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CAPÍTULO 18

Aterrizaron a salvo en el otro carril, un segundo antes de que otro coche colisionara con el primero y se abalanzara directamente sobre ellos.

Horrorizado, Joaquín observó cómo Steve se subía de un salto a la capota de un viejo Chevy, se deslizaba por el parabrisas y se dejaba caer al suelo, rodando unos cuantos metros hasta detenerse por fin y quedarse inmóvil, tendido de costado. El caos invadió la calle, que se llenó de gritos y chillidos, mientras la multitud rodeaba el escenario del accidente. Joaquín no podía dejar de temblar. Aterrorizado, cruzó la muchedumbre, intentando llegar al lugar donde había caído Emilio.

-Por favor, que esté bien; por favor, que esté bien - murmuraba una y otra vez, suplicando que hubiesen sobrevivido al golpe. Cuando logró atravesar la marea humana y llegó al lugar donde había caído, vio que Emilio no había soltado al niño.

Aún lo tenía firmemente sujeto, a salvo entre sus brazos. Incapaz de creer lo que veía, se detuvo con el corazón desbocado. ¿Estaban vivos?

-No he visto nada igual en mi vida — comentó un hombre tras él.

Todos los congregados eran de la misma opinión. Cuando vio que Steve comenzaba a moverse, se acercó muy despacio y muy asustado.

-¿Estás bien? — escuchó que le preguntaba al niño
El pequeño contestó con un lastimero aullido. Ignorando el ensordecedor grito, Emilio se puso en pie, lentamente, con el niño en brazos. ¿Cómo se las había arreglado para mantener cogido al pequeño? Se tambaleó un poco y volvió a recuperar el equilibrio sin soltar al niño. Joaquín le ayudó a mantenerse en pie sujetándole por la espalda.

-No deberías haberte levantado -le dijo cuando vio la sangre que le empapaba el brazo izquierdo.

Él no pareció prestarle atención. Tenía una extraña y lúgubre mirada.

-¡Shh! Ya te tengo — murmuró — Ahora estás a salvo.

Esta actitud lo dejó asombrado. Aparentemente, no era la primera vez que consolaba a un niño. Pero, ¿cuándo habría estado un soldado griego cerca de un niño? A menos que hubiera sido padre. La mente de Joaquín giraba a velocidades de vértigo, sopesando las posibilidades, mientras Emilio dejaba a la llorosa criatura en brazos de su madre, que sollozaba aún más fuerte que el niño. ¡Señor!, ¿era posible que Emilio hubiese tenido hijos? Y si era cierto, ¿dónde estaban esos niños? ¿Qué les habría sucedido?.

-Harley — gimoteó la mujer mientras abrazaba al niño — ¿Cuántas veces tengo que decirte que no te alejes de mi lado?

— ¿Está bien? — preguntaron al unísono el padre del niño y el conductor, dirigiéndose a Emilio.

Haciendo una mueca, se pasó la mano por el brazo izquierdo para comprobar los daños sufridos.

-Sí, no es nada — contestó, pero Joaquín percibió la rigidez de su pierna izquierda, donde le había golpeado el coche.

-Necesitas que te vea un médico — le dijo, mientras Niko se acercaba

-Estoy bien, de verdad — le contestó con una débil sonrisa, y entonces bajó la voz para que sólo él pudiese escucharle — Pero he de confesar que los caballos hacían menos daño que los coches cuando te chocabas con ellos — A Joaquín le horrorizó su inoportuno sentido del humor.

-¿Cómo puedes bromear con esto?, creía que habías muerto.

Él se encogió de hombros. Mientras el hombre le daba profusamente las gracias por haber salvado a su hijo, Joaquín echó un vistazo a su brazo; la sangre manaba justo por encima del codo, pero se evaporaba al instante, como si se tratara de un efecto especial propio de una película.

dios del sexo emiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora