Bárbara von Krüdener corrió la manga del vestido para asegurarse una dosis antes de la entrevista. Apretó un botón oscuro, injertado en la carne, cerca de la articulación del brazo izquierdo. Oyó el ruido hidráulico que hizo al descender; se quedó mirando la pequeña descarga de vapor y el botón que, lentamente, volvía a su posición original, al ritmo del creciente placer que la iba inundando. Perdió la mirada en el castillo de Doubravka, allá lejos; las torres grisáceas azuladas se mezclaban con la tormenta inminente. Las mismas torres que había estado contemplando, años atrás, cuando le llegó la noticia de que su esposo había muerto. Escapando de él y de sus obligaciones de esposa diligente, había huido a Teplitz, para tener amoríos, mezclarse con el ocultismo, despilfarrar y tomar baños que calmaran los nervios de su mente inquieta.
Pero pronto se había dado cuenta que no había nervios que calmar. Los doctores estaban equivocados. No eran síntomas sino rasgos de carácter. Ella era así: colérica, impetuosa, excitable. Nada malo había en eso, se convenció. Y las cosas que ella pensaba no eran un delirio; solo indicios de un destino superior al acostumbrado para la humanidad.
Todo había sido aclarado meses atrás, cuando tuvo una revelación.
Una muchedumbre envolvía a un anciano titiritero de barba blanca, que hacía volar un ángel con inolvidable gracia. Una granada de vapor golpeó los adoquines. La muchedumbre horrorizada empezó a huir. Excepto un niño muy rubio, de unos diez años, que se quedó como paralizado. Tapadas la boca y la nariz, Bárbara se quedó mirándolo. El niño esplendía entre las volutas turquesas, parecía inmune a la ponzoña. Tenía un intrincado monóculo de vidrio rojo, con rotores y engranajes, ajustado en el ojo derecho; y la miraba a ella, con sonriente melancolía. Bárbara sintió un llamado; lo sintió en el estómago, en el corazón. Arrancó una máscara de gas de las manos de un hombre que estaba intentando ponérsela y corrió para sumergirse en el océano turquesa, pese a los gritos de la gente. Vio los brazos del niño estirarse para alcanzarla. Y apenas se resistió cuando esas manos acariciaron la máscara y empezaron a desajustar las correas; cuando empezaron a tirar. Bárbara se resistió con suavidad al principio, pero el niño insistió con creciente violencia. Empezaron a forcejear. Era ridículo, pero no podía luchar contra él, contra sus manos tan rápidas, tan escurridizas.
Una mano áspera y pesada, tironeó del brazo. Sintió una punzada en el hombro.
— ¡Señora, por favor! —dijo un hombre robusto, el rostro escondido tras una máscara de gas.
Lo miró en los ojos. El hombre, que la tenía tomada por los brazos, se tranquilizó y la soltó.
— Está bien, no se preocupe —le dijo con una sonrisa nerviosa.
El niño no estaba. En sus manos tenía una marioneta deshilachada, un ángel. El anciano titiritero, a un costado, estaba mirándola, enojado y confundido. Se abalanzó contra ella.
— ¡Suéltelo, loca! —dijo el anciano.
Con los ojos irritados, Bárbara vio la multitud de miradas que la examinaban, tejían prejuicios. Había mucha gente, pero nunca se había sentido tan sola.
Ni tan entusiasmada.
Dejó que sus pasos se perdieran. Terminó en un largo pasillo con ventanales laterales, de arcos apuntados. Rectángulos de luz muy difuminados caían sobre el suelo de baldosas desparejas y cubiertas de hojas secas. Las siluetas de los hombres que estaban reunidos en la sala contigua, se recortaban en la ventana; y la charla que los animaba, tamizada por el vidrio, llegaba lejana y grave a sus oídos. Pupitres viejos, con plumas entintadas, polvorientas biblias y pergaminos dormían en otra sala. Miró las biblias y las anotaciones; cavilaciones de algún sacerdote curioso. Alguna reflexión feliz la hizo sonreír. Oyó unos pasos, al final del pasillo. Vio la figura de Henri Gaussen, un hombre de barba rala y canosa, ojos febriles. Compartieron una mirada íntima. El hombre se acercó. Bárbara volvió la mirada a la biblia y los papeles.
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Ucrónicas
Historical FictionLas figuras de la historia de nuestra humanidad pueden estar separadas por el tiempo y por el espacio... pero no en "Ucrónicas". Aquí se reúnen, en encuentros inesperados e increíbles. El desarrollo de la tecnología del vapor está en auge, y sirve a...