Cartas A la Ventana

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Un día tranquilo en Londres, un ligero viento entraba sigilosamente por la ventana de una linda casa de madera. Pequeña, pero limpia por donde quiera que se viera esta. Con verdes plantas que adornaban cada rincón, llamando la atención desde el segundo piso de un par de estrechos dormitorios. Ahí vivía Hazel, un chico joven universitario, de cabello rizado, ojos color miel y pequeñas pecas que se esparcían por sus mejillas. Había nacido con la incapacidad de hablar. Este realmente no fue un impedimento pues desde pequeño siempre destacó por sus buenas notas y su gran inteligencia. Sin embargo, el orgullo de sus padres hacia su hijo les impedia ver la frustración que aquellas buenas notas escondían. Pues pasaba tardes enteras estudiando sin descanso. Hazel se sentía agobiado día y noche, tanto fue así que aquel día tranquilo como cualquier otro, con la mente en blanco arrancó una hoja blanca de su cuaderno y comenzó a escribir en el sin parar.
“Mis días se vuelven cada vez más difíciles. ¿Cuándo podré parar? Siempre esforzándome al máximo, día tras día sin poder realmente disfrutar mi vida. Sentado frente al mismo escritorio, dentro de las mismas cuatro paredes, con el mismo fin durante todos los días de la semana. ¿Por qué no puedo expresar mi frustración a los demás? ¿Cómo lo hago?”.
Al momento de despegar el lapiz de la hoja, surgió un sentimiento de desinterés repentino y recostó su cabeza en su brazo, mientras miraba la ventana. Mientras aquel chico llenaba su cabeza de quejas empezó a doblar la aquella hoja con delicadeza hasta formar un avión de papel, el cual sin pensarlo dos veces lanzó por la ventana frente a él que daba hacia otros departamentos cercanos, como forma de deshacerse de sus problemas. Realmente no pensó mucho en el destino de aquella carta suya. 
Si piensas en la definición de la palabra “coincidencia” o “casualidad”, puedes llegar a la conclusión de que de algún modo, toda aquella acción, por muy pequeña que fuera de tu vida, ocasionó en cierto punto que esto ocurriera. Pues te sorprenderá saber que existe otra palabra para describir este concepto. Se dice que cuando conoces a una persona especial, el universo realmente te ayudó a encontrarla por alguna razón importante. Tal vez sabe que estás pasando por algo difícil y conocer a esa persona cambiará tu vida. Tu alma gemela.
Aquella carta, simple hoja de papel blanca, voló por entre las numerosas casas, apartamentos, atravesó pequeñas ramas de árboles, se elevó, subió y bajó y de entre todas las posibilidades, de alguna forma, terminó en esa simple casa, como cualquier otra. Gian, un chico alto de ojos y pelo negro, estudiaba para un gran examen en su universidad. La carta chocó en su ventana, con un ligero sonido que asustó a aquel joven, pues realmente estaba concentrado en su libro. Levantó rápidamente la mirada y enseguida se calmó al ver aquella inofensiva hoja.  Dudó por un momento si debía realmente tomarla, hasta que con calma decidió hacerlo. Metió la mano por aquella abertura y en el instante en el que la tuvo en sus manos observó aquellas letras algo escondidas dentro. Abrio la hoja con cuidado y la leyó con atención, Su mirada se volvió a una expresión de pena al terminar y guardó la carta en una de las bolsas de su mochila. Miró hacia arriba y observó el techo. 
¿Cuál fue la probabilidad de que esto llegara a mi?”
Se preguntó a si mismo, con ahora una gran intriga en su mente. Pues no tenía ni la más mínima posibilidad de saber quién era el dueño de la carta, ni una pequeña pista, por más insignificante que fuera. A pesar de su curiosidad, decidió dejarlo un poco de lado y siguió con su estudio. Siguió estudiando a pesar de que ese pensamiento aun rondaba por su cabeza sin parar.
Llegó la noche cuando escuchó un estruendo proveniente de abajo. Era la puerta cerrándose, lo cuál le dio a entender que su madre había llegado. Únicamente vivía con su madre, la cual era una ocupada abogada que únicamente veía a su hijo al llegar en la noche. El chico pelinegro asomó su cabeza ligeramente por las escaleras.
- Buenas noches mamá, cómo fue el trabajo hoy?
Dijo con una voz tranquila y amable.
La madre soltó la maleta que llevaba en el sillón con y con una voz cansada respondió:
- Igual que siempre hijo, pero pronto voy a poder comprarte esos libros que tanto necesitas.
Enseguida la mujer cambió su cansancio a un tono más animado.
Gian, con una sonrisa corrió hacia su madre y la abrazó.
- Te dije que no era necesario, gástalo en tu propia felicidad, necesitas recompensarte...
-Que habré hecho tan bien en mi vida para tener un hijo tan bueno?
Respondió la madre dirigiendo sus manos a las mejillas de su hijo. Así, ambos se dirigieron hacia el pequeño comedor y cenaron sumergidos en un agradable silencio hasta acabar. El chico se levantó de la mesa y se despidió de su madre para seguir estudiando en su habitación. Al cabo de un tiempo, pasando páginas y tomando notas, la carta volvió a su mente, pues no lo dejaba en paz desde entonces. Finalmente, aunque quería esconder en algun lado ese sentimiento de curiosidad, termino arrancando una pequeña hoja de su libreta de apuntes en la que estaba estudiando y empezó a escribir, iba a averiguar el dueño de la carta sin importar que.
“Querido A, no sé si entendiste lo anterior, pero es una abreviación que hice a la palabra anónimo ya que aún no sé quién eres. Tal vez no seas consciente de esto, pero recibí tu carta. Ni siquiera sé si realmente tenías la intención de lanzarla, en ese caso lamento haber usurpado en tu privacidad. Quizás esta carta ni siquiera llegue a ti, tal vez solo se pierda, pero al menos yo creo en las casualidades, 
¿tú no? Jaja. Si es que eres el A que busco, entonces que bien! ¿Te sientes solo? Dices que estás cansado de no salir de tu rutina. ¿Entonces porque no visitas algún lugar cerca? Tú sabes, cafeterías o parques. ¡Date un poco de tiempo! Espera, ni siquiera sé si eres hombre o mujer, jaja. Lo siento nuevamente por eso. Solo espero que tengas la motivación para intentar algo nuevo. ¡Que tengas una buena noche entonces! “
Gian no era muy bueno motivando, pero quería que aquella persona, fuera quien fuera, pudiera ser feliz. Al menos, ese es el consejo que su papá que antes de haberse ido, le había dado cuando era pequeño y que recordaba con tanta claridad.
Finalmente, con un gran sentimiento de esperanza, dobló la hoja y con fuerza la lanzó hacia el cielo. 
¡Llámenlo coincidencia o casualidad, pero esto realmente pasa!
Al día siguiente, el joven de pelo rizado se encontraba, como de costumbre, hundido entre pilas de libros que llenaban su escritorio y apenas le dejaban espacio. Entre el profundo silencio de su habitación, un ligero golpe llamó la atención de Hazel, quién únicamente miró de reojo hacia su ventana, para ver de que se trataba. Quedó sorprendido de ver un pequeño avión de papel, que parecía la hoja de un cuaderno escolar. Pensó en simplemente dejarlo ahí, cuando vio lo que parecían ser letras en su interior. Tomó el avión y lo abrió lentamente. Comenzó a leer sin detenerse y finalmente, dobló la hoja por la mitad. Miró hacia un lado de su habitación, en donde había un espejo y notó una pequeña sonrisa en su cara.
-“¿Yo hice eso?” pensó confundido, volviendo en sí mismo. Hacía mucho tiempo que no sonreía de una manera tan natural. Después de analizar de nuevo la carta, fue cuando incontables preguntas surgieron en su mente. 
“¿Quién es esta persona? ¿Cómo le llegó mi carta? ¿Por qué me escribió devuelta? ¿Por qué se preocupa por mí? ¿Debería considerar lo que dice?”
Miró un momento hacia afuera por la ventana, viendo personas pasar, riendo, sonriendo con sus amigos y parejas. Sintió un ligero vacío en el estómago, asi que no dudó, tomó un bolso y salió de su casa. En el momento en el que cruzó la puerta, sintió como si un gran costal que cargaba en sus hombros desapareciera. Sus ojos se iluminaron sintiendo la brisa gentil, la luz del sol reposaba en sus mejillas, su piel sintiendo el ligero calor del ambiente. La brisa y los pájaros se escuchaban como una melodía, pequeñas hojas crujiendo bajo sus pies. Todo de repente era tan colorido...todo era hermoso... y de un momento a otro, lagrimas empezaron a brotar de sus ojos sin detenerse. Agachó la cabeza, limpió sus lágrimas y sonrió alegremente, después de tanto tiempo. Camino lentamente, mirando a su alrededor a cada paso que daba. Tiendas, casas, lugares que aún recordaba a pesar del tiempo. 
Esa misma mañana, Gian estaba decidido, con una sola idea en su mente. Ayudar a su madre a poder pagar sus gastos. El hecho de que pocas veces descansara no lo dejaba dormir. Enseguida, caminando por las calles cercanas a su departamento, vio un lugar que le llamó la atención, pues parecía ser nuevo.
Al acercarse, vio un colorido letrero en uno de los ventanales que decía “Coffe”. La idea de trabajar en un café no le parecía una mala idea y se animó a entrar. Dentro, vio en el mostrador a un hombre, ya un adulto, sin embargo, aún bastante joven. 
- ¡Buenas tardes!
Dijo el hombre con un tono cálido. 
- ¡Buenas tardes! ¿De casualidad buscan empleados?
Y asi, aquel chico tan amable consiguió aquel deseo de ayudar a su madre y entró a trabajar. 
El chico de pecas, mientras tanto admiraba aquel letrero, dudando de entrar, pues realmente le era dificil convivir, no tanto por su discapacidad, si no por qué era demasiado tímido para eso. 
A pesar de esto decidio simplemente entrar en silencio y sentarse en la primera mesa que vio vacía. El lugar era tranquilo, tenia música agradable y las mesas y pisos de madera le daban un aspecto más cálido. 
Gian, ahora mesero del lugar, se acercó a aquel chico con curiosidad, sosteniendo su libreta escolar, la cuál estaba usando para anotar los pedidos ya que no quería gastar dinero en otro cuadernillo más costoso. 
- Buenos días! Que va a ordenar? 
Hazel entró en pánico por un momento y señaló el primer postre que vio en el menú. 
- Le incómoda hablar? 
Preguntó con interés el mesero. 
El chico negó con la cabeza e hizo un especie de símbolo con sus manos tapando su boca. 
- lo siento muchísimo! – exclamó Gian. 
- disculpe el haberle preguntado! En seguida le traeré su orden. 
Dijo algo apenado y camino rápidamente de vuelta a la ventanilla que daba hacia la cocina.  Hazel vio como aquel chico algo desaliñado se alejaba y sonrió ligeramente. 
- Al cabo de unos minutos, el mesero volvió a la mesa y mientras dejaba el plato sobre la mesa notó que habia un libro que le resultaba familiar sobre la mesa. 
- Eres estudiante de la universidad que está cerca de aquí? 
Pregunto hacia su cliente sonriendo. 
El asintió y cuando menos lo pensó, su mesero ya estaba sentado en su misma mesa. 
Hazel se sorprendió. 
“ porqué me está hablando? “
Pensó hacia si mismo, pues nadie le habia hablado primero antes. 
- El mundo si que es pequeño! Me sorprende no haberte visto por las instalaciones. 
Tomó el cuadernillo de las notas para responderle de vuelta cuando se dio cuenta de que reconocia ese cuaderno en algún lado. No prestó mucha atención y escribió del otro lado de la hoja. 
“No salgo mucho.. “
Regresó la hoja para que el la mirara con una expresión de tristeza. 
-ya veo. Hey! Animate, sólo tenemos una vida!. 
Soltó una pequeña risa y puso su dedo en el centro de la frente del chico de pecas. Confundido, Hazel lo miró fijamente esperando una respuesta.  -oh! Si alguna vez te sientes triste, haz esto! Ayuda mucho! Además te ayuda a no fruncir mucho el seño.
Ambos sonrieron uno al otro y platicaron mediante el cuadernillo durante horas hasta que sin darse cuenta llegó la noche. 
-Lo siento mucho! Usualmente no desatiendo el trabajo de esta manera pero ya eras el único cliente aquí, Jaja-
Hazel se sentia tan fascinado por la gran sensación de comodidad y confort que emanaba aquel chico, algo que nunca habia sentido en otra persona. El joven mesero se dispuso a ordenar todo y a cerrar las ventanas del local una por una. Ambos salieron y después de un momento de silencio frente a la puerta, Gian empezó a caminar lentamente -realmente disfrute de esta tard, nunca la olvidaré. Espero verte pronto!  Dijo mientras ubicaba su mirada de nuevo hacia su dirección. Pero Hazel rapidamente corrió hacia el y tomó una de las mangas de su camiseta. De alguna manera sentía que tenía que disfrutar de su compañía un tiempo más, como si fuera la última vez que lo fuera a ver… enseguida empezó a caminar junto con el, haciendole entender que lo acompañaría a su destino. 
- Bien, si es así, muchas gracias por hacerme compañía. – sonrió Gian. Y asi ambos se despidieron en la entrada de la casa de el pelinegro yse despidieron. 
Hazel llegó a su casa, sintiendose una persona totalmente nueva. Entró a su cuarto y sacó una por una las cosas de su bolso. En eso, se dio cuenta de un pequeño pedazo de papel. Al extenderlo se dio cuenta de que era la misma hoja donde el mesero habia anotado su pedido. La dejo en una esquina de su escritorio y se acostó en su cama. No tardo mucho en quedarse dormido, realmente sentía una agradable ligereza en su cuerpo. Al día siguiente, cuande el sol apenas se ponía, se levantó repentinamente con una sensación de intriga que no lo dejaba volver a dormir. Al paso de algunos minutos, se levantó de la cama y se sentó en la silla del escritorio, fría por las bajas temperaturas de la noche que apenas comenzaban a cambiar. Al mirar unos momentos su ventana, paralizado, volteó unos momentos a ver la hoja de la cafetería en la que escribió Gian. Esta sin darse cuenta la habia dejado a un lado de la carta que  antes era un avión de papel y que habia recibido días atrás. De repente, como si por fin hubiera despertado completamente, se dio cuenta de algo que en su momento fue muy obvio y este no había notado. Las dos hojas, eran exactamente de la misma libreta escolar y tenían la misma letra, esto significaba que…. ¿Gian era el dueño de la carta? Definitivamente. El chico extraño que le salvo la vida era el mismo con el que platicó solo un día antes. Su emoción fue tanta que en ese mismo momento quería volverlo a ver. Entonces Hazel tomó su  bolso y salió corriendo tan rápido que azotó la puerta sin darse cuenta. Corrió y corrió, el frío pasaba por toda su cara como si lo golpeara, aún a pesar de esto no se detuvo ni por un segundo. Por fin vio esa puerta de nuevo. Llegó a la casa con la esperanza de que el chico se encontrara ahí hasta que vio en la puerta, pegado con algo de cinta una hoja blanca. Esta decía :

- “Para quien me busque a mi, Gian, o a mi madre, nos hemos ido de imprevisto de la ciudad. Me mudare lejos de aquí y no creo volver. Cualquier duda, la dirección de mi siguiente destino es Quebec, Canadá.
Hasta pronto, Londres.”

El no sabía que justo esa misma noche en la que el durmió con gran tranquilidad, para Gian fue la noche en la que cambió su vida. Pues su madre consiguió un trabajo, en el que podría pasar más tiempo con el y además, iba a ganar mucho más dinero. El único problema, era que para el trabajo tendrían que irse a otra ciudad lo más pronto posible. – Hazel quedó helado frente a la puerta. Realmente no sabía como reaccionar a tan repentina información. Tomó aquella hoja y de un tirón la arrancó, maltratandola de las orillas. Tomó una bicicleta publica y se dirigió a un solo lugar. El aeropuerto de la ciudad. Después de media hora de estar pedaleando  sin descanso, llegó al aeropuerto, y con todas sus fuerzas corrió hacia la parte en donde se podian ver los aviones incluso antes de despegar. A lo lejos, caminando hacia uno de los aviones, vio ese inolvidable rostro, aquel que cambió su vida. Corrió lo más rápido que pudo, incluso al punto de tropezar con su propia velocidad. Cuando tuvo una vista más clara de Gian….. El ya estaba subiendo al avión. Ahí fue como Hazel sintio ese gran sentimiento de desesperación. su voz. No poder hablar nunca le fue un impedimento, realmente nunca le importo… Hasta ese día. El dolor de no poder decirle que estaba ahí a pesar de poder verlo fue un sufrimiento que nunca habia experimentado. Entonces Gian se subio al avión y este, al cabo de unos pocos minutos, despegó. Viendo aquel chico irse poco a poco en silencio…. Con lagrimas en sus ojos se agachó lentamente hasta caer de rodillas.

- Aquel día, gris y lluvioso, aquel chico, con hermosas pecas, de pelo rizado y de un color miel brillante, volvió a su casa, subió a su habitación, tomó un lapiz y empezó a escribir en un amplio pedazo de papel.

- “ Probablemente no fui mucho para ti, pero tu si para mi. Mi mundo, era tan repetitivo que pensé que moriría sin la posibilidad de experimentar la felicidad. Lo recuerdo como un sueño, esa carta, esa pequeña carta sacada de una libreta escolar. Esa insignificante hoja que hizo que el color volviera a mi vida. Sabias que tu fuiste la primera persona que se acercó a hablarme en toda mi vida? Esa cara de curiosidad y de felicidad que iluminó mi camino. Siento un inexplicable dolor viniendo de mi pecho a cada palabra que escribo, mi mente no puede aceptar esta despedida. No importa, pues esperare el tiempo que sea necesario para volverte a ver. Sean 10, 50, 100 años. Tu, chico de pelo negro y ojos brillantes. Algún día, nos volveremos a ver . Si no es aquí, quizás en la otra vida. Una en la que te hablare, cantaré, te contare toda clase de historias. Una en la que podré gritar y tu me encontrarás.  En donde podre reír y tu me escucharás, donde podré mirarte a los ojos y decir lo que siento, dónde el tiempo me permita verte más de una vez. Una, en la que podre expresarte con mis propias palabras, mi felicidad. 
Riamos juntos algún día.. "

(Asi fue como este chico,   de la compañía de una persona milagrosa, tuvo el día más maravilloso de su vida, el cual no sabía, sería el último en el que lo volvería a ver.) 

Hasta entonces, Gian. "

- -Hazel,El chico de la cafetería. 

- FIN




Espera! No te vayas aún ¦
                                  ¦
                                  V

Palabras del autor:
Espero hayan disfrutado de esta corta pero conmovedora historia. Como dije, realmente pensaba en hacerla mucho más larga pero al ser un trabajo escolar tuve que resumir todo y eso me deja un poco insatisfecho :( aun así, puse mucho esfuerzo en el desarrollo para que se entendiera completamente la trama, en fin, muchas gracias por leer y esperen a la siguiente mini-historia!
 


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