01. Impuntualidad cero

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Oh Bitna

Si hay algo que detesto, más que nada en esta vida, eso es llegar tarde. No comparto con la impuntualidad y, por lo general, soy la primera en llegar a cualquier sitio al que tenga que asistir en compañía de alguien más.

Así que salir corriendo de casa, sin haber terminado el desayuno y siendo regañada por mi madre por el mismo motivo, tratando de ajustarme bien el chaleco del colegio sin dejar caer a su vez el bolso con todos mis libros dentro, no es algo que me esté agradando para nada.

No me hace gracia en lo más mínimo.

Ni siquiera sé cómo rayos soy capaz de colocarme la corbata del uniforme sin caer de lleno al suelo y besar el asfalto.

Hoy, por primera vez en mucho tiempo, me he quedado dormida. Como consecuencia de ello ahora estoy llegando tarde a clases.

Sigo sin comprender cómo es que el despertador no sonó. A lo mejor es que no dejé colocando bien la alarma. O quizá sonó, pero preferí seguir vagando en mis sueños en lugar de despertar. Me ha pasado otras veces ya, pero siempre en vacaciones, nunca durante los períodos de clases.

Sea cual sea el caso, ahora mismo estoy llegando tarde.

Subo al autobús en cuanto este llega, pago mi tarifa y me hago espacio con cuidado de no golpear a nadie hasta llegar a la parte trasera, en donde se encuentra la puerta de bajada. Muevo de arriba a abajo la pierna, nerviosa por mi retraso, y pidiendo al cielo que el conductor vaya más rápido de lo que ya va.

En medio de mis súplicas, echo un ligero vistazo al móvil de la persona que va sentada frente a mí y abro los ojos con sorpresa, incrédula por lo que veo.

—Disculpe —llamo, la chica dueña del aparato levanta la cabeza y me mira—, ¿es esa la hora correcta? —señalo con la cabeza su móvil.

—Sí.

Jadeo ante su respuesta —una acción algo exagerada por mi parte— y me trago el grito que amenaza con escapar de mi garganta. Un gran y potente «¡Mamá!» resuena en mi cabeza. Puedo imaginar a mi progenitora ahora mismo siendo movida por la risa ante su acción en mi contra, mientras mira la sección de noticias en donde aparece el hombre del clima.

Me ha engañado.

Yo pensando que llegaba tarde y ella sin decir que en realidad estaba a tiempo y que solo se trataba de una broma. Con razón me gritó para que desayunara.

—Muchas gracias —agradezco con una sonrisa inestable que la chica parece no notar.

—De nada.

Suspiro cuando, en dos paradas más, llega mi momento de bajar. Ni bien poner un pie en la superficie plana suelto el grito que tanto reprimía. Estoy por tirarme del cabello, pero eso sería muy impulsivo y me haría ver como una loca desquiciada. Inhalo y exhalo continuamente, según como me han enseñado en mis clases de yoga —a las cuales llevo tiempo sin asistir, además—, ordenándome calma.

Avanzo a paso ligero mientras continúo con mi ejercicio de respiración. Cuando estoy por doblar en la esquina que me lleva al colegio, una infernal lata de refresco se atraviesa en mi camino y atenta contra mi integridad física. Así que, buscando una manera de desquitar mi ira reprimida, pateo la lata muy lejos de mi vista.

—¿Pero qué le sucede a nuestra Bitna el día de hoy, eh?

Un brazo del cual conozco muy bien su propietario se cruza por mis hombros e impulsa a que mi cuerpo sea estrujado contra el suyo.

—Adivina.

Ella se queja ante mi respuesta. Está claro que el chisme la mueve, y cuando no encuentra una respuesta rápida que pueda saciar su curiosidad, va a andar incordiando a cada segundo. Lo sé muy bien, aun así me gusta y divierte causarle frustración.

Y luego me pregunto por qué mi madre es así, ah.

—Sabes que no soy buena para esas cosas —alega cuando no desisto en apaciguar su sed de saber.

—Es una pena —comento con fingido pesar—, te quedarás con la duda.

Llegamos a la entrada del terreno donde se ubica nuestro colegio. Saludo al profesor de revisión en turno y continúo con mi camino luego de ser aprobada para ingresar.

Mi uniforme está lo suficientemente bien organizado y sin incumplir el reglamento escolar como para ser detenida. Ella, a diferencia de mí, lleva el dobladillo de la falda más arriba de la rodilla. Mucho más. Por lo que es sentenciada a permanecer de pie en una esquina hasta que la hora de cerrar las puertas llegue.

—¡Bitna!

Me abstengo de reír a carcajadas cuando escucho el grito proveniente de mi mejor amiga. Intenta seguirme pero el profesor la detiene.

—¡Te veo en el salón! —grito de espaldas.

Continúo con mi camino hasta el salón en medio de pequeñas risas, importándome muy poco si llegan a pensar en mí como una desquiciada. Lo único que parece estar a punto de alegrarme las mañanas es el gesto incrédulo de Jiah.

 Lo único que parece estar a punto de alegrarme las mañanas es el gesto incrédulo de Jiah

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𝐒𝐎𝐅𝐓 𝐁𝐎𝐘 ━𝐌𝐘𝐆 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora