C u a t r o.

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11 de noviembre

Recogí el libro de historia y lo guardé junto con mi estuche en mi mochila violeta. En ella, había dibujado—a mano—una cámara de fotos. El fotógrafo era un perrito con la lengua sacándola fuera. El artista de esta obra maestra, no es otro que el Jake de catorce años. Intercambiábamos las mochilas a esa edad y cada uno dibujaba en ella algo característico del otro. Yo, le dibujé una sartén y en ella intenté—recalco la palabra—dibujar sus antiguas zapatillas de atletismo, el deporte que el practicaba desde siempre, y que al igual que su hermana mayor, amaba tanto ese deporte que, aunque hubiese días que no hubiese entreno, el salía a correr todas las mañanas.

El dibujo fue un desastre, pero, aun así, a Jake le dio igual y siguió llevando esa mochila con el dibujo hasta este año en la que se la cambió por una azul.

Jake a mi lado, me atrajo las muletas que había tenido que dejar apoyadas en la pared para no estorbar, y cogió mi mochila y junto con la suya, se las puso en la espalda.

—Jake, solo tengo una pequeña torcedura en el tobillo, no estoy minusválida, puedo llevar mi mochila.

—Mejor seamos precavidos que últimamente eres un poco torpe.

Puse los ojos en blanco y él me guiño el ojo.

Salimos los últimos de la clase, y vi a Sophie hablando con Abby apoyadas en las taquillas mientras mi amiga hablaba moviendo las manos como explicando lo que salía de su boca mientras que Abby asentía y a veces la veía mover los labios.

Cuando mi mirada y la suya se encontraron me sonrió y me saludó con la mano. Yo la saludé, pero solo sonriendo. Tenía las manos ocupadas con las muletas, y la verdad me estaba empezando a cansar un poco de estas.

Sophie había hecho muchos amigos a pesar de solo llevar aquí dos días. Rápidamente intimó con Abby ya que ambas iban por la rama de ciencias de la salud. La única materia en la que coincidíamos era en educación física, que solo la teníamos los lunes y viernes. De hecho, la teníamos después del recreo, aunque claro, con mi pequeño percance no podría hacerla.

—Tierra llamando a Leah—cantarruneó Jake a mi lado—No te voy a preguntar si me estabas escuchando porque es obvio que no.

—Perdón—me mordí el labio inferior y le presté atención—¿Qué me decías?

Sonrió.

—Nada importante—miró su móvil—tu clase de mates empieza ahora, ¿quieres que te acompañe?

—No hace falta—miré a nuestro entorno—¿Dónde esta Ian?

—No ha venido, tenia fiebre o algo asi me ha dicho—se encogió de hombros.

—Pues ya me voy sola a clase—quité una de las manos de la maleta y toqué le asa de mi mochila que estaba colgada en el brazo izquierdo de Jake, tire de ella pero Jake la retenía—Jake...

—¿Si? —se hizo el inocente.

—¿Me das mi mochila? —pestañeé inocentemente.

—No.—siguió sonriendo. Bufé—Venga que te acompaño, no seas cabezota.

Rechisté, no porque no quería que me acompañase, yo encantada, simplemente conocía a Jake y sabia que me iba a obligar a entrar a clase. No me iba a dejar hacer pellas como con Ian.

Así que me tocó aguantar una hora entera de cifras raras y números extraños.

(...)

Estaba sentada en el banco de los vestuarios mientras todas mis compañeras se cambiaban. Sophie se hacia una coleta mientras me contaba los próximos campeonatos de natación que había.

El Arte De Leah © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora