primer desasosiego del Decano

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Una pareja muy cariñosa se recarga en una barda de ladrillos de mala pinta, la mujer fuma un cigarrillo ya un tanto fastidiada, mientras que él no deja de hablar entusiasmado.

—y me decía: “ahora que lo veo todo tan claro, no deseo otra cosa que no sea la muerte” las palabras de ella sonaban más vacías que mi refrigerador, y bien sabes que soy pobre— una risa ahogada delata la presencia de su mejor amigo y el silencio constante delata la ausencia de su pareja. La mujer de caderas rebosantes toma su teléfono y se aleja de su acompañante, finge que contestaba una llamada importante únicamente para poder distanciarse un tanto más.

—¡te juro! que en todo el tiempo que llevo trabajando contigo, nunca he entendido; si eres una breve ilustración de lo irónico de la vida, si te gusta lo irónico o simplemente  si tu sentido del humor está más vacío que el sostén de tu prima— el hombre frondoso de apariencia escabrosa y envejecida camina desde el fondo y su voz es más clara  a cada paso que da. La noche es fría y la brizna humedece sus cabelleras, pues ambos no tienen el gusto por cortarse el cabello.

—sabes que no me gusta que me hables cuando estoy con alguna chica, sueles arruinar mis citas— su voz era suave más como un susurro, su mirada gris miraba el suelo y sólo un pequeño ápice de luz iluminaba su delineada boca al hablar.  El hombre tose por el frío y trata de ocultarlo, por que detesta lucir anciano.

—no creo que este arruinando mucho— tose nuevamente y calla rápidamente —no mucho que tu no hayas arruinado ya— continua, sonríe de lado y se acomoda en el muro al igual que su amigo. El mozo de mirada platinada sonrió hacia sus adentros, se gira hacia el decano y saca una cajetilla de cigarros de su gabardina gris, el viejo acepta uno, lo pone entre sus labios, pero no lo enciende.

—decano, algún día, créeme, algún día podré fumar contigo, sólo espera a mis niñas— alza su mirada gris al cielo igualmente apagado, un ligero rocío le refresca, pero no puede relajarse, no mientras ese hombre sigue aguantando toser.

—oye, me surgió algo, tengo que irme— la voz tenue pero fastidiosa de la dama le intuye lo normal: la mentira.

—salúdame a Jenny de mi parte, dile que más tarde paso a pagarle— ni siquiera voltea a mirarle. Un silencio constante pasa a primer plano y ni la brizna y el constante ladrido de los perros puede callarle.

—ok.

 No se despide,  se da la media vuelta, sus rizos rubios rebotan al primer paso firme, su vestido azul tormenta revolotea con el viento, sus tacones resuenan a lo lejos cada vez un poco menos hasta que solo queda su pequeño eco.

—lo lamento, pude haberme ido—la voz un tanto enronquecida decae.

La mirada plata ya un tanto triste  mira fijamente a esos pesados ojos azules invitándoles a que le sigan.

Igualmente cortante da media vuelta sin aviso y sus pasos comienzan a invadir la silenciosa calle, los edificios abandonados hacen eco a sus respiraciones nerviosas.

—¿sabes? Ni siquiera eres tan viejo, tienes cuarenta, eres viejo porque te gusta serlo. —

El decano se endereza al escucharlo, camina a abiertos pasos tras él, una inesperada sensación esperanzadora le abre otro hueco más en el corazón,  al mismo tiempo un dolor cercano se forma más a la fila de sensaciones que espera llegar a sentir. Pero sin saber por qué; simplemente no deja de seguirle.  Otro hueco más se vuelve a abrir y cada vez siente que necesita más de un bastón, sus pensamientos le recuerdan su inmensa soledad que le lleva acechando desde ya hace unos años, se mira los pies y le parecen extraños, ponen sus dos manos frente al él e igualmente siente la necesidad de preguntarle a su fiel amigo si realmente son de él. Reflexiona y se da cuenta lo embarazoso que sería preguntarle.

Han caminado ya varias calles sin número de charcos inodoros, alcantarillas muy olorosas, ventiscas suaves, agresivas, personas desconocidas, luces encendidas, apagadas, el canto de un niño feliz, el grito de una pareja infeliz, autos desconsiderados derrapando en aguas sucias, banquetas sucias,   y… siguen sin decirse nada.

 El frío los abraza, una consoladora melodía comienza a abrazar los pensamientos del decano, sube a pesados pasos una cuesta hasta la casa del joven, pero cada vez siente que puede menos, el viento helado ya no sólo le abraza; le asfixia.

—¡Hassan!—es el último grito del viejo antes de  caer de rodillas en el suelo. La mirada brillante y perspicaz del joven se gira bruscamente, pero él ya estaba a unos cuantos metros delante,  fue corriendo hacia el decano pero este se dejó caer plenamente sobre el asfalto.

—¡Decano!— exclamó claramente asustado la verle caer tan bruscamente.

La gravedad no estaba de más y el gélido cuerpo comenzó a girar cuesta abajo primero de manera muy lenta y dramática, pero luego  ni los jóvenes píes de Hassan pudieron alcanzarle. El cuerpo convaleciente finalmente detuvo su caído deteniéndose en una farola pública, pero los golpes y raspaduras ya eran visibles. La sangre le manchaba rápidamente su ropa y rostro, el joven no tenía ni idea de que hacer, la desesperación comenzaba a envolverle.

—vamos, usted puede, todo estará bien—le decía al cuerpo quejoso que recogía  en sus brazos, lo arroja a su hombro cuan costal, (pues no pensaba cargarlo como a una señorita) sus pasos ya un tanto resbalosos e inseguros por lo desgastado de su suela iban cuesta arriba nuevamente pero ahora con más frío que en otras situaciones.

—¡abran las puertas!—gritaba imponente y jadeante llegando al portón de su casa.

Sería demasiado modesto decirle simplemente “casa” a semejante creación arquitectónica, y llamarle “semejante creación arquitectónica” es demasiado altanero, él prefiere llamarle simplemente; “un hogar muy cómodo”.

—señor Bard, ¿necesita que llamemos a los paramédicos?— el hombre uniformado a  negro del equipo de seguridad  le pregunta mientras le ayuda cargando al decano.

—llévalo con mis médicos, no llames una ambulancia a menos que sea necesario— aquel uniformado corría vivazmente hacia el portal de su cómodo hogar como si no le pesara su cuerpo. Hassan se detuvo un momento en el jardín principal de su casa, bajo su mirada y se recargó en sus rodillas para poder tomar un respiro, “realmente estoy envejeciendo” pensaba en voz alta mientras se redirigía a las enormes puertas color caoba.

—decano, por favor, despierta pronto—

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⏰ Última actualización: Apr 12, 2015 ⏰

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