Me hacía temblar el cuerpo
y el alma.
Su mirada era la mía,
su voz me sumergía en un universo paralelo
donde todo era posible.
No importaba la distancia,
el cielo eran sus ojos,
no existía diferencia entre el día y la noche,
era suya eternamente.Mi alimento eran sus besos,
esos que de forma invisible recorrían mi piel,
su calor estaba en mis huesos
y mi boca pronunciaba
en sublime susurro,
su nombre.Le amaba con locura,
con ceguera,
como un fuego ardiente,
con ternura le amaba.
Amaba todo de él:
“Su palidez y su sonrisa,
su quebranto y su cordura;
amaba sus silencios y el estruendo de su alma…”
Todo él, también era mío.