Capítulo 42. Bajo el barro

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42: Bajo el barro

42: Bajo el barro

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Kayla

Traté de decirme a mí misma que debía existir una buena razón por la cual Aleksi había dejado pasar tantos días. Que estaba siendo dramática, que no tenía sentido en desconfiar de él o creer que realmente no quería ayudarme con la verdad.

Seguramente, no había encontrado la manera de pasar por entre las reglas de mi abuelo, quizás le costaba y por eso no me lo mencionó siquiera, para no ilusionarme. Y, sin embargo, aunque la parte lógica de mi se aferraba a esos pensamientos, las horas después de que se fue mi tía, hasta la madrugada, casi hasta el amanecer, lo único que hice fue entrar en paranoia.

Me acordé que él me dejó dos horas sola en esa bañera, cuando podría haberme dado su sangre primero. Me acordé que esa noche se fue mucho antes de mi cama, si siquiera avisarme, como usualmente lo hacía.

Me fue imposible no sentir que era sospechosa la manera en la que evitó contarme tanto de sus tatuajes, aunque se había justificado con las heridas del corazón que le dejaron las humillaciones de su clan.

También, recordé que el primero en hacer una promesa fue el mismo Aleksi. ¿Estaba tan mal que yo se lo mencionara o le preguntara por qué no había hablado, cuando no la cumplió?

No sabía qué pensar. No sabía si estaba bien o si estaba actuando mal. Algo, muy dentro de mí, me decía que no, que las cosas estaban terribles. Que él estaba callándose algo, por voluntad propia. No sabía si era intuición o si era la marca y esta me permitía reconocer cuando algo malo pasaba, así como cuando sabía que me decía la verdad a la hora de ver sus ojos.

Lo esperé, planteándome una y otra vez cómo formular las preguntas que pujaban por salir de mi garganta a los gritos. Estaba nerviosa, asustada. La preocupación me ataba a la cama más que el enojo porque, en el fondo, sabía que él tenía que tener un motivo. Uno de peso, uno lógica. Éramos pareja, la marca no permitiría una traición. Yo tenía que estar delirando, alimentada por mis inseguridades y las mentiras de mi familia.

Cuando Aleksi aterrizó silenciosamente en mi jardín, yo estaba sentada en la cama, con las piernas cruzadas y los ojos fijos en el lugar donde había caído, como si supiera que lo haría justo ahí. Él me sonrió, como saludo, pero sus hombros se cuadraron cuando no pude devolverle la sonrisa.

—Buenas noches, conejita —dijo, al ingresar a mi cuarto—. ¿Estás bien?

Me mojé los labios. Una parte de mi quería hacer un escándalo; la otra, trataba de actuar con lógica, no como una psicópata.

—En realidad no —admití, en voz calma. Se escapó el pesar en mi voz. Decidí que sería directa, que le expondría mis dudas de la forma más pacífica posible.

La expresión de Aleksi se contrajo. Su rostro entero demostró una preocupación que me hizo sentir peor por sospechar que él, mi pareja, el amor de mi vida, podría estar engañándome con algo, cuando dijo que odiaba hacerlo.

Hodeskalle [Libro 1 y 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora