El síndrome de Estocolmo es la experiencia psicológica en la cual se desarrolla un vínculo afectivo entre un rehén y un captor.
El captor puede ser de cualquier país, ciudad o barrio; puede ser rubio y rizado con ojos claros y labios gruesos y suaves. A veces el secuestro no se crea de un rapto en la noche a la fuerza, también puede ser un beso asesino que no sólo toma tus labios sino toma tu mente, tu cuerpo, tu corazón y tu espíritu.
Así el rehén desarrolla un amor como el de alguien que nunca fue amado, puede desarrollar una entrega total y así pierde su identidad y su salud.
Cuando Carlos lo besó, le dijo que lo amaba como una niña de doce años y le pidió casi rogando ser correspondido, todo era todavía muy inocente, dulce y común aún para sus vidas fuera de lo común.
Tras eso, Carlitos y él, aunque había costado se consideraban novios, unos cercanos y pasionales. Ramón lo quiso negar al inicio, sin embargo, fue él que cayó más rápido como una piedra hacia un pozo. Así tras meses era él quien le juraba su amor mientras lo consentía.
Se sentía hechizado por algo de Carlitos que ya no era de este mundo, algo de otra galaxia que lo atraía tanto como un cierto aire de libertad mezclado con cadenas, como un ángel aprisionado.
Sin embargo, Carlitos no estaba bien. Enamoró a Ramón con todo tipo de seducciones y cuando lo tuvo se quitó el disfraz y salieron lados que ni él conocía, lados destructivos y sínicos que podían matar a cualquier persona sin importar si era conocido o no.
Los celos eran tan grandes que cerraba el puño con tanta fuerza que sangraba por penetrar su palma con las uñas cuando lo veía con Magdalena o con Federica. Se trató de excusar culpando a Ramón por ser infiel y que sus celos eran lógicos porque ya había tenido cierta cercanía con ellos dos... Aunque luego fue con cualquier persona en verdad...
Carlos se acostumbró a los constantes gritos e insultos de Ramón, y Ramón poco a poco sin notarlo perdió el control de su vida.
Despertaba y lo primero que hacía era pensar y pensar sin moverse, pues tenía sueños de que Carlos moría y aunque era aterrador para él, sólo era su inconsciente actuando.
Luego iba al colegio y no recordaba nada, se sentaba y esperaba toda la hora para salir a buscar a Carlos ya que no estaban en el mismo salón. Era un lapso perdido en el que olvidaba en dónde estaba, quienes estaban a su lado y quién era él mismo. Cuando por fin salía algo en sí despertaba como si su cuerpo tuviese un manual dedicado a Carlos, así que caminaba y volvía a sentir. No sentía felicidad, emoción, o ilusión. Sentía miedo y comodidad.
Cuando se lo topaba su corazón saltaba y terminaban juntos en los baños besándose sin problemas, por Ramón se lo cogería ahí mismo, pero no era posible.
Y después al ir por las calles, Ramón miraba al suelo sin ver a nadie más, temía por reacciones del rubio. Temía por su vida en cada momento, pero más temía, o se horrorizaba de cómo lo seguía amando a pesar de todo. A pesar de que su casa ya no era su hogar, aunque vivía ahí no recordaba la última vez que habló por más de cinco minutos con sus padres quienes lo veían con preocupación, pues no podían intervenir y sin darse cuenta sólo habían dejado caer a su hijo en un vacío del que nunca le habían advertido.
Los días pasaban rápidos pero agotadores, y todo era peor en las noches, cuando la vida empieza y se iba con Carlos a boliches...
La última vez, antes de lo que pasaría, salieron por un viernes noche con plata de un robo en los bolsillos a tomar y bailar.