Capítulo 03 | Jordan

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Ya perdí la cuenta de cuantas cervezas he tomado desde que me senté aquí, pero sé que ya fueron suficientes por esta noche. Mañana tengo que trabajar, debería estar durmiendo ahora mismo y no embriagándome como si fuera fin de semana.

Tengo los codos clavados en la barra y mis dedos enterrados en mi cabello ahora mismo. Me siento frustrada por hacer lo que hago y al mismo tiempo como si fuese lo que necesito. Debí haberlo hecho el mismo día que firmé el divorcio, más bien.

Es curioso como es hasta que algo fracasa que entiendes que lo que sentías era realmente otra cosa. Quiero decir, por mucho tiempo creí que lo que sentía por Ian era amor, que estábamos enamorados, que así se sentía estarlo por más que sentía que algo hacia falta. Ahora ya no sé qué es o como se siente o cómo realmente se debería de sentir.

El ruido de un vaso contra la barra me saca de mis cavilaciones. Cuando levanto la vista me encuentro con Kurt sirviendo dos tragos de Whisky. Uno para él y el otro para mí. No es hasta ahora que he levantado la cabeza que me doy cuenta de que el bar está completamente vacío y que seguramente el personal también se ha ido porque ya no veo al rubio por aquí.

Si el personal se ha ido y él sigue aquí, eso quiere decir que él es el dueño.

Kurt empuja el vaso hacia mí y lo señala con el mentón.

—Para concluir —me dice, luego se bebe de un trago el whisky.

Eso, en realidad, significa un “No pienso venderte más licor por esta noche. Largo”. Ahora me siento avergonzada de que me haya visto beber tanto.

—Gracias —cuando lo termino, dejo el chupito en la barra y saco dinero de la cartera. Dejo la cantidad exacta bajo el vaso y tomo mi teléfono.

—¿Quién eres? —pregunta cuando estoy a punto de bajarme del banquillo.

—¿Alguien desahogando penas? —sé que no es esa la respuesta a su pregunta, pero me ha parecido gracioso decirlo, porque es cierto.

Kurt se ríe antes de apoyar los codos en la barra y mirarme fijamente. Me acomodo en el banquillo otra vez y ahora estamos cerca. Muy cerca. Tiene unos ojos azul grisáceos muy bonitos y un tatuaje sobresaliendo del cuello de su camiseta. También los hay en sus brazos.

Había olvidado lo mucho que me ponen los tatuajes. A Ian no le gustaban. Decía que le gustaba más andar limpio.

Tonterías.

—Tu nombre —dice—. ¿Cómo te llamas?

—Jordan.

—Jordan —lo prueba, asintiendo ligeramente. Me está mirando mucho, pero ya no siento que sea de una forma íntima, sino más bien como si intentara descifrar qué estoy haciendo en su bar.

Eso me pone ligeramente incómoda, porque no quiero que me pregunte nada de eso ni mucho menos que me analice.

—¿Vives aquí? —pregunta luego de un rato.

—Cerca. ¿El bar es tuyo?

Asiente con la cabeza. —Lo es.

Su cadena de plata se mece de atrás hacia adelante y la tomo con el índice. Pienso que va a molestarle mi imprudencia, pero no se inmuta ni cambia la mirada. Sigue observándome igual, estudiándome, pero ya no me interesa que lo haga.

Juego con su cadena unos segundos antes de asentir.

—Qué bien —es mi respuesta, antes de tirar de la cadena, inclinarme y besarlo.

No espero que me corresponda, ni tampoco planeaba hacerlo, pero lo hecho, hecho está y cuando me toma del cuello para besarme, sé que no he cometido un error.

Este desconocido sabe besar. Es como si se lo tomara en serio. Un suspiro se me escapa cuando muerde mi labio inferior antes de apartarse. Camina al borde de la barra hasta la portezuela y la levanta para salir. A medida que se acerca me giro en el taburete hasta que está frente a mí otra vez.

Me toma de la nuca y me mira directo a los ojos cuando se instala en medio de mis piernas.

—¿Quién demonios eres? —pregunta, para él y para mí. Es como si la voz se le hubiera quedado atorada en la garganta.

No me deja responder porque me besa. Es incluso más fuerte que antes.

Sus dedos se enredan en mi cabello y mis manos bajan a su cadera. Mis piernas lo prensan acercándolo más hacia mí. Jadeo contra su boca cuando me muevo contra él y gruñe. Todavía con tela de por medio se siente bien.

Me inclino más hacia su beso, pidiéndole más de ser posible. No olvido que estamos en un bar y que es probable que tenga cámaras. No podemos follar aquí y al mismo tiempo la idea es tan descabellada que me excita. ¿Hace cuánto no hago estupideces? La última fue casarme con Ian, supongo.

Kurt sube la mano por mi muslo hasta tomarme el trasero y suplicándole interiormente que siga subiendo, sorpresivamente lo hace. Me aprieta los pechos un segundo antes de bajar, meter la mano por debajo de mi falda larga y holgada, correr mi ropa interior y tocarme.

Me echo hacia atrás, pegando mi espalda a la barra y Kurt besa mi cuello cuando queda al descubierto. Ya no recuerdo cuando fue la última vez que follé. Ni siquiera recuerdo la última vez que yo misma me hice venir, así que asumo que es normal que mi cuerpo sienta demasiado después de tantos meses sin sentir nada y que segundos más tarde esté temblando en el taburete y corriéndome en sus dedos.

Kurt me besa, pero me aparto ligeramente para poder hablar.

—¿Vives lejos de aquí?

—¿Por qué? —estamos jadeando.

—Llévame a tu casa —le pido. Parezco haber pedido algo imposible porque se aleja y me mira.

—No creo que sea posible.

—¿Por qué?

—No puedo. ¿Qué hay de la tuya?

Pienso unos segundos en la idea de llevarlo a casa, pero llego a la conclusión absoluta de que no es buena idea. Lloro en el auto antes de llegar a casa para dejar mis problemas en la calle. Llevar a un polvo sin importancia a casa es como saltarme la regla que me he impuesto sin querer yo sola.

Sacudo la cabeza y planto mi mano en su pecho para que se aleje.

—Supongo que eso es todo —me bajo del taburete, tomo mi teléfono y me despido con la mano antes de comenzar a caminar hacia la puerta.

—Al menos deja que te lleve.

Abro la puerta del bar y lo miro. Entra una brisa helada que se cuela por la rendija cuando tiene oportunidad.

—Vine en coche.

—Estás muy ebria —parece genuinamente preocupado por mí. Sonrío ligeramente por ello, casi para mí.

—Buenas noches, Kurt.

Dejo que la puerta del bar se cierre sola y me marcho.

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