Las cortinas del primer piso

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Subió las escaleras, de mal humor, al primer piso y empezó a caminar, dirigiéndose a la Torre de Defensa contra las Artes Oscuras, donde estaba el despacho de la profesora jefa de su casa.

Nunca había estado en el primer piso de la Torre. Las únicas salas que había en este piso eran algunas aulas en desuso y el despacho de McGonagall, y nunca había tenido que ir a ninguna de éstas. Es más, nunca había sido castigada. Maldito Malfoy. Esa serpiente era la culpable de que Sophie estuviera castigada. Aunque al menos él también había acabado castigado.

Un risa tonta le sacó de sus pensamientos, haciendo que se parara en seco y girándose. Pero a sus espaldas no había nadie. Bah. Siguió caminando unos pasos, pero volvió a escucharla. Era la risa de una chica, sin duda. Una suave risa que sonaba juguetona. Y después un suave gemido, proveniente de un rincón cubierto con una cortina. Sophie puso cara de asco. ¿Es que no existían suficientes rincones en Hogwarts como para ponerse a hacer guarrerias privadas justamente ahí? Aceleró un poco el paso, dispuesta dejar atrás a la dichosa pareja lo antes posible, cuando la chica volvió a soltar un ruido parecido a un gruñido, hablándo.

- Qué juguetón estás hoy, Draco...

Malfoy.

Tenía que ser justamente el maldito Slytherin. A Sophie, que se le encendió la cara de rabia, se acercó a la cortina. Se paró un instante, respirando y relajando el rostro para no parecer enfadada, como realmente estaba. Y, sin pensarlo más, agarró la cortina y tiró de ella, poniendo una media sonrisa.

Pansy Parkinson y Malfoy se separaron rápidamente, mientras la chica se coloca lo más veloz que es capaz la falda e intenta cerrarse la camisa. Él, en cambio, miró a Sophie con desdén y diversión, apoyándose en la pared, con la camisa abierta y el pantalón desabrochado. Lentamente, se abrochó el pantalón gris y le sonrió a la bruja con burla.

-Vaya, no sabía que te fuera eso de mirar mientras otros se lo montan.

Pansy, terminando de abrocharse los botones de la camisa, cogió su corbata verde y plata del suelo y se la puso. Sophie la miró, un poco divertida.

-Draco, me voy - murmuró a su compañero, sin dejar de mirar con odio a la Gryffindor.

Draco, sin prestarle atención, comenzó a colocarse la camisa blanca, tapando su blanco y plano torso.

-Me va más eso de cortarle el rollo a los exhibicionistas que se ponen a calentarse en público. Y más si hablamos de serpientes de Slytherin como tú - provocó, cruzándose de brazos. Se fijó en su nariz. No le quedaba rastro de su golpe, excepto una sombra morada en la zona nasal. Draco, al fijarse en lo que ella miraba, se tocó la nariz por encima del morado -. Camina, McGonagall nos espera.

- Sí, cuanto antes acabemos con esto, mejor. No tengo ganas de aguantarte más tiempo - escupió el rubio, pasando por delante de Sophie mientras se pasaba los dedos por el pelo.

Sophie puso los ojos en blanco. Ella sí que deseaba perderle de vista ya. Preferiría aguantar el olor de un troll tres días seguidos que tener que aguantar a Malfoy ni una hora más.

McGonagall les esperaba por fuera de su despacho, dirigiéndoles una de esas miradas que a Sophie le ponían siempre
los pelos de punta.

-Señor Malfoy, señorita Slumber, ¿cuál es el motivo de su tardanza?

Sophie abrió la boca, con la intención de pedir disculpas. No era tan rastrera como para delatar a Malfoy. Pero el chico se le adelantó y le dio a la profesora su propia versión de los hechos.

-Perdone, profesora. Al ir subiendo para dirigirme a su despacho, Slumber me ha detenido a medio camino y ha intentado persuadirme para no asistir. ¡Quería que nos fuéramos a El Lago Negro!

Sophie, sin creerse lo que aquel miserable decía, abrió la boca y le dedicó a Draco una mirada fulminante.

-Asqueroso mentiroso, yo no...

-¡Slumber! Controle ese lenguaje, Gryffindor, si no quiere que le quite puntos a su casa.

La chica guardó silencio, sin dejar de mirar a Draco, intentando matarlo con la mirada.

-Bien. Ya les informé de que serían castigados por su... problema este mediodía. Al principio pensé en obligarles a limpiar los establos destinados a los unicornios durante una semana sin magia. Pero lo pensé mejor. Creo que, al ser su incapacidad para llevarse bien la culpable de este problema, el mejor castigo es que tengan que trabajar juntos ordenando el aula de Pociones - Maldita sea - toda la noche. No resultará un inconveniente para ninguno de los dos, ya que mañana es sábado y pueden pasarse todo el tiempo que deseen durmiendo.

-Pero... - se quejó Malfoy.

-Nada de peros, Draco - cortó McGonagall.

Si lo que quería McGonagall era conseguir que se pusieran de acuerdo, lo estaba consiguiendo. Los dos pensaban que el castigo era horrible.

McGonagall los condujo al aula de Pociones y abrió la puerta. Al ver el aspecto del aula, a Sophie se le cayó el alma al suelo. Alguien había sacado todos los materiales y utensilios, además de todos los libros y las pociones de sus estantes, y lo había colocado todo sobre las mesas, de forma desordenada. Tenían trabajo para toda la noche, sin duda.

Los dos alumnos se giraron hacia la profesora, suplicando con la mirada. Ella les miraba, sonriendo.

-Bien, les he dejado jugo de calabaza, té y algunas pastas encima de la mesa del profesor por si les entra hambre. Después de todo, va a ser una larga noche - dijo y se dirigió a la puerta. Antes de salir se paró -. Ah, y les recomiendo que no intenten atravesar esta puerta antes de que amanezca. Buenas noches.

Y desapareció, cerrando la puerta tras de si.

Los dos jóvenes estaban solos, en silencio, mirando el desastre.

-Bueno, ¿por dónde empezamos?- dijo Sophie.

Draco la miró, levantando una ceja. Algo le decía a Sophie que no tenía intención de ayudarla.

-No pienso quedarme a ordenar esta mierda, Slumber. Si quieres quedarte, adelante, pero yo me voy ahora mismo - soltó, dirigiéndose a la puerta.

Sophie se había sentado en uno de los asientos de la última fila y jugueteaba con una cuchara de madera.

-Yo que tú no haría eso... - dijo justo antes de que Draco tocara la puerta.

-¿Por qué? - preguntó el rubio, abriendo mucho los ojos y fingiendo un interés de la forma más sarcástica posible.

-Ya oíste a McGonagall. Dijo que no intentemos salir antes de que amanezca. Y a mi me sonó mas a una advertencia que a una amenaza. Posiblemente haya hechizado la puerta.

-Eres más idiota de lo que pensaba, Slumber - escupió y se giró de nuevo a la puerta.

Sophie observaba con la cabeza ladeada. En el mismo instante que Draco tocó la puerta, una chispa rosada salió del picaporte y empujó a Draco, tirándole al suelo.

-Te lo advertí - canturreó Sophie, levantándose de la silla -. Bien, ¿empezamos a trabajar ya o quieres otra descarga?

La historia de la serpiente y la leonaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora