organizadores sonreían con codicia. Pronto tendrían una gran suma en sus bolsillos.

En medio de la ardua batalla de dólares, una figura alta y bien formada cubierta de una larga capa negra frunció los labios con irritación. Apretó los puños y alzó la imponente voz con una frialdad inquietante: —Un billón de dólares.

El lugar se tornó silencioso sin nadie atreverse a mover una sola parte del cuerpo. Todos sabían quién era el dueño de aquella voz. Por eso mismo nadie se atrevió a desafiarlo obligándose a mantenerse quietos y en silencio en sus lugares.

El presentador sonrió forzosamente luego de unos segundos. La presión que emitía era abrumadora, tenía que aguantar la respiración para evitar desmayarse.

—¡C-claro! Vendido a la una, vendida a las dos... —pausó momentáneamente con una palidez mortal hasta que consiguió encontrar la voz— ¡Vendido a las tres!

El público se tensó presos del miedo cuando la solemne figura se levantó caminando hasta el escenario donde el omega yacía en la jaula.

—Di-disculpe señor, usted no pued...—las palabras quedaron atoradas en su garganta cuando unos impresionantes ojos azules lo observaron con clara advertencia. Si quería, podría descuartizarlo ahí mismo.

Se calló y sólo se quedó observando cómo rompían las cadenas al omega y lo cargaban delicadamente fuera de la subasta.
En el momento en que el alfa salió todos suspiraron aliviados. El peligro ya había pasado. No obstante, los murmullos inconformes no se hicieron esperar: habían perdido al único omega existente por la única y estúpida razón de que el alfa más peligroso se había presentado al evento.