Prefacio

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Durham, Carolina del norte, 2015

Mi prometido, Ian West y yo, tuvimos una boda envidiable. Más de doscientos invitados, todos por parte de la familia de Ian, camarógrafos filmando y tomando fotografías y personas que, a simple vista, sabías que eran pertenecientes a la alta sociedad. O que, al menos, estaban forradas de dinero, igual a Ian y sus padres, que habían nacido en cuna de oro.

Mi madre había fallecido hace dos años y mi padre se había vuelto a casar e ido de la ciudad a iniciar de cero. Intenté llamarlo, pero puede que lo haya hecho en un mal momento porque sólo dijo “Jordan, cariño, debo ayudar a Lois con algo. Te regreso la llamada en cuanto me desocupe. Te quiero”. Por supuesto, no regresó la llamada, y yo tampoco me molesté en volverle a marcar.

Mi vestido de novia era de tafetán en corte de corazón en la zona del escote. Era entallado hasta un poco más abajo de mis caderas y ancho hasta tocar el suelo con una cola no más allá de uno o dos metros de largo. La madre de Ian, Gwen, me había obsequiado un collar de perlas que no dudé en usar ese día y también me peinó. Recogió mi cabello pelirrojo cobrizo en un moño bajo y contrató a una maquillista profesional para lo que hiciera falta.

La ceremonia había sido organizada por los padres de Ian. De hecho, de la boda, había muy poca mano de parte de nosotros dos. Muy en el fondo me molestaba porque era mi boda. Siempre había soñado con casarme y organizarla con mi madre, pero mamá no estaba, y yo sola no podía con tanto. La madre de Ian se emocionó cuando le dije que podía encargarse de todo.

Invitados de mi parte habían menos de quince. Ninguno que fuera familia. Estaba mi jefa, mis compañeros de trabajo y algunos amigos que poco a poco se habían convertido en conocidos, pero que creí necesario invitar. En el fondo sabía que lo hice para no sentirme sola en un día tan importante.

—¿En qué piensas? —me preguntó Ian. Estábamos en la residencial que habían alquilado sus padres para la boda. Bebíamos y estábamos bailando.

—En mis padres. Papá pudo haber estado aquí, ¿Sabes?

—No pienses en eso. Lo invitaste y no quiso venir, no es tu culpa.

Quise corregirle y decirle que, en realidad, no alcancé a invitarlo porque me colgó antes de que pudiera, pero sólo asentí.

—Sí, tienes razón —le rodeé el cuello con mis brazos y sonreí—. Soy la novia más feliz.

—Y la más hermosa —me besó—. Mamá ha visto las fotos que nos han sacado, dice que están hermosas.

—Si tu madre lo dice, entonces hay que creerle —dije—. Se ha esmerado en la boda. No imagino cuanto debieron gastar.

—Mejor no pienses en eso —me hizo girar y luego me plantó un beso—. Tú y yo, Jordan, seremos la pareja más feliz de este mundo.

Ian pocas veces era un romántico empedernido. Aún así, salimos por casi dos años y luego me pidió matrimonio y no dudé en darle el sí. Estaba enamorada de él, pero a veces sentía que faltaba algo.

—¿Lo crees?

—Lucharé porque así sea —me dijo.

Llevábamos seis meses de matrimonio cuando Ian comenzó a golpearme.

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